DOMINGO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO
5 de julio de 2009 (ciclo A, año par)
Primera lectura
Sabrán que hubo un profeta en medio de ellos
Lectura de la profecía de Ezequiel 2, 2-5
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Salmo responsorial
Sal 122, 1 -2a. 2bcd. 3-4
R/. Nuestros ojos están en el Señor, A ti levanto mis ojos, |
Segunda lectura
Presumo de mis debilidades,
porque así residirá en mí la fuerza de Cristo
Lectura de la segunda carta del apóstol San Pablo a los Corintios, 12, 7b-10
Hermanos: |
Aleluya
Lc 4, 18
El Espíritu del Señor está sobre mí;
me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres
EVANGELIO
No desprecian a un profeta más que en su tierra
+ Lectura del santo evangelio según Marcos, 6, 1-6
En aquel tiempo, fue Jesús a su pueblo en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: |
COMENTARIO
No desprecian a un profeta más que en su tierra La Palabra de Dios que proclamamos hoy nos presenta a Dios que habla por medio de profetas a un pueblo incrédulo y rebelde. En el Evangelio vemos a Jesús visitando su pueblo, Nazaret. La visita de Jesús a Nazaret formula dudas sobre la persona de Cristo. No comprenden los de Nazaret que Jesús es el Mesías, ya que se quedan en la simple apariencia externa. Sus paisanos conservaban la imagen vieja del carpintero, y no comprendían sus palabras, ni la sabiduría que sale de su boca. Y desconfiaron de Él. Veían a Jesús como uno de ellos. Y la no aceptación de Jesús como Mesías impide que se realicen entre ellos los signos salvadores: los milagros presuponen la fe. La fe aboca a una decisión a favor de Cristo y a una confesión de Cristo ante los hombres. La fe es mucho más que tener unas ideas en la cabeza: la fe es vivir una historia de amor con Dios en la que la felicidad está en vivir haciendo su voluntad. Hoy Cristo sigue desconcertando: su palabra escandaliza, su mensaje engendra oposición y su vida es signo de contradicción. El cristiano es el que ve lo que los otros no ven y descubre a Cristo, el Señor, el Mesías, allí donde los otros no perciben más que a un hombre. En la primera lectura, Ezequiel es enviado por Dios a Israel, pueblo rebelde y obstinado, para que comunique sus designios salvadores. La tarea encomendada es difícil y, sin embargo, Dios hará saber que en medio del pueblo hay un profeta. El profeta se considera incapaz de realizar la más mínima actividad en orden a la salvación de su pueblo. El hombre ante Dios sólo puede poseer la grandeza de su disponibilidad para servir a Dios. El hombre, movido por Dios se lanza a la lucha y se convierte en testimonio de una nueva fuerza que está presente en la historia. Dios confía al hombre una misión, y esta misión va unida a una lucha continua. El llamado se coloca al lado de Dios. El profeta que ha dicho “sí” a la Palabra de Dios se coloca en un camino de soledad y sufrimiento en continua lucha con todo. Solamente el “Yo estoy contigo” de Dios es su fuerza y, en él apoyado, prolonga la lucha a lo largo de la existencia. San Pablo, por su misma experiencia, dice cómo Dios está presente en la debilidad humana para manifestar su poder y amor. Insistentemente le ha pedido a Dios que le libre del “aguijón”. Pero Dios sabe mejor lo que nos conviene. La humillación mantiene a raya el orgullo. Nos basta con su gracia; en nuestra debilidad se muestra el poder de Dios y que el éxito se debe sólo a Él. Por eso Dios elige instrumentos débiles. Y, ante un mundo que busca la grandeza, la eficacia humana, la grandiosidad de los medios, el Señor nos enseña hoy que la fuerza se realiza en la debilidad, que Él elige como siervos suyos a personas débiles, para que se vea que Dios es el que lleva la historia y los hombres somos meros instrumentos suyos. Por ello, ante el profeta y el apóstol, el cristiano no se fija en las apariencias ni en las debilidades humanas, sino en Aquel que le ha enviado y a quien representa: Dios
Compromiso semanal Pídele al Señor que te dé “ojos de fe” para poder descubrir cada día como actúa en tu vida.
La Palabra del Señor, luz para cada día 1ªlectura: Ezequiel 2, 2-5. El profeta ante el rostro de Dios cae al suelo. Se considera incapaz de realizar la más mínima actividad en orden a la salvación de su pueblo. Dios confía al profeta una misión, y esta misión va unida a una lucha continua. Es enviado a los israelitas, a los rebeldes de Israel, tercos y obstinados. Cuando habla como profeta, está pronunciando un mensaje que no es suyo sino de Dios. El profeta que ha dicho “sí” a la Palabra se coloca en un camino de soledad y sufrimiento en continua lucha con todo. Solamente el “Yo estoy contigo” de Yahvé es su fuerza y, en él apoyado, prolonga la lucha a lo largo de su existencia.
Salmo 122, 1-4. Nuestros ojos están en el Señor, esperando su misericordia. Esperar es la actitud clave de este salmo. Nos sugiere una espera humilde, vigilante y, sobre todo, perseverante. Como el siervo está atento al gesto de su señor, así también nosotros escuchamos la invitación del Señor a reconocer las señales de su presencia en el mundo.
2ª lectura: 2 Corintios 12, 7-10. San Pablo se encuentra sometido a una misteriosa espina (¿enfermedad?, ¿tentación?, ¿prueba?, no lo sabemos) que le mortifica. Ha tratado de quitarla. Ha orado con insistencia. Termina por aceptar gustoso su limitación y renuncia al deseo de verse librado de su carga. Termina, sobre todo, por someterse a la decisión de su Señor, que le ha hecho experimentar que “a los que aman a Dios todo les sirve para el bien”. Pablo comprende, por fin, que le gracia de Dios no se le ha dado como algo definitivo y de una vez por todas, sino como un acontecimiento siempre nuevo que renueva sin cesar la salvación en el hombre. Por eso repite la respuesta que le dio el Señor en su oración: “cuando soy débil, entonces soy fuerte”. En su limitación y debilidad obra la fuerza de Cristo. La debilidad y la impotencia humana de Pablo forman parte del proyecto divino de salvación. Para que se manifieste en todo su esplendor la fuerza salvadora de Dios a través de Cristo, Pablo tiene que ser débil. Puedes leer Filipenses 4, 13.
Evangelio: Marcos 6, 1-6. No desprecian a un profeta más que en su tierra. Haciendo uso del derecho que tenía todo israelita adulto, Jesús entra el sábado en la sinagoga y se pone a leer y a comentar la Escritura. Sus paisanos quedan asombrados: no saben de dónde saca su sabiduría. El asombro termina en escándalo e incomprensión: se niegan a reconocer a Dios en lo conocido y cotidiano. Miran, pero no ven; oyen, pero no entienden. Allí donde uno esperaría encontrar aliento, coraje, participación, puede encontrar indiferencia, incomprensión e incluso hostilidad.
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CALENDARIO LITÚRGICO
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