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25 febrero 2013

Comunicado Secretaría de Estado Vaticano.

Ofrecemos a continuación el comunicado emitido en la mañana de este sábado 23 de febrero por la Secretaría de Estado:

»La libertad del Colegio de Cardenales, que tiene la tarea, según establece el derecho, de elegir al Romano Pontífice, siempre ha sido fuertemente defendida por la Santa Sede, como garantía de una decisión que estuviera basada en evaluaciones motivadas únicamente por el bien de la Iglesia.

»A través de los siglos, los Cardenales han debido hacer frente a múltiples formas de presión ejercidas sobre los electores individuales y sobre el mismo Colegio y cuyo fin era condicionar su decisiones, doblegándolas a lógicas de tipo político o mundano.

»Si en el pasado eran las denominadas potencias, es decir, los Estados los que intentaban hacer valer sus condicionamientos en la elección del Papa, ahora se intenta poner en juego el peso de la opinión pública, a menudo sobre la base de evaluaciones que no reflejan el aspecto típicamente espiritual del momento que la Iglesia está experimentando.

»Es deplorable que, a medida que se acerca el inicio del cónclave y los cardenales electores estarán obligados, en conciencia y ante Dios, a expresar con plena libertad su elección, se multiplique la difusión de noticias, a menudo no verificadas o no verificables, o incluso falsas, incluso con graves perjuicios para las personas y las instituciones.

»Nunca como en estos momentos, los católicos se han centrado tanto en lo esencial: rezan por el Papa Benedicto XVI, rezan para que el Espíritu Santo ilumine al Colegio de Cardenales,rezan por el futuro pontífice, confiados en que la suerte de la barca de Pedro está en las manos de Dios”.

Campaña para destruir la Iglesia.

Ecce Adsum

El aluvión de manipulaciones y aun de burdas mentiras sobre la Iglesia católica se despeña como una catarata de aguas embravecidas sobre los lectores, oyentes y espectadores en los países supuestamente democráticos.

Lo que ningún medio medianamente serio aceptaría como información en cualquier otro ámbito, se convierte en noticia de portada (“noticia”) si denigra, difama o calumnia a la Iglesia y a sus representantes.

Anoche navegué unos minutos por los telediarios. En una de las cadenas, propiedad de un político italiano cuya vida está más relacionada con la prostitución y la corrupción de todo tipo que con el bien común, se habló del último Angelus de Benedicto XVI y a continuación se emitieron tres prolijos videos en los que se advertía acerca de la presencia de un supuesto homosexual (el cardenal Keith O’Brien) y de un cómplice de la pederastia (cardenal Roger Mahony) en el cónclave.

Para redondear la faena, una crónica desde Tierra Santa hablaba de unos no concretados “problemas” del cónclave y de la Iglesia y de que el Papa alemán se había mostrado muy laxo con el Holocausto.

Ejemplos similares proliferan estos días en toda la prensa europea y norteamericana. El caso de las mentiras de la prensa italiana a propósito de un tan escandaloso como falso informe no es más que un ejemplo entre los muchos que surgen por doquier en países que tienen a gala el rigor y la libertad de sus medios de comunicación.

El viejo, burdo recurso de mezclar las noticias de la iglesia con la difusión sistemática de hechos negativos para sus pastores no nos ha abandonado desde las campañas lideradas por periódicos norteamericanos contra miembros de la Iglesia acusados de pederastia, con razón o sin ella. Una gran parte de aquellas acusaciones mediáticas se demostraron falsas. Pero los adalides de la libertad jamás pidieron perdón. Y ahora renuevan sus ataques.

Hoy podemos hablar de una campaña internacional organizada para destruir la Iglesia a través del cónclave.

El riesgo de que los medios de comunicación traten de suplantar a la Iglesia a la hora de elegir nuevo Papa no es ya una amenaza sino una agria realidad.

El pasado 14 de febrero, en el Aula Pablo VI, Benedicto XVI señaló en una esclarecedora intervención ante los sacerdotes de la diócesis de Roma:
“[El Vaticano II] fue el Concilio de los medios de comunicación. Fue casi un Concilio en sí mismo, y el mundo percibió al Concilio a través de éstos, a través de los medios de comunicación”  (texto completo del encuentro de Benedicto XVI con los párrocos y el clero de Roma).
En estos momentos el cónclave que está a punto de empezar corre el grave peligro de ser secuestrado por los medios de comunicación, como sucedió con el Concilio Vaticano II. Cincuenta años después de aquel robo, la iglesia todavía no se ha recuperado.

A los creyentes nos toca ahora luchar contra la mentira en la medida de nuestras posibilidades. Nos toca denunciar la difamación allí donde se produzca. Nos toca multiplicar nuestra presencia pública y proclamar nuestra fe y confianza en el Espíritu Santo, y por lo tanto nuestro apoyo sin fisuras al colegio cardenalicio.

La batalla que se avecina, y de la que conocemos tan solo estas primeras escaramuzas, nos concierne de una manera personal a cada uno de nosotros, los católicos. De modo que preparémonos para presenciar ataques y supuestas revelaciones que provocarán mucho más escándalo, aunque casi nadie se preocupe de comprobar su veracidad: esta es la guerra de la mentira.

Se están convocando en todas las diócesis numerosos actos de oración en los próximos días. Serán una buena oportunidad para mostrar al mundo que más allá de sus (de nuestros) pecados, la Iglesia, motor civilizador de la humanidad, sigue siendo el lugar donde el ser humano alcanza su plena dignidad y el hogar de cuantos compartimos el misterio esperanzado de una fe que la mentira nunca ha podido destruir.

Benedicto XVI: Último Ángelus.

Dios me llama a "subir al monte" pero no significa abandonar a la Iglesia. Si me pide esto es para poder servirla con la misma entrega y el mismo amor de siempre

Último Ángelus de Benedicto XVI

Ciudad del Vaticano, 24 de febrero de 2013 (Zenit.org) Benedicto XVI

A las 12 de hoy, Benedicto XVI se asomó a la venta de su estudio en el Palacio Apostólico Vaticano para recitar el Ángelus con los fieles y los peregrinos congregados en la Plaza de San Pedro. Este es el último Ángelus del papa Ratzinger, antes de la audiencia general en esta misma plaza con la que se despedirá de los fieles de la Iglesia católica antes de su retiro a Castel Gandolfo y luego al monasterio Mater Ecclesiae en el Vaticano. Ofrecemos las palabras del papa antes de la oración mariana:

¡Queridos hermanos y hermanas!

En el segundo domingo de Cuaresma la Liturgia nos presenta siempre el Evangelio de la Transfiguración del Señor. El evangelista Lucas destaca de modo especial el hecho de que Jesús se transfigurara mientras oraba: la suya es una experiencia profunda de relación con el Padre durante una especie de retiro espiritual que Jesús vive sobre un alto monte en compañía de Pedro, Santiago y Juan, los tres discípulos siempre presentes en los momentos de la manifestación divina del Maestro (Lc 5,10; 8,51; 9,28). El Señor, que poco antes había preanunciado su muerte y resurrección (9,22), ofrece a los discípulos un anticipo de su gloria. Y también en la Transfiguración, como en el bautismo, resuena la voz del Padre celeste: «Este es mi hijo, el predilecto, ¡Escuchadle!» (9,35). La presencia luego de Moisés y de Elías, que representan la Ley y los Profetas de la antigua Alianza, es muy significativa: toda la historia de la Alianza está orientada a El, el Cristo, que realiza un nuevo «éxodo» (9,31), no hacia la tierra prometida, como en el tiempo de Moisés, sino hacia el Cielo. La intervención de Pedro: «Maestro, qué bien estamos aquí» (9,33) representa el intento imposible de detener tal experiencia mística. Comenta san Agustín: «[Pedro]… sobre el monte… tenía a Cristo como alimento del alma. ¿Para qué descender para volver a las fatigas y a los dolores, mientras allí arriba estaba lleno de sentimientos de santo amor hacia Dios y que le inspiraban por ello una santa conducta?» (Discurso 78,3).
Meditando este pasaje del Evangelio, podemos extraer una enseñanza muy importante. Sobre todo, el primado de la oración, sin la cual todo el empeño del apostolado y de la caridad se reduce a activismo. En la Cuaresma, aprendemos a dar el justo tiempo a la oración, personal y comunitaria, que da aliento a nuestra vida espiritual. Además, la oración no es un aislarse del mundo y de sus contradicciones, como hubiera querido hacer Pedro sobre el Tabor, sino que la oración reconduce al camino, a la acción. «La existencia cristiana –escribí en el Mensaje para esta Cuaresma– consiste en un contínuo subir al monte del encuentro con Dios, para luego volver a bajar llevando el amor y la fuerza que de ello derivan, para servir a nuestros hermanos y hermanas con el mismo amor de Dios» (n. 3).
Queridos hermanos y hermanas, esta Palabra de Dios la siento de modo especial dirigida a mí, en este momento de mi vida. El Señor me llama a "subir al monte", a dedicarme aún más a la oración y a la meditación. Pero esto no significa abandonar a la Iglesia, al contrario, si Dios me pide esto es justamente para que yo pueda seguir sirviéndola con la misma dedicación y el mismo amor con el que lo he hecho hasta ahora, pero en un modo más adecuado a mi edad y mis fuerzas. Invoquemos la intercesión de la Virgen María: Ella nos ayude a todos a seguir siempre al Señor Jesús, en la oración y en la caridad activa.

23 febrero 2013

El Papa: volver al Concilio, brújula para la Iglesia del futuro

02/14/2013
El Papa: volver al Concilio, brújula para la Iglesia del futuro

«El mundo ha percibido el Concilio de los medios, no el de los padres, el de la fe».

Para intentar que la gente no perciba el cónclave de los medios, sino el de la Fe

AUDIENCIA CON LOS SACERDOTES ROMANOS
«Es necesaria una lectura del espíritu del Concilio Vaticano II», afirmó Benedicto XVI en su último encuentro con los sacerdotes de Roma

ALESSANDRO SPECIALE
CIUDAD DEL VATICANO
Fuente: Vatican Insider

 Un Benedicto visiblemente sereno y tranquilo (ahora que el gran peso del papado empieza a quedar atrás) se reunió esta mañana con los párrocos de Roma, para la tradicional cita que da inicio a la Cuaresma y que, este año ha asumido un significado inédito, después del anuncio de la renuncia del lunes pasado.

El Papa, que fue recibido con un caluroso aplauso, indicó que ya no tiene las fuerzas para hacer «un gran discurso», pero demostró su lucidez intelectual durante cuarenta minutos.

Como había hecho ayer durante la audiencia general, el Papa agradeció antes que nada por el apoyo «casi físico» que recibió a través de la fuerza de la oración y, por primera vez, indicó públicamente su voluntad de permanecer alejado de los reflectores después del 28 de febrero, cuando dejará oficialmente el trono de Pedro.

«Aunque ahora me retiro en oración –dijo a los párrocos romanos–, siempre estaré cerca y estoy seguro de que ustedes también estarán cerca de mí, aunque permanezca oculto para el mundo».

Como había anunciado, Benedicto XVI dedicó el encuentro con el clero de Roma a los recuerdos de su experiencia como perito en el Concilio Vaticano II. Comenzó con la siguiente anécdota: cuando le dijeron que se tenía que hablar ante Juan XXIII, tuvo miedo de equivocarse y de haber dicho algo que no estuviera a la altura. En cambio, el Pontífice lo felicitó.

Roncalli se dirigió al cardenal Frings, a propósito de la exposición del joven teólogo Joseph Ratzinger que usó Frings para una conferencia durante el periodo preconciliar; y Frings, que también tenía miedo de que el Papa lo regañara y que incluso le «quitara la púrpura», se sintió aliviado cuando escuchó el elogio hacia su asistente.

Después, el Papa volvió sobre la interpretación del Concilio, uno de los temas que han marcado su Pontificado: «El mundo ha percibido el Concilio de los medios, no el de los padres, el de la fe».

«El desafío –prosiguió– es encontrar en la palabra de Dios una palabra para hoy y para mañana. El Concilio de los periodistas tiene una hermenéutica diferente, política: el Concilio era lucha de poder entre facciones de la Iglesia. Entre los que buscaban la descentralización de la Iglesia, un papel para los laicos y la soberanidad popular, y entre los que insistían sobre el culto y la participación. La banalización del Concilio fue violenta, prevalecía una visión que nació fuera de la fe».


Una interpretación que ha llevado a la Iglesia a afrontar verdaderas «calamidades»: «Seminarios cerrados, conventos cerrados… El Concilio virtual fue más fuerte que el Concilio real, pero 50 años después, el Concilio verdadero se muestra con fuerza». Por ello, el Papa Ratzinger invitó a los sacerdotes de Roma: «Nuestra tarea en el Año de la Fe es que se lleve a cabo el verdadero Concilio Vaticano II».


Una de las misiones principales del Concilio, en los recuerdos del Papa, era la de volver a encauzar positivamente la relación entre la Iglesia y la modernidad: «La relación de la Iglesia con la modernidad había empezado de forma equivocada con el caso Galileo, queríamos corregir este comienzo».

De hecho, añadió, durante esos años, el sentimiento que estaba en el aire era que la Iglesia era una «realidad del pasado y no una realidad portadora de futuro. Nosotros esperábamos, en cambio, que la Iglesia tuviera más fuerza para el mañana».

Según el Papa Ratzinger, se cristalizaron las posiciones que llevaron a la banalización de la liturgia y a entender la sacralidad como un mero hecho de paganismo. «La traducción y la banalización de la idea del Concilio –explicó– hizo surgir una visión de ese encuentro fuera de la clave de la fe».
Pero esta visión errónea, a 50 años del Concilio, concluyó el Papa, se está «rompiendo», para que surja el «verdadero Concilio».

18 febrero 2013

III Encuentro por la Educación Integral. Las redes sociales.

El domingo 24 os esperamos a las 10 en el colegio Calderón del Grao de Gandia, para el III Encuentro por la la Educación Integral. Como sabéis este año nos centramos en el tema de las redes sociales, con una propuesta muy novedosa, pues la primera parte de la sesión será conjunta padres-hijos de diez años en adelante, seguida de un trabajo por separado en el que los padres trabajarán el taller "prevención y seguridad en la red" y los hijos el taller de "riesgos en la red". Concluiremos la mañana juntos de nuevo, con una puesta en común, padres-hijos.

Es muy importante que os animéis a vivir una mañana de domingo diferente, que os puede ayudar en este reto de "EN-RED-ARTE" en la que tanto se juega la educación integral de nuestros hijos y la convivencia familiar.

Recibid un cordial saludo.

Paco Carrió

CARTEL
III Encuentro por la Educación Integral. Las Redes Sociales.

DÍPTICO
Díptico III Jornada Educación Integral 2012 - 2013.




11 febrero 2013

Benedicto XVI renuncia al ministerio de Obispo de Roma


''Ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino''

Declaración del papa Benedicto XVI sobre su renuncia al pontificado

Ciudad del Vaticano, 11 de febrero de 2013 (Zenit.org). Benedicto XVI | 0 hitos

Reproducimos la declaración de Benedicto XVI, en el Consistorio Ordinario Público, de 10 de febrero, sobre su renuncia al ministerio de Obispo de Roma, sucesor de san Pedro.
*****
Queridísimos hermanos:
Os he convocado a este Consistorio, no sólo para las tres causas de canonización, sino también para comunicaros una decisión de gran importancia para la vida de la Iglesia. Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino. Soy muy consciente de que este ministerio, por su naturaleza espiritual, debe ser llevado a cabo no únicamente con obras y palabras, sino también y en no menor grado sufriendo y rezando. Sin embargo, en el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de san Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado. Por esto, siendo muy consciente de la seriedad de este acto, con plena libertad, declaro que renuncio al ministerio de Obispo de Roma, Sucesor de San Pedro, que me fue confiado por medio de los Cardenales el 19 de abril de 2005, de forma que, desde el 28 de febrero de 2013, a las 20.00 horas, la sede de Roma, la sede de San Pedro, quedará vacante y deberá ser convocado, por medio de quien tiene competencias, el cónclave para la elección del nuevo Sumo Pontífice.
Queridísimos hermanos, os doy las gracias de corazón por todo el amor y el trabajo con que habéis llevado junto a mí el peso de mi ministerio, y pido perdón por todos mis defectos. Ahora, confiamos la Iglesia al cuidado de su Sumo Pastor, Nuestro Señor Jesucristo, y suplicamos a María, su Santa Madre, que asista con su materna bondad a los Padres Cardenales al elegir el nuevo Sumo Pontífice. Por lo que a mi respecta, también en el futuro, quisiera servir de todo corazón a la Santa Iglesia de Dios con una vida dedicada a la plegaria.
Vaticano, 10 de febrero 2013.
BENEDICTUS PP. XVI

05 febrero 2013

Impactante

Impactante pero fiel reflejo de la realidad sobre los peligros del alcohol, drogas y demás en la  carretera ,,. vale la pena verlo para concienciarnos mas y más.....

04 febrero 2013

Mensaje de Cuaresma 2013.


MENSAJE DEL SANTO PADRE
BENEDICTO XVI
PARA LA CUARESMA 2013

Creer en la caridad suscita caridad
«Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1 Jn
4,16)

Queridos hermanos y hermanas:
La celebración de la Cuaresma, en el marco del Año de la fe, nos ofrece una ocasión preciosa para meditar sobre la relación entre fe y caridad: entre creer en Dios, el Dios de Jesucristo, y el amor, que es fruto de la acción del Espíritu Santo y nos guía por un camino de entrega a Dios y a los demás.
1. La fe como respuesta al amor de Dios
En mi primera Encíclica expuse ya algunos elementos para comprender el estrecho vínculo entre estas dos virtudes teologales, la fe y la caridad. Partiendo de la afirmación fundamental del apóstol Juan: «Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1 Jn 4,16), recordaba que «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva... Y puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4,10), ahora el amor ya no es sólo un “mandamiento”, sino la respuesta al don del amor, con el cual Dios viene a nuestro encuentro» (Deus caritas est, 1). La fe constituye la adhesión personal que incluye todas nuestras facultades a la revelación del amor gratuito y «apasionado» que Dios tiene por nosotros y que se manifiesta plenamente en Jesucristo. El encuentro con Dios Amor no sólo comprende el corazón, sino también el entendimiento: «El reconocimiento del Dios vivo es una vía hacia el amor, y el sí de nuestra voluntad a la suya abarca entendimiento, voluntad y sentimiento en el acto único del amor. Sin embargo, éste es un proceso que siempre está en camino: el amor nunca se da por “concluido” y completado» (ibídem, 17). De aquí deriva para todos los cristianos y, en particular, para los «agentes de la caridad», la necesidad de la fe, del «encuentro con Dios en Cristo que suscite en ellos el amor y abra su espíritu al otro, de modo que, para ellos, el amor al prójimo ya no sea un mandamiento por así decir impuesto desde fuera, sino una consecuencia que se desprende de su fe, la cual actúa por la caridad» (ib., 31a). El cristiano es una persona conquistada por el amor de Cristo y movido por este amor «caritas Christi urget nos» (2 Co 5,14), está abierto de modo profundo y concreto al amor al prójimo (cf. ib., 33). Esta actitud nace ante todo de la conciencia de que el Señor nos ama, nos perdona, incluso nos sirve, se inclina a lavar los pies de los apóstoles y se entrega a sí mismo en la cruz para atraer a la humanidad al amor de Dios.
«La fe nos muestra a Dios que nos ha dado a su Hijo y así suscita en nosotros la firme certeza de que realmente es verdad que Dios es amor... La fe, que hace tomar conciencia del amor de Dios revelado en el corazón traspasado de Jesús en la cruz, suscita a su vez el amor. El amor es una luz en el fondo la única que ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar» (ib., 39). Todo esto nos lleva a comprender que la principal actitud característica de los cristianos es precisamente «el amor fundado en la fe y plasmado por ella» (ib., 7).
2. La caridad como vida en la fe
Toda la vida cristiana consiste en responder al amor de Dios. La primera respuesta es precisamente la fe, acoger llenos de estupor y gratitud una inaudita iniciativa divina que nos precede y nos reclama. Y el «sí» de la fe marca el comienzo de una luminosa historia de amistad con el Señor, que llena toda nuestra existencia y le da pleno sentido. Sin embargo, Dios no se contenta con que nosotros aceptemos su amor gratuito. No se limita a amarnos, quiere atraernos hacia sí, transformarnos de un modo tan profundo que podamos decir con san Pablo: ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí (cf. Ga 2,20).
Cuando dejamos espacio al amor de Dios, nos hace semejantes a él, partícipes de su misma caridad. Abrirnos a su amor significa dejar que él viva en nosotros y nos lleve a amar con él, en él y como él; sólo entonces nuestra fe llega verdaderamente «a actuar por la caridad» (Ga 5,6) y él mora en nosotros (cf. 1 Jn 4,12).
La fe es conocer la verdad y adherirse a ella (cf. 1 Tm 2,4); la caridad es «caminar» en la verdad (cf. Ef 4,15). Con la fe se entra en la amistad con el Señor; con la caridad se vive y se cultiva esta amistad (cf. Jn 15,14s). La fe nos hace acoger el mandamiento del Señor y Maestro; la caridad nos da la dicha de ponerlo en práctica (cf. Jn 13,13-17). En la fe somos engendrados como hijos de Dios (cf. Jn 1,12s); la caridad nos hace perseverar concretamente en este vínculo divino y dar el fruto del Espíritu Santo (cf. Ga 5,22). La fe nos lleva a reconocer los dones que el Dios bueno y generoso nos encomienda; la caridad hace que fructifiquen (cf. Mt 25,14-30).
3. El lazo indisoluble entre fe y caridad
A la luz de cuanto hemos dicho, resulta claro que nunca podemos separar, o incluso oponer, fe y caridad. Estas dos virtudes teologales están íntimamente unidas por lo que es equivocado ver en ellas un contraste o una «dialéctica». Por un lado, en efecto, representa una limitación la actitud de quien hace fuerte hincapié en la prioridad y el carácter decisivo de la fe, subestimando y casi despreciando las obras concretas de caridad y reduciéndolas a un humanitarismo genérico. Por otro, sin embargo, también es limitado sostener una supremacía exagerada de la caridad y de su laboriosidad, pensando que las obras puedan sustituir a la fe. Para una vida espiritual sana es necesario rehuir tanto el fideísmo como el activismo moralista.
La existencia cristiana consiste en un continuo subir al monte del encuentro con Dios para después volver a bajar, trayendo el amor y la fuerza que derivan de éste, a fin de servir a nuestros hermanos y hermanas con el mismo amor de Dios. En la Sagrada Escritura vemos que el celo de los apóstoles en el anuncio del Evangelio que suscita la fe está estrechamente vinculado a la solicitud caritativa respecto al servicio de los pobres (cf. Hch 6,1-4). En la Iglesia, contemplación y acción, simbolizadas de alguna manera por las figuras evangélicas de las hermanas Marta y María, deben coexistir e integrarse (cf. Lc 10,38-42). La prioridad corresponde siempre a la relación con Dios y el verdadero compartir evangélico debe estar arraigado en la fe (cf. Audiencia general 25 abril 2012). A veces, de hecho, se tiene la tendencia a reducir el término «caridad» a la solidaridad o a la simple ayuda humanitaria. En cambio, es importante recordar que la mayor obra de caridad es precisamente la evangelización, es decir, el «servicio de la Palabra». Ninguna acción es más benéfica y, por tanto, caritativa hacia el prójimo que partir el pan de la Palabra de Dios, hacerle partícipe de la Buena Nueva del Evangelio, introducirlo en la relación con Dios: la evangelización es la promoción más alta e integral de la persona humana. Como escribe el siervo de Dios el Papa Pablo VI en la Encíclica Populorum progressio, es el anuncio de Cristo el primer y principal factor de desarrollo (cf. n. 16). La verdad originaria del amor de Dios por nosotros, vivida y anunciada, abre nuestra existencia a aceptar este amor haciendo posible el desarrollo integral de la humanidad y de cada hombre (cf. Caritas in veritate, 8).
En definitiva, todo parte del amor y tiende al amor. Conocemos el amor gratuito de Dios mediante el anuncio del Evangelio. Si lo acogemos con fe, recibimos el primer contacto indispensable con lo divino, capaz de hacernos «enamorar del Amor», para después vivir y crecer en este Amor y comunicarlo con alegría a los demás.
A propósito de la relación entre fe y obras de caridad, unas palabras de la Carta de san Pablo a los Efesios resumen quizá muy bien su correlación: «Pues habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es un don de Dios; tampoco viene de las obras, para que nadie se gloríe. En efecto, hechura suya somos: creados en Cristo Jesús, en orden a las buenas obras que de antemano dispuso Dios que practicáramos» (2,8-10). Aquí se percibe que toda la iniciativa salvífica viene de Dios, de su gracia, de su perdón acogido en la fe; pero esta iniciativa, lejos de limitar nuestra libertad y nuestra responsabilidad, más bien hace que sean auténticas y las orienta hacia las obras de la caridad. Éstas no son principalmente fruto del esfuerzo humano, del cual gloriarse, sino que nacen de la fe, brotan de la gracia que Dios concede abundantemente. Una fe sin obras es como un árbol sin frutos: estas dos virtudes se necesitan recíprocamente. La cuaresma, con las tradicionales indicaciones para la vida cristiana, nos invita precisamente a alimentar la fe a través de una escucha más atenta y prolongada de la Palabra de Dios y la participación en los sacramentos y, al mismo tiempo, a crecer en la caridad, en el amor a Dios y al prójimo, también a través de las indicaciones concretas del ayuno, de la penitencia y de la limosna.
4. Prioridad de la fe, primado de la caridad
Como todo don de Dios, fe y caridad se atribuyen a la acción del único Espíritu Santo (cf. 1 Co 13), ese Espíritu que grita en nosotros «¡Abbá, Padre!» (Ga 4,6), y que nos hace decir: «¡Jesús es el Señor!» (1 Co 12,3) y «¡Maranatha!» (1 Co 16,22; Ap 22,20).
La fe, don y respuesta, nos da a conocer la verdad de Cristo como Amor encarnado y crucificado, adhesión plena y perfecta a la voluntad del Padre e infinita misericordia divina para con el prójimo; la fe graba en el corazón y la mente la firme convicción de que precisamente este Amor es la única realidad que vence el mal y la muerte. La fe nos invita a mirar hacia el futuro con la virtud de la esperanza, esperando confiadamente que la victoria del amor de Cristo alcance su plenitud. Por su parte, la caridad nos hace entrar en el amor de Dios que se manifiesta en Cristo, nos hace adherir de modo personal y existencial a la entrega total y sin reservas de Jesús al Padre y a sus hermanos. Infundiendo en nosotros la caridad, el Espíritu Santo nos hace partícipes de la abnegación propia de Jesús: filial para con Dios y fraterna para con todo hombre (cf. Rm 5,5).
La relación entre estas dos virtudes es análoga a la que existe entre dos sacramentos fundamentales de la Iglesia: el bautismo y la Eucaristía. El bautismo (sacramentum fidei) precede a la Eucaristía (sacramentum caritatis), pero está orientado a ella, que constituye la plenitud del camino cristiano. Análogamente, la fe precede a la
caridad, pero se revela genuina sólo si culmina en ella. Todo parte de la humilde aceptación de la fe («saber que Dios nos ama»), pero debe llegar a la verdad de la caridad («saber amar a Dios y al prójimo»), que permanece para siempre, como cumplimiento de todas las virtudes (cf. 1 Co 13,13).
Queridos hermanos y hermanas, en este tiempo de cuaresma, durante el cual nos preparamos a celebrar el acontecimiento de la cruz y la resurrección, mediante el cual el amor de Dios redimió al mundo e iluminó la historia, os deseo a todos que viváis este tiempo precioso reavivando la fe en Jesucristo, para entrar en su mismo torrente de amor por el Padre y por cada hermano y hermana que encontramos en nuestra vida. Por esto, elevo mi oración a Dios, a la vez que invoco sobre cada uno y cada comunidad la Bendición del Señor.
Vaticano, 15 de octubre de 2012

BENEDICTUS PP. XVI