| Allí estuvimos cerca de una hora, él abriéndome su vida, yo, escuchando, en aquel banco, su casa, de ambiente otoñal pero cálido de encuentro. De toda aquella conversación me impactó algo que me contó, que quizás no sea lo más importante, pero habla mucho de nuestros prejuicios. Él solía ir habitualmente a otro bar a tomar un pincho y un chato de vino, hasta que un día el camarero le dijo –de manera educada- que no volviese por allí. Joaquín preguntó porqué y el dueño del bar le dijo que otro cliente le había visto durmiendo en la calle y que por eso aunque le pagara las consumiciones no quería que entrara más en su local. Esa fue la razón por la que no le permiten entrar al bar: no tener techo donde dormir. Quizá el del bar piense que da mala imagen para su negocio, o el otro cliente quiere vivir en su burbuja sin relacionarse con otros que lo estén pasando mal. Quizá no sea guapo, ni huela a perfume, ¿y qué? Joaquín es un hombre de carne y hueso, no es un indigente, ni un mendigo: es sobre todo persona, hijo de Dios, igual que tú y que yo. Y yo me quedo rumiando: ¿qué quiero para mi casa y mi vida?, ¿ser local VIP, o ser un hogar algo cutre pero que sea cruce de caminos? [* Programa de Red Íncola de atención en la calle a personas sin hogar en Valladolid] |
26 junio 2010
Ni indigente ni mendigo
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