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30 agosto 2014

Carta del Cardenal Antonio Cañizares, nuevo Arzobispo de Valencia, tras su nombramiento

Carta del Cardenal Antonio Cañizares, nuevo Arzobispo de Valencia, tras su nombramiento
Por Javier Furió el 28 de agosto de 2014. Twitter: javierfurio
Sección: La ciudad

El cardenal Antonio Cañizares ha dirigido a la comunidad católica de Valencia, incluidos sacerdotes, seminaristas y laicos, una carta desde Roma tras ser nombrado por el Papa Francisco,Arzobispo Preconizado de Valencia. Carta que reproducimos a continuación.

Roma, 28 de Agosto de 2014

1.- Mis queridos diocesanos, queridos hermanos y amigos: El Santo Padre, Papa Francisco, en su gran benignidad, me ha nombrado Arzobispo, siervo y servidor vuestro desde ahora, de la Iglesia que peregrina en Valencia, mi queridísima diócesis de Valencia a la que he querido, quiero y querré con toda mi alma, a la que estoy y estaré eternamente agradecido. Esta Iglesia, a la que tantísimo le debo y nunca pagaré cuanto de ella he recibido, ahora se me da y recibo como gran regalo, inmerecido regalo, para que como el Señor la ame y me entregue a ella enteramente hasta la muerte, la sirva y guíe como pastor “según el corazón de Dios”. Servirla sin reserva alguna, darme a ella enteramente como pastor es un grandísimo honor que se me concede a mí, el último de sus hijos.
No vengo a una tierra desconocida: ¡es mi tierra, Valencia!; conozco sus pueblos, ciudades, aldeas, y comarcas, conozco a sus gentes, para mí tan cercanas y entrañables, conozco sus costumbres, su historia, su cultura, con las que me identifico y que me identifican; me es familiar su dulce y propia lengua valenciana aunque por ahora no la hable, pero que espero me enseñéis vosotros a hablarla bien y pronto. Vuelvo a mi casa, al hogar familiar de la Iglesia diocesana que me cedió generosamente a otras Iglesias y me envió a colaborar en otras empresas y obras eclesiales en otras partes de España o de la Iglesia universal: allí donde he estado me he considerado valenciano e inseparablemente español, hijo de esta Iglesia y de esta tierra, y, por eso, sin dejar de serlo, sin renunciar a mis raíces, y sintiéndome así, he podido vivir la universalidad de la Iglesia y de su misión, sobre todo desde Roma; y debo añadir que mi paso por Salamanca, Madrid, Ávila, Granada, Murcia, Toledo me han hecho vivir y reavivar hondamente mi amor por el proyecto común, grande y noble, que compartimos quienes formamos históricamente esta España tan nuestra y tan de todos.
Con alegría y esperanza vuelvo a la tierra de donde salí como Abraham, peregrino de otras tierras que el Señor me ha ido mostrando. Vuelvo para ser, en comunión con el Papa y con todos mis hermanos Obispos, pastor, padre y hermano de la porción del pueblo de Dios que, por pura gracia, se me ha confiado; y vuelvo también para servir y hacer todo lo que pueda desde ahí, sin regatear esfuerzos, por nuestra querida España, en momentos que reclaman que todos sumemos nuestra aportación decidida a su bien común. Como me marché así retorno: “Aquí estoy para hacer la voluntad del Señor”. Con la misma pregunta de santa Teresa, mi gran apoyo y luz en todo, desde el día de mi nacimiento, providencialmente en su fiesta: “Señor, ¿qué queréis hacer de mí?”; y su misma respuesta: “Quien a Dios tiene nada le falta; sólo Dios basta” (Es providencial, por lo demás, que el estar de nuevo ahí coincida con el quinto centenario del nacimiento de la Santa abulense, patrona de España; algo quiere decir Dios con esta coincidencia). Adoro y anhelo la voluntad de Dios. Y Él, en su providencia amorosa, me ha ido mostrando esa voluntad soberana suya, envío tras envío, a través del Papa.
2.- Me pongo en camino y emprendo esta andadura de servicio, en el nombre del Señor y confiado completamente en su palabra: es la hora de la confianza y de la esperanza que no defraudan. Espero, con la gracia y el auxilio de Dios y con vuestra generosa ayuda, cumplir fielmente el ministerio apostólico que el Papa me encomienda. Mi mayor, mi más constante y empeñado servicio no será otro que este: el servicio de la fe, inseparable del servicio de la caridad para con todos, con predilección por los pobres. Así contribuiré a alentar la esperanza, de la que, a veces, andamos tan necesitados y escasos.
No quiero saber otra cosa ni ser portador de otra realidad, como san Pablo, que Cristo, y éste crucificado. No tengo otra riqueza ni otra palabra que ésta: ¡Jesucristo!, y ésta, con el auxilio de la gracia, no dejaré de vivirla, ni de anunciarla, y comunicarla, no la dejaré morir. En Él sólo tenemos la salvación, la piedra angular y roca sobre la que edificar sólidamente, sólo en Él tenemos y está nuestro futuro, el futuro del hombre, la esperanza grande y firme que nadie nos puede arrebatar, debilitar o adormecer. En Él, en su rostro “humano y llagado”, crucificado, se nos ha dado Dios, Dios con nosotros, Dios con los hombres, Dios que lo ha apostado todo por el hombre, inseparable del hombre, que no abandona a los hombres ni jamás los ha dejado en la estacada.
Mi gran anhelo es y será hablar de Dios, para darle gloria, y su gloria es que los hombres vivan, vivan como hermanos, con la libertad y dignidad de sus hijos muy queridos, sin que ninguno de ellos sea preterido o excluido. No llevo en mi cartera ningún proyecto preconcebido y prefabricado; sólo estar atento a Dios y sus signos y cumplir lo que Él diga. Tengo la certeza y la experiencia más segura de que Dios habla, dice, muestra, señala…, también hoy; y siempre lo hace en la misma dirección y con la misma y única palabra que tiene: Jesucristo, en quien nos lo ha dicho todo, dado todo y mostrado lo que Él, Dios, el Padre, quiere de sus hijos y para ellos.
De la mano de nuestro único Pastor, Jesús, voy a vosotros queriendo ser de todos y para todos, sin excepción, pero con dos predilecciones: una predilección, muy primera, la de los pobres, los que sufren, los que se encuentran solos,…; la otra gran predilección, inseparable de la primera, serán mis queridísimos y admirados sacerdotes, amigos de Jesús y mis amigos, ante los que quiero estar, como el Señor en su Última Cena, a sus pies y sirviendo y compartiendo. Juntos y con todos los miembros del Pueblo de Dios que peregrina en Valencia participaremos de la única Eucaristía en la que tenemos todo, se nos da todo, y nos unirá a todos, para que el mundo crea.
Vuelvo a España, insertado y enraizado en Valencia, con un gran desafío que no puedo omitir y apremia: la unidad. La unidad, en primer lugar, en la Iglesia: que seamos y estemos unidos como una piña para evangelizar y así recobrar el vigor de una fe vivida. La unidad en un proyecto común en que todos quepamos, todos aportemos, todos recibamos de esa misma unidad, sin excluir a nadie, con mano siempre tendida a todos. Es un desafío para España y también de la Iglesia que en ella peregrina. Vuelvo a Valencia, vuelvo a Españay llevo conmigo una gran preocupación: España misma. Quiero a Valencia, como quiero, por eso mismo, a España y me duele, como a tantos, España. Lo que moverá mi actuación, pues soy de todos y para todos será únicamente anunciar y ofrecer el Evangelio destinado a todos, este es el mejor servicio al hombre y a la sociedad, a todos, que puede ofrecer la Iglesia para hacer surgir una humanidad nueva, una tierra nueva donde habite la justicia. Ofrezco, con toda sencillez y naturalidad, mi colaboración comprometida, leal y libre con cuantos tienen o ejercen responsabilidades y funciones sociales y políticas al servicio de la cosa pública, del bien común en Valencia y en España, que se enfrentan ahora a tan importantes y decisivos problemas, afectadas ambas todavía por una severa crisis económica, a la que subyace una profunda crisis moral y humana, que urge superar. Soy “uno de tantos”, consciente de la responsabilidad propia y del esfuerzo común que a todos afecta en hallar y aportar las respuestas y soluciones más adecuadas. Codo con codo, me pondré a trabajar con todos para ayudar a sacar a España, y a nuestra Región Valenciana adelante, para colaborar y servir, sin poder humano alguno, “sin alforjas y sin bastón”,sino sólo con la fuerza del Evangelio, Jesucristo. Y, en su nombre y con su ayuda y gracia imprescindibles, hacer todo lo posible para que se cumpla hoy, con el auxilio del Señor, lo de Pedro al paralítico: “No tengo oro ni plata…, levántate y ponte a andar”. “En su Nombre también echaré mis redes”, e iré “mar adentro”, fiado de Él. Además, inseparable y en comunión total e inquebrantable con el Sucesor de Pedro, el Papa Francisco, unido a él por un afecto muy grande, total, siguiendo su orientación tan clara en su Exhortación Apostólica “Evangelii Gaudium” y rezando siempre por él, porque lo necesita tanto, nos lo pide constantemente y así debe ser para cuantos formamos la Iglesia: Dios habla hoy a través del Papa Francisco.
3.- A todos, mis queridos hermanos y amigos, os dirijo un saludo entrañable, cargado de afecto fraterno y de solicitud de pastor. Me emociona este mi primer saludo como hermano y pastor vuestro. Desearía que este saludo, al que uno mi plegaria en vuestro favor, llegase y alcanzase a todos, a todos y a cada uno de vuestros hogares, a los pueblos y ciudades, a todos y cada uno de los que formáis esta Iglesia que está en Valencia, por tantos motivos bendecida por Dios y enriquecida con toda suerte de bienes espirituales en Cristo desde los primeros siglos de la fe cristiana en España hasta hoy, a la que se le ha concedido conservar con tantísimo cuidado el Santo Cáliz de la Última Cena, en la que Jesús nos entregó el más grande don en el que se nos ha dado y tenemos todo: la Santa Eucaristía, que nos hace ser Iglesia, centro, fuente y cima, culmen, de toda la vida cristiana y de la Iglesia toda y de su obra evangelizadora, que es su identidad y dicha más profunda. Nuestra diócesis es, gracias a Dios, de honda raigambre eucarística. Hacia la Eucaristía, hacia la participación en la Eucaristía, hacia la adoración eucarística habrían de dirigirse todos nuestros afanes y de ahí sacar la fuerza evangelizadora y de caridad de todas nuestras comunidades.
4.- Desearía que estas palabras de saludo llegasen a todos los pueblos y comunidades de la diócesis de Valencia, que llegase de manera particular a mi pueblo natal, Utiel, a mi pueblo de adopción, Sinarcas, al pueblo de donde procedo y que generosamente tanto se sacrificó por el bien común de Valencia, hasta desaparecer, Benagéber, y a la ciudad de Alcoy, donde se encuentra la primera y única parroquia –Santa María- que serví en la diócesis tras mi ordenación sacerdotal; desearía que este saludo alcanzase a todos los hogares valencianos, singularmente los visitados por los sufrimientos de cualquier tipo. Mi saludo especial, por ello, para quienes el Señor me confía de modo particular: los pobres, los más humildes, los enfermos, los ancianos, los que no tienen trabajo, los rotos y desalentados, los que viven sin esperanza o despojados del amor, los desarraigados, los marginados, los que viven en la soledad o sufren la incomprensión, los nuevos pobres de la sociedad secular conformada casi exclusivamente por la economía y la técnica, cuantos sufren, en fin, por la causa que sea. Desde este preciso momento, los gozos y alegrías, las tristezas y los sufrimientos vuestros, son también míos.
No querría olvidar nunca –y si me olvido que se me recuerde- que deseo y pido al Señor ser Obispo de todos, en particular -como lo fue santo Tomás de Villanueva, mi gran maestro y guía en el episcopado, “Obispo de los pobres y de la reforma de la Iglesia y de la sociedad en su tiempo”- quiero ser Obispo, padre, pastor y hermano de los pobres y desamparados, de los que sufren, de los que se sienten o son excluidos: es la única manera de ser de todos. Por eso pido de rodillas, desde lo más hondo de mi alma, a nuestra tierna y querida Madre del Cielo, Madre de los Desamparados, Reina de los pobres y humildes, Salud de los enfermos y Consuelo de los afligidos, que me ayude a ser como Ella, Obispo, padre, pastor y hermano de los que sufren desamparo; querría ser para ellos, unido a vosotros, un padre y testigo de la misericordia, un hermano, y un amigo, un “buen samaritano”, un “hombre y amigo fuerte de Dios”, que no pasa de largo del desamparo de sus hijos más desfavorecidos o necesitados: lo que Ella, Madre de Misericordia, esperanza nuestra, es para ellos.
Con Ella, la mejor de las compañías, voy a vosotros; con Ella, a la que invocamos en la patria valenciana con el entrañable título de Mare de Déu dels Desamparats, estaré con vosotros, amparados bajo su manto; con Ella, a la que acudo cada día con los de mi pueblo, Utiel, con la entrañable advocación de la Virgen del Remedio, la “Serranilla”, haremos el camino de ir en misión a las periferias existenciales, sociales y religiosas para hacer presente el Evangelio de la Luz, de la Verdad y del Amor que todo lo renueva. Y esto me hace ir sin miedo, volver sin temor a España y a la diócesis de Valencia que quiero, querré y serviré con toda mi alma.
En el momento histórico-social que vivimos, con la ayuda de Dios, de la Santísima Virgen, de los santos, y de todos, cuyo auxilio tanto necesito, humilde y gozosamente, lleno de ilusión, buen ánimo y esperanza, pido de lo Alto que se me conceda contribuir, modestamente y sin reservarme nada, a que mis nuevos y queridísimos diocesanos sepan “recobrar el vigor pleno del Espíritu, la valentía de una fe vivida, la lucidez evangélica iluminada por el amor profundo al hombre hermano. Para sacar de ahí la fuerza renovada que los haga siempre infatigables creadores de diálogo y promotores de justicia, alentadores de cultura y elevación humana. En un clima de respetuosa convivencia con las “otras opciones legítimas”, mientras exijan al mismo tiempo, “el justo respeto a las suyas” (Juan Pablo II). Siempre con la gran consigna que nos dejó el inolvidable San Juan Pablo II, casi como testamento suyo para nosotros, en su última visita a España: “España evangelizada, España evangelizadora”; o aquella otra que, aunque referida a Europa, podemos aplicar con toda razón a nuestra tierra: “Sé tu misma; aviva tus raíces”.
5.- Con amor de hermano, con cercanía de amigo, y con admirada veneración, saludo muy especialmente a mi querido predecesor y gran amigo desde hace muchos años. Querido Carlos, lo primero de todo y por encima de todo, ¡gracias, muchísimas gracias por estos años de tu vida dedicados enteramente a nosotros, a esta diócesis que tanto has querido y quieres, gracias por tu entrega denodada y generosa, gracias porque no has vivido para ti, sino para esta Iglesia, y te has sacrificado por ella hasta la extenuación!; con la ayuda de Dios y la tuya, continuaré, -seguramente con mayor torpeza y más debilidades-, la labor por ti emprendida y realizada.
Recuerdo, además, en estos momentos, a tantos y tantos Arzobispos –algunos de ellos santos o próximos a ser proclamados santos: Santo Tomás de Villanueva, San Juan de Ribera, el Beato Ciriaco María Sancha, el Siervo de Dios Marcelino Olaechea, el Venerable José María García Lahiguera- o los más cercanos a nosotros –Mons. Miguel Roca y el Card. Agustín García-Gasco, todos ellos han dejado una estela episcopal que quiero seguir con su ayuda y estímulo. Habré de aprender mucho de quienes han servido tan evangélicamente a la diócesis de Valencia. Serán para mí, tan necesitado de ayudas, un auxilio inestimable y un faro que me guíe.
6.- Mi saludo deferente y respetuoso, lleno de cordialidad, con el ofrecimiento de amistad y de leal y abierta colaboración, a las dignas y estimadas autoridades civiles, militares, judiciales y universitarias de la Comunidad de Valencia, de la Generalitat Valenciana, de la ciudad de Valencia y de la provincia, de los pueblos y ciudades, a todas las fuerzas políticas y sociales que colaboran al bien común con su leal contribución. Estáis desempeñando una tarea muy noble, imprescindible, muchas veces muy difícil, en momentos nada fáciles, que quiero y debo agradecer y alentar; ¡cuánto os necesitamos para el bien común! Contad con mi leal colaboración y apoyo, con mi plegaria. No podemos bajar la guardia en el común esfuerzo al servicio de la sociedad, de una humanidad verdaderamente nueva y renovada.
Permitidme un saludo especial a la Facultad de Teología de Teología “San Vicente Ferrer”, cuya ayuda y pensamiento teológico tanto voy a necesitar y con el que cuento de antemano; un saludo también confiado a la todavía joven, pero madura, Universidad Católica de Valencia “San Vicente Mártir” de la diócesis, que, “salida del corazón de la Iglesia”, tiene la gran e imprescindible labor de llevar a cabo la urgente misión de evangelizar y humanizar la cultura en estos momentos críticos que atravesamos, unida codo con codo a la Universidad “Cardenal Herrera” –C.E.U.- de la Asociación Católica de Propagandistas y al resto de las Universidades Católicas de España, y también a las Universidades del Estado, presentes en nuestra diócesis de Valencia, -la Literaria y la Politécnica-, o a la Universidad Privada “Europea” a las que saludo también de manera deferente, poniéndome a su servicio y contando con su colaboración en la gran y fundamental tarea universitaria, tan necesaria para la edificación o reconstrucción de una nueva sociedad y para la formación de las nuevas generaciones llamadas a abrir y roturar un nuevo y esperanzador futuro, inseparable de la recta razón y del servicio a la verdad que nos hace libres.
7.- De manera muy particular y cercana, con prioridad preferente, quiero saludar a mis hermanos y amigos sacerdotes del presbiterio de Valencia, del clero secular y regular, al que me incardiné por la ordenación sacerdotal, y pertenecí hasta mi ordenación episcopal como Obispo de Ávila, y al que siempre hasta ahora me he sentido tan vinculado y unido afectiva y cordialmente. ¡Cuánto os debo, hermanos y amigos sacerdotes, cuánto voy a deberos más aún desde ahora; y cómo os quiero; de nuevo estoy con vosotros como miembro-obispo de nuestro único presbiterio diocesano que todos juntos formamos! Sin vosotros, el Obispo nada puede hacer. Deseo y debo contar en todo con todos vosotros, aprender de vosotros. Sentidme ya a vuestro lado, dispuesto a compartir vuestras ilusiones y esperanzas sacerdotales, los momentos difíciles, las alegrías y los sufrimientos inherentes al ministerio, la amistad; me anima el trabajar codo con codo y sin desmayo con vosotros en la edificación de la Iglesia. Dios quiera que, siendo un sencillo y cercano pastor, sepa acompañaros, animaros y abriros caminos en los momentos recios que atravesamos. No puedo olvidar, en este saludo, a mis queridos condiscípulos que tan unidos, sin fisuras, estamos y que nos sentimos –tan diferentes como somos- como una piña: Lo mismo que con mis queridísimos condiscípulos, también con todo el resto del presbiterio.
8.- Con todo mi afecto y con la esperanza puesta en vosotros, os saludo, mis queridos seminaristas del Seminario Mayor de la Inmaculada y del Menor, y de los Reales Colegios del Patriarca y de Santo Tomás de Villanueva. ¡Qué gozo y qué consuelo y alivio tan grande se siente cuando se sabe que Valencia tiene unos seminarios como estos! ¡Adelante, sin miedo, seguid a Jesús, queridos seminaristas! Merece la pena. Llamad a otros jóvenes; llevadlos a Jesús e invitadlos a que tomen el camino por vosotros emprendido, un camino que es para la misión, una misión que no se encierra en los límites de nuestra diócesis, una diócesis, por lo demás, que está abierta a todos como muestra ya el alto número de misioneros valencianos esparcidos por toda la tierra, a los que saludo con admiración, agradecimiento, y afecto muy grandes, y prometo visitarles.
9.- A los religiosos y religiosas de vida activa, a quienes vivís la vida consagrada en Institutos Seculares, y a las religiosas contemplativas -para mí tan queridas- que ofrecéis a todos el testimonio de lo absoluto de Dios y de su misericordia, a todos, mi saludo, mi reconocimiento, mi cercanía, mi confianza en vuestras personas y en vuestra abnegada y fiel colaboración y mi agradecimiento por vuestro valiosísimo testimonio de vida evangélica y por vuestra oración. ¡Cuento con todos; trabajaremos muy unidos, en una comunión que es obra de Dios y que juntos, muy juntos, hemos de reforzar y fortalecer!
10.- Saludo, con agradecimiento por cuanto hacéis y con mi aliento para que prosigáis sin desmayo en vuestra labor, a los catequistas y profesores de Religión, a los educadores y maestros, a los equipos de animación litúrgica, a cuantos trabajáis en las acciones caritativas y sociales de la Iglesia, a los movimientos y asociaciones apostólicas, a las nuevas realidades eclesiales… A todos los fieles cristianos laicos de esta Archidiócesis de Valencia, familias, ancianos y niños, adultos y jóvenes, a los que mi vida va a quedar unida desde ahora con estrecho lazo de unidad y de paternidad en Cristo, os saludo y os abrazo lleno de gozo, con todo amor y cariño hacia cada uno de vosotros, con corazón abierto y con una gran esperanza.
11.- Saludo también con reconocimiento y gratitud a los medios de comunicación social en su servicio a la verdad que hace libres y colaborar en la edificación de una sociedad sana y en convivencia; mi saludo, en particular, al servicio de los medios de comunicación diocesanos, y más en concreto aParaula y Avan, y todo el equipo de Fundices, que tanto y tan bien estáis contribuyendo a la urgente tarea de la nueva evangelización.
12.- No quisiera dejar sin un saludo expreso, explícito y vivo a los jóvenes. Sabed que os quiero y que me siento muy a vuestro lado. ¡Queridos jóvenes, confío en vosotros! Os han tocado tiempos difíciles. Casi todo os invita a que sigáis otros caminos distintos al de Jesucristo. Pero sólo El es el camino que buscáis, el que os conduce a la felicidad que anheláis. Deseo hacer y seguir este Camino a vuestro lado, con vosotros, compartiendo vuestros gozos y esperanzas. El nos invita a que lo recorramos juntos y sin miedo.
13.- A todos los valencianos y a cuantos viven en nuestra diócesis, como los emigrantes, de cualquier condición, creyentes y no creyentes, tiendo mi mano en saludo de amistad y abro mi corazón como signo de cercanía, aprecio, respeto y ofrecimiento de mi persona y de mi ministerio pastoral, que es servicio a la unidad y amor entre todos.
14.- Al ser enviado a vosotros, tengo muy presente la carta a los Hebreos y, así, con la ayuda de la gracia divina, de la protección de Santa María, Mare de Déu del Desamparats, de todos los santos valencianos,- San Vicente Mártir, San Vicente Ferrer, Santo Tomás de Villanueva, San Juan de Ribera, san Francisco de Borja, San Luis Bertrán, Santa Teresa de Jesús Jornet, Santa María Micaela del Santísimo Sacramento, los Santos Mártires de la persecución religiosa del pasado siglo- y tantos otros, trataré de correr en la carrera que me toca, mejor, que nos toca, sin retirarme, ni retirarnos, “fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús, que, renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz, sin miedo a la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del Padre”. Con fe gozosa iré a vosotros -ya deseo hacerlo pronto y estar con vosotros, en medio vuestro, sirviéndoos- para contribuir a la edificación de la Iglesia, cuyo arquitecto y constructor sólo puede ser Dios: es verdad que si no es Él quien construye, en vano nos cansamos los constructores.
15.- Quiero terminar estas palabras de mi primer saludo, largo saludo, rogándoos que encomendéis también a la diócesis hermana de Madrid, a la que ahora va a servir nuestro queridísimo Arzobispo, D. Carlos Osoro. Que Dios le pague todo como sólo Él sabe hacerlo, que le ayude en su ministerio y que proteja y bendiga copiosamente a su nueva y querida diócesis madrileña. A todos vosotros os ruego humildemente que pidáis por nuestra amadísima diócesis de Valencia y por España, que me encomendéis también a mí y mi ministerio, que el Señor me conceda discernimiento y sabiduría para “saber lo que es grato a sus ojos” y llevarlo a cabo, que no busque otra cosa que la gloria de Dios y el bien de todos. Yo os encomiendo de manera muy particular, e intensamente pido a Dios por todos vosotros. Acabo levantando el corazón lleno de esperanza a la que es Madre de la Iglesia, que se llamó a sí misma Esclava del Señor, la Santísima Virgen de los Desamparados. Con confianza filial pongo en sus manos y en su corazón las mejores ilusiones de mi servicio pastoral, mientras pido a Dios que os bendiga copiosamente y os enriquezca con toda suerte de bienes espirituales y celestiales en Cristo Jesús. Rezad por mí, lo necesito y suplico humildemente.

+ Antonio, Cardenal Cañizares Llovera

Arzobispo preconizado de Valencia

26 agosto 2014

Desclasificado el «Archivo Mitrokhin»

Desclasificado el «Archivo Mitrokhin»
By redaccion Polska Viva on agosto 26, 2014


El Archivo Mitrokhin, custodiado desde 1992 por Reino Unido, es el resultado de doce años de trabajo del mayor Vasili Mitrokhin, documentalista del KGB –aparato de inteligencia ruso– y desertor del comunismo en 1992. Refugiado en Inglaterra, entregó a los británicos 33 cajas de material sobre las operaciones de inteligencia del aparato soviético que incluyen el intenso espionaje contra Karol Wojtyla. 
El 17 de octubre de 1978, un día después de la elección de Juan Pablo II, el embajador soviético en Varsovia, Boris Aristov, envió a Moscú una carpeta con información detallada sobre el hasta entonces cardenal Wojtyla, un «peligroso y violento anticomunista» al que los servicios secretos habían seguido la pista. Que el Papa polaco fue objeto de espionaje por parte del KGB era algo ya conocido. La novedad es la desclasificación, hace unos días, delArchivo Mitrokhin, que detalla cómo y quién espió a ese hombre que fue, a ojos del Politburó, el principio del fin del comunismo en Polonia 
En 1971, el SB –el KGB polaco– comenzó a vigilar los pasos del entonces arzobispo de Cracovia, por su «papel subversivo contra el Partido Comunista». Los discursos de Varsovia en mayo del 1973, el célebre de Nowa Huta del mismo año y el de Cracovia en noviembre del 74, colocaron al futuro Papa en la lista de culpables de sedición, lo que acarreaba penas de uno a diez años de cárcel, pero el Gobierno polaco no se atrevió a encarcelar al joven Wojtyla. 
Así lo confirman los documentos de Mitrokhin enviados por el Churchill Archives Centre a Alfa y Omega. En ellos, la Inteligencia polaca denuncia el apoyo de Wojtyla a elementos antisoviéticos [agrupaciones estudiantiles y líderes de Solidaridad] y las posiciones anticomunistas de sus discursos: «Critica el funcionamiento de los órganos de la República, a la que acusa de restringir los derechos fundamentales y civiles; la sobreexplotación de los trabajadores -a los que la Iglesia debe proteger del Gobierno-; la restricción del culto religioso; el trato discriminatorio a los católicos y la imposición de una ideología alienante». 
Alarmado por la «enorme autoridad moral» del Papa, el KGB rodeó a Juan Pablo II de una legión de espías que debían enviar información detallada sobre los gustos y la personalidad del polaco. ¿Qué bebe, cuándo y cuánto? ¿Quién le lava la ropa? ¿Qué atención médica recibe? ¿Cada cuánto se afeita? ¿Le gusta el juego? ¿Qué documentos de trabajo maneja?… Eran sólo algunas de las preguntas que los espías tenían que descifrar. Ninguno pudo encontrar nada que sirviera al KGB para chantajear al Papa. No había cómo luchar contra este enemigo.
Impresionados por la profunda vida espiritual del polaco –los informes que llegaban al KGB hablaban de un Papa que pasaba hasta ocho horas al día en recogimiento–, el aparato soviético aconsejó a Polonia no hacer concesiones ante el Pontífice. El Archivo Mitrokhin recoge la conversación que el líder soviético Leonid Brézhnev tuvo en 1979 con el Presidente polaco Gierek. «Di al Papa que anuncie públicamente la suspensión del viaje a Polonia por enfermedad». Ante la negativa de Gierek, Brezhnev colgó el teléfono, no sin antes esperar al polaco que hiciera lo que le diera la gana, «pero luego tú y tu Partido no lo lamentéis». 
La visita del Papa a Polonia en 1979 fue tan horrible para los comunistas como la Inteligencia esperaba: un país con un 90% de católicos entregados a su Papa. La batalla ideológica, reflejó el KGB, se había perdido en Polonia. Así, y con el apoyo de la Iglesia de Polonia a las protestas obreras, llega 1980. 
La anécdota la resume el historiador Christopher Andrew, única persona a la que se había permitido acceder, hasta ahora, al Archivo Mitrokhin: un joven Lech Walesa se prepara para firmar, ante las cámaras de televisión, el Acuerdo de Gdansk que reconoce el derecho de huelga y la formación de sindicatos. Se lleva la mano al bolsillo de la chaqueta y saca un enorme y llamativo bolígrafo. Es un souvenir de la visita papal y lleva, impreso, un retrato de Juan Pablo II. En Moscú se llevan las manos a la cabeza. Es el principio del fin. 
Nos interesa mucho tu opinión: ¿Qué opinas de la desclasificación del «Archivo Mitrokhin»?, ¿Por qué Vasili Mitrokhin decidió revelar estos archivos secretos?, ¿Cómo ayudó el Papa a finalizar la etapa comunista? 

(Infocatólica/PV, 26/08/2014)


16 agosto 2014

Corea: Texto de la homilí­a del Papa en la misa de la juventud asiática

Corea: Texto de la homilí­a del Papa en la misa de la juventud asiática
En la ciudad coreana de Daejon, en el World coup stadium. Ser signo de la esperanza que ofrece el Evangelio
Por Redacción
SEúL, 15 de agosto de 2014 (Zenit.org) - El santo padre Francisco en la misa celebrada en el estadio de Daejon, este viernes 15 de agosto, día de la Asunción de María, con motivo de la VI Jornada Asiática de la Juventud, dirigió las siguientes palabras:
«Queridos hermanos y hermanas en Cristo: En unión con toda la Iglesia celebramos la Asunción de Nuestra Señora en cuerpo y alma a la gloria del cielo. La Asunción de María nos muestra nuestro destino como hijos adoptivos de Dios y miembros del Cuerpo de Cristo. Como María, nuestra Madre, estamos llamados a participar plenamente en la victoria del Señor sobre el pecado y sobre la muerte y a reinar con él en su Reino eterno.
La “gran señal” que nos presenta la primera lectura –una mujer vestida de sol coronada de estrellas nos invita a contemplar a María, entronizada en la gloria junto a su divino Hijo. Nos invita a tomar conciencia del futuro que también hoy el Señor resucitado nos ofrece. Los coreanos tradicionalmente celebran esta fiesta a la luz de su experiencia histórica, reconociendo la amorosa intercesión de María en la historia de la nación y en la vida del pueblo.
En la segunda lectura hemos escuchado a san Pablo diciéndonos que Cristo es el nuevo Adán, cuya obediencia a la voluntad del Padre ha destruido el reino del pecado y de la esclavitud y ha inaugurado el reino de la vida y de la libertad. La verdadera libertad se encuentra en la acogida amorosa de la voluntad del Padre. De María, llena de gracia, aprendemos que la libertad cristiana es algo más que la simple liberación del pecado. Es la libertad que nos permite ver las realidades terrenas con una nueva luz espiritual, la libertad para amar a Dios y a los hermanos con un corazón puro y vivir en la gozosa esperanza de la venida del Reino de Cristo.
Hoy, venerando a María, Reina del Cielo, nos dirigimos a ella como Madre de la Iglesia en Corea. Le pedimos que nos ayude a ser fieles a la libertad real que hemos recibido el día de nuestro bautismo, que guíe nuestros esfuerzos para transformar el mundo según el plan de Dios, y que haga que la Iglesia de este país sea más plenamente levadura de su Reino en medio de la sociedad coreana.
Que los cristianos de esta nación sean una fuerza generosa de renovación espiritual en todos los ámbitos de la sociedad. Que combatan la fascinación de un materialismo que ahoga los auténticos valores espirituales y culturales y el espíritu de competición desenfrenada que genera egoísmo y hostilidad. Que rechacen modelos económicos inhumanos, que crean nuevas formas de pobreza y marginan a los trabajadores, así como la cultura de la muerte, que devalúa la imagen de Dios, el Dios de la vida, y atenta contra la dignidad de todo hombre, mujer y niño.
Como católicos coreanos, herederos de una noble tradición, ustedes están llamados a valorar este legado y a transmitirlo a las generaciones futuras. Lo cual requiere de todos una renovada conversión a la Palabra de Dios y una intensa solicitud por los pobres, los necesitados y los débiles de nuestra sociedad.
Con esta celebración, nos unimos a toda la Iglesia extendida por el mundo que ve en María la Madre de nuestra esperanza. Su cántico de alabanza nos recuerda que Dios no se olvida nunca de sus promesas de misericordia . María es la llena de gracia porque «ha creído» que lo que le ha dicho el Señor se cumpliría. En ella, todas las promesas divinas se han revelado verdaderas. Entronizada en la gloria, nos muestra que nuestra esperanza es real; y también hoy esa esperanza, «como ancla del alma, segura y firme», nos aferra allí donde Cristo está sentado en su gloria.
Esta esperanza, queridos hermanos y hermanas, la esperanza que nos ofrece el Evangelio, es el antídoto contra el espíritu de desesperación que parece extenderse como un cáncer en una sociedad exteriormente rica, pero que a menudo experimenta amargura interior y vacío. Esta desesperación ha dejado secuelas en muchos de nuestros jóvenes. Que los jóvenes que nos acompañan estos días con su alegría y su confianza no se dejen nunca robar la esperanza.
Dirijámonos a María, Madre de Dios, e imploremos la gracia de gozar de la libertad de los hijos de Dios, de usar esta libertad con sabiduría para servir a nuestros hermanos y de vivir y actuar de modo que seamos signo de esperanza, esa esperanza que encontrará su cumplimiento en el Reino eterno, allí donde reinar es servir. Amén». 

El Papa Francisco en Corea.

De Corea del Norte, ninguna delegación a la misa
Cuando el papa llegó a Corea, el régimen de Pionyang disparó cinco misiles al mar. El portavoz del Vaticano restó importancia al hecho
Por H. Sergio Mora
ROMA, 15 de agosto de 2014 (Zenit.org) - A la celebracion de la santa misa que el papa Francisco celebró en el estadio de Dejaon, en Corea del Sur, no pudo participar ninguna delegación oficial de católicos norcoreanos, país en el que se vive una férrea dictadura comunista.

 Desde Corea del Norte llegó un rechazo a la invitación ya que el gobierno surcoreano --según acusa la gubernativa 'Asociación de católicos norcoreanos'-- no ha cancelado las ejercitaciones conjuntas con Estados Unidos, "gesto que hace imposible la visita".
La invitación por parte del Corea del Sur fue realizada el pasado 26 de mayo y reiterada en días sucesivos, ante la ausencia de una respuesta por parte del régimen Pionyang.
El Santo Padre encambio, ya en el primer día de su viaje apostólico hizo un llamado a la reconciliación entre las Coreas, país dividido por la guerra de los años 50, de la que nunca se firmó un tratado de paz y en la que rige un armisticio.
"Esta llamada --dijo el Papa en su saludo a las autoridades de Seúl-- tiene una resonancia especial aquí en Corea, una tierra que ha sufrido durante tanto tiempo la ausencia de paz". Y recordó que "la búsqueda de la paz por parte de Corea es una causa que nos preocupa especialmente, porque afecta a la estabilidad de toda la región y de todo el mundo, cansado de las guerras".
El Santo Padre añadió que "la paz se puede alcanzar mediante la escucha atenta y el diálogo, más que con recriminaciones recíprocas, críticas inútiles y demostraciones de fuerza".
Por su parte el gobierno de Corea del Norte, en lo que se puede considerar como 'un mensaje', ordenó a su Ejército disparar un total de cinco misiles de corto alcance, cuando el Santo Padre llegó a Seúl, según la información proporcionada este jueves por el Estado Mayor de Corea del Sur por medio de su portavoz, Um Hyo Sik. Los misiles fueron lanzados desde Wonsan, en la costa sureste de Norcorea, y cayeron al mar al este de la península coreana tras recorrer 220 kilómetros.
En este año el régimen de Pionyang ha lanzado misiles al mar en diversas ocasiones, sea como ejercitación, sea en señal de protesta por las maniobras militares que Corea del Sur y Estados Unidos realizan en territorio surcoreano.
El portavoz del Ministerio de Exteriores de Corea del Sur, Noh Kwang-il, declaró su contrariedad: “No está bien que el Norte dispare misiles el mismo día en que el Papa visita Seúl con un mensaje de paz y reconciliación. Nosotros creemos que el Norte debería poner fin a estas provocaciones temerarias”, agregó.
En cambio, el padre Federico Lombardi, portavoz de la Santa Sede, restó importancia al lanzamiento de los misiles, recordando que no es primera vez que esto sucede en lo que va del año.

04 agosto 2014

San Juan María Vianney

San Juan María Vianney
«Cura de Ars, patrono de los sacerdotes, enamorado de la Eucaristía y maestro de la penitencia. Recibió, entre otros, el don de lágrimas. Con su santidad ya en vida conmovió a la Europa de su tiempo»
Por Isabel Orellana Vilches
MADRID, 04 de agosto de 2014 (Zenit.org) - Benedicto XVI declaró «Año sacerdotal» al periodo de junio de 2009 hasta ese mes de 2010 poniendo a este admirable santo como ejemplo para los presbíteros. El pontífice hizo un panegírico de este humilde cura que llegó a Ars diciendo: «Dios mío, concédeme la conversión de mi parroquia; acepto sufrir todo lo que quieras durante toda mi vida», llevando su anhelo hasta el final. Ser sacerdotes santos es lo que el papa quiso recordar a los ordenados con esta celebración conmemorativa del 150 aniversario de la muerte del padre Vianney. Su enternecedora trayectoria de amor dejó traslucir su extraordinaria pasión por lo divino. Fue un apóstol que llegó al corazón de cientos de miles de personas con su virtud, en el silencio de su ofrenda y abrazo a la cruz, contemplando la Eucaristía, envuelto en lágrimas.
Nació en Dardilly, Francia, el 8 de mayo de 1786, cuando la Revolución comenzaba a hacer acto de presencia y su influjo era percibido en hogares católicos como el suyo, lo cual signó su infancia. Las prácticas de piedad que toda la familia se veía obligada a realizar clandestinamente, marcaron también su primera comunión: la recibió por la noche en un pajar. Ayudaba trabajando en tareas del campo y cuidando ganado. Pero quería ser sacerdote a toda costa, y aunque su padre se oponía, logró iniciar los estudios. Los formadores reconocían su virtud, pero en lo tocante a los estudios era calamitoso. Desalentado por tener que abandonar el seminario, pidió limosna para costear su peregrinación a la tumba de san Francisco de Regis. Partió de allí con la convicción de que sería sacerdote pese a su limitación.
A sus 17 años por ser seminarista se libró de luchar con las tropas de Napoleón para las que fue reclutado. Envuelto en peripecias, alternándose enfermedad y periodos de convalecencia, acabó siguiendo a un desertor sin saberlo. Sobrevivió catorce meses oculto en las montañas de Noës usando nombres ficticios hasta que se produjo la amnistía, todo ello con conocimiento del alcalde, a quien informó de la situación. Después, prosiguió estudios en Verrières y Lyón. Al persistirsu problema de aprendizaje del latín, no fue admitido en el seminario. Tampoco lo acogieron los Hermanos de las Escuelas Cristianas. Hasta que el padre Balley le ayudó, y Juan María, que no lograba asimilar las asignaturas, fue ordenado en 1815 por el obispo de Grenoble, sin concluir los estudios. La soledad en la que se produjo, soledad que prosiguió después, no hizo mella en su ánimo.
Feliz de ser sacerdote, completó su formación con el padre Balley, un virtuoso presbítero, siendo su vicario en Ecully durante un breve periodo, hasta que se produjo la muerte de éste. Entonces fue enviado a Ars que no tenía parroquia. Su experiencia pastoral había discurrido en esta escuela de santidad junto a Balley. Partía con algo que no se adquiere en ningún lugar: la gracia de querer convertirse cada día en otro Cristo, anhelo que sostuvo cada segundo sin desfallecer. En su nuevo destino sufrió y se entregó por los pecadores en auténtico holocausto, con una vida plagada de penitencias y austeridades, alimentado prácticamente con la oración, ya que apenas tenía viandas que llevarse a la boca.
De humildad heroica, en incontables ocasiones deseó poder encontrar un lugar para ir «a llorar su pobre vida». Halló frialdad y distancia hacia la fe en las gentes, pero no tardó en conmoverlas con su santa conducta. De noche y de día le vieron orar arrodillado ante el Sagrario. Y la inicial curiosidad se fue tornando en admiración. Cuando oficiaba la misa era palpable que lo hacía sabiendo que rememoraba el sacrificio de Cristo. «¡Oh, qué cosa tan grande es el sacerdocio! No se comprenderá bien más que en el cielo... Si se entendiera en la tierra, se moriría, no de susto, sino de amor»«¡Qué desgracia es un sacerdote sin vida interior!», decía.
A pesar de su estricta discreción, se fue corriendo el rumor de sus crudos ayunos y penitencias. No tuvo el don de palabra, pero las que lograba proferir eran ascuas que incendiaban el corazón de los fieles. Éstos recibían a manos llenas los bienes que les ofrecía, aún minando los escasos ahorros de la parroquia. Se ganó a todos con encendidas súplicas a Dios y constantes sacrificios, abrazándose a una cruz que venía envuelta en difamaciones y en una campaña de desprestigio permanente ante sus superiores. Su fe era inquebrantable. Se empecinó en poner bien altos los valores morales del pueblo, y pudo con todo, hasta con las insidias del diablo que no le dejaba en paz.
El ejemplo de su heroica caridad y rigurosas mortificaciones corrió de boca en boca por todos los rincones, traspasando las fronteras de Ars. Y comenzaron a llegar las peregrinaciones que tomaron un sesgo insospechado en poco tiempo, ya que los testimonios que daban cuenta de la virtud del sacerdote se extendieron desde Lyon y Belley al resto de Francia y de Europa. Personas de toda condición, ricos y pobres, querían confesarse con él. Y el humilde confesionario sería prácticamente su única morada: «El confesionario es el ataúd donde me han sepultado estando todavía vivo», decía.
Milagrosamente pudo sobrevivir durante años apenas sin alimentarse y sin concederse el mínimo descanso, cosido materialmente a durísimas disciplinas que él mismo se infligía. Obediente, sencillo, humilde, agradecido, con gestos significativos como adquirir un paraguas de seda para una señora que lo acogió en su casa cuando estaba oculto, con el don de penetración de espíritus y el de lágrimas, este gran sacerdote, tierno y humano, murió el 4 de agosto de 1859. Había dado gloria a Dios y encumbrado con su santidad la pequeña aldea de Ars, prácticamente desconocida hasta que llegó, y que en adelante perviviría junto a su nombre. Pío X lo beatificó el 8 de enero de 1905. Pío XI lo canonizó el 31 de mayo de 1925, y en 1928 lo nombró patrono de los párrocos.