Páginas

25 noviembre 2017

El miedo hacia los migrantes.

“Los que fomentan el miedo hacia los migrantes, en ocasiones con fines políticos, en lugar de construir la paz siembran violencia, discriminación racial y xenofobia, que son fuente de gran preocupación para todos aquellos que se toman en serio la protección de cada ser humano”, ha dicho esta semana el Papa en su mensaje para la celebración de la LI Jornada Mundial de la Paz.
Y, bueno, claro, ¿quién puede estar a favor de quienes fomentan el miedo, mucho más hacia unos hermanos nuestros que vienen huyendo de unas condiciones peores, sino de verdaderas tragedias humanas? El Santo Padre nos recuerda esa común humanidad y esa caridad urgente que debe aplicar el cristiano hacia los más necesitados.
Pero si el Papa subraya lo que es de justicia que subraye el Vicario de Cristo, la caridad, no creo que sea irrespetuoso por nuestra parte puntualizar algunos aspectos de su mensaje. Por ejemplo, cuando dice que los inmigrantes “traen consigo la riqueza de su valentía, su capacidad, sus energías y sus aspiraciones, y por supuesto los tesoros de su propia cultura, enriqueciendo así la vida de las naciones que los acogen”.
Es seguramente cierto que muchos, quizá una mayoría, traen todo eso. Pero, quitando que a menudo en su “propia cultura” no hay solo “tesoros”, habría que suspender la fe en el Dogma del Pecado Original para pensar que solo traen eso. No creo que sea sensato, por huir de la demonización del inmigrante, caer en su idealización.
Esta semana recordábamos, por ejemplo, un ejemplo de esa “propia cultura” con la que llegan muchos de esos inmigrantes en su extremo más dramático, al anunciar la identificación de los cadáveres de los 21 cristianos degollados en Libia. El Obispo copto católico de Guiza en Egipto, Mons. Anba Antonios Aziz Mina, dijo que en el video las víctimas del ISIS “en el momento de su bárbara ejecución, repiten: ‘Señor Jesucristo”. De hecho, no pocos cristianos de Oriente Medio llegan a Occidente huyendo de una persecución que, para su horror, reencuentran en nuestras ciudades.
Ha sido semana de “otras culturas”, de encuentro y de choque. En lo primero, hemos tenido la reunión del Papa con representantes de la Iglesia Asiria en el Vaticano, quizá la confesión cristiana que más martirios está sufriendo en este momento.
Es sorprendente la entereza y vivencia extrema de la fe de esos cristianos en una persecución que, si hoy es sangrienta y violenta, ha sido también constante a lo largo de los siglos, desde la primera predicación de la fe en esas tierras. Sobre todo cuando se compara a la frivolidad doctrinal de las denominaciones europeas, como la Iglesia Sueca -luterana y oficial-, que ha prohibido referirse a Dios con los términos Él o Padre.
Suecia, es cierto, es un caso límite de inversión de valores. De hecho, nos hacíamos eco de la noticia de que se acaba de publicar allí un libro con todos los parabienes de las autoridades educativas, dirigido a los preescolares, donde se fomenta la transexualidad. Se nos ocurren pocas cosas más perversas.
Es un proyecto de deshumanización que sigue teniendo su máximo exponente en el aborto, un horrible negocio que la Cultura de la Muerte ha convertido en verdadero 'sacramento' y del que se deriva todo tipo de maldades, como revela una exempleada de Planned Parenthood: ‘No difería de una traficante de esclavos’.
Pero si el de Suecia es un caso extremo, la fe tampoco pasa por su mejor momento en nuestra propia iglesia, en nuestro propio país. Cada año, a medida que se aproxima la Navidad los cristianos tenemos que tragarnos la dosis habitual de sermoneo laico, de incitación a la increencia y de burlas de mayor o menor calibre. Bien, digamos que eso está en el guion, y tenemos la piel dura.
Lo triste es cuando uno lee que un colegio católico de Lérida suspende el Belén viviente porque “no hay nada que celebrar”. La razón es que hay dos implicados en casos de sedición por el 1-O que están en la cárcel de Soto del Real.
No entramos en la causa, no opinamos aquí de la justicia o injusticia de la detención. Pero supeditar la alegría de la Navidad, la celebración de que Dios se ha hecho hombre para salvarnos, al destino penal de quien sea, es no haber entendido nada. O haber cambiado la fe en Cristo por la fe en la Nación.
El otro caso que traemos como ejemplo de decadencia no es tan grave, pero sí significativo. Nos referimos a la 'brillante' idea de la Conferencia Episcopal de celebrar la festividad de Santa Cecilia, Patrona de la Música, colgando en redes sociales una versión orquestal de ‘Despacito’.
No es ya solo deprimente que la Iglesia haya pasado de inspirar el Réquiem de Mozart a copiarle al mundo algo tan vulgar como 'Despacito'; es que el mensaje de la canción elegida no puede ser más inadecuado para celebrar nada, y menos la música litúrgica.
No deja de ser un caso de 'colonización ideológica' de aquellas contra las que nos advierte el Papa Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta el cuarto jueves de noviembre. Suprimir la libertad, borrar la memoria, adoctrinar a los jóvenes: esos son, según Su Santidad, los tres indicadores de las colonizaciones culturales e ideológicas de todos los tiempos.
Gabriel Ariza Rossy