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27 marzo 2011

Campaña en EEUU para promover el matrimonio

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Benedicto XVI: ¡Dios no es un peligro para la sociedad!





PARÍS / CIUDAD DEL VATICANO, viernes 25 de marzo de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el texto del videomensaje que el Papa Benedicto XVI dirigió a los participantes en el “Atrio de los Gentiles”, el encuentro de diálogo con los no creyentes promovido por el Consejo Pontificio para la Cultura sobre el tema “Ilustración, religión, razón común”, que concluyó en París este viernes por la noche, en el atrio de la catedral de Notre-Dame.
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Queridos jóvenes,  queridos amigos:
       Sé que os habéis reunido en gran número en el atrio de Notre-Dame de París, siguiendo la invitación del cardenal André Vingt-Trois, Arzobispo de París, y del cardenal Gianfranco Ravasi, Presidente del Pontificio Consejo de la Cultura. Os saludo a todos, sin olvidar a los hermanos y amigos de la Comunidad de Taizé. Doy las gracias al  Pontificio Consejo por haber acogido y dado curso a mi invitación de abrir en la Iglesia “atrios de los gentiles", una imagen que evoca el espacio abierto en la amplia explanada junto al Templo de Jerusalén, que permitía  a todos los que no compartían la fe de Israel acercarse al Templo e interrogarse sobre la religión. En aquel lugar podían encontrarse con los escribas,  hablar de la fe e incluso rezar al Dios desconocido. Y si, en aquella época, el atrio era al mismo tiempo un lugar de exclusión, ya que los “gentiles” no tenían derecho a entrar en el espacio sagrado, Cristo Jesús vino para “derribar el muro que separaba” a judíos y gentiles. “Reconcilió con Dios a los dos pueblos, uniéndolos en un solo cuerpo mediante la cruz, dando muerte, en él, al odio. Vino y trajo la noticia de la paz…”, como San Pablo nos dice (cf. Ef  2, 14-17).
       En el corazón de la Ciudad de las Luces, frente a esta magnífica obra maestra de la cultura religiosa francesa, Notre-Dame de París, se abre un gran atrio para dar un nuevo impulso al encuentro respetuoso y amistoso entre personas de convicciones diferentes. Vosotros jóvenes, creyentes y no creyentes, igual que en la vida cotidiana, esta noche queréis estar juntos para reuniros y hablar de los grandes interrogantes de la existencia humana. Hoy en día, muchos reconocen que no pertenecen a ninguna religión, pero desean un  mundo nuevo y  más libre, más justo y más solidario, más pacífico y más feliz. Al dirigirme a vosotros, tengo en cuenta todo lo que tenéis que deciros: los no creyentes queréis interpelar a los creyentes, exigiéndoles, en particular, el testimonio de una vida que sea coherente con lo que profesan y rechazando cualquier desviación de la religión que la haga inhumana. Los creyentes queréis decir  a vuestros amigos que este tesoro que lleváis dentro merece ser compartido, merece una pregunta, merece que se reflexione sobre él. La cuestión de Dios no es un peligro para la sociedad, no pone en peligro la vida humana. La cuestión de Dios no debe estar ausente de los grandes interrogantes de nuestro tiempo.
       Queridos amigos, tenéis que construir puentes entre vosotros. Aprovechad la oportunidad que se os presenta para descubrir en lo más profundo de vuestras conciencias, a través de una reflexión  sólida y razonada, los caminos de un diálogo precursor y profundo. Tenéis mucho que deciros unos a otros. No cerréis vuestras conciencias a los retos y problemas que tenéis ante vosotros.
       Estoy profundamente convencido de que el encuentro entre la  realidad de la fe y de la razón permite que el ser humano se encuentre a sí mismo. Pero muy a menudo la razón se doblega a la presión de los intereses y a la atracción de lo útil, obligada a reconocer esto como criterio último. La búsqueda de la verdad no es fácil. Y si cada uno está llamado a decidirse con valentía por la verdad es porque no hay atajos hacia la felicidad y la belleza de una vida plena. Jesús lo dice en el Evangelio: “La verdad os hará libres”.
       Queridos jóvenes, es tarea vuestra lograr que en vuestros países y en Europa creyentes y no creyentes reencuentren el camino del diálogo. Las religiones no pueden tener miedo de una laicidad justa, de una laicidad abierta que permita a cada uno y a cada una vivir lo que cree, de acuerdo con su conciencia. Si se trata de construir un mundo de libertadigualdad y fraternidad, creyentes y no creyentes tienen que sentirse libres de serlo, iguales en sus derechos de vivir su vida personal y comunitaria con fidelidad a sus convicciones, y tienen que ser hermanos entre sí. Un motivo fundamental de este atrio de los Gentiles es promover esta fraternidad más allá de las convicciones, pero sin negar las diferencias. Y, más profundamente aún, reconociendo que sólo Dios, en Cristo, libera interiormente y nos permite reencontrarnos en la verdad como hermanos.
       La primera actitud que hay que tener o las acciones que podéis realizar conjuntamente es respetar, ayudar y amar a todo ser humano, porque es criatura de Dios y en cierto modo el camino que conduce a Él. Continuando lo que estáis viviendo esta noche, contribuid a derribar los muros del miedo al otro, al extranjero, al que no se os parece, miedo que nace a menudo del desconocimiento mutuo, del escepticismo o de la indiferencia. Procurad estrechar lazos con todos los jóvenes sin distinción alguna, es decir, sin olvidar a los que viven en la pobreza o en la soledad, a los que sufren por culpa del paro, padecen una enfermedad o se sienten al margen de la sociedad.
       Queridos jóvenes, no es sólo vuestra experiencia de vida lo que podéis compartir, también vuestro modo de orar. Creyentes y no creyentes, presentes en este atrio del Desconocido, estáis invitados a entrar también en el espacio sagrado, a franquear el magnífico pórtico de Notre-Dame y entrar en la catedral para hacer un rato de oración. Esta oración será para algunos de vosotros una oración a un Dios conocido por la fe, pero también puede ser para otros una oración al Dios Desconocido. Queridos jóvenes no creyentes, uniéndoos a aquellos que en Notre-Dame están rezando, en este día de la Anunciación del Señor, abrid vuestros corazones a los textos sagrados, dejaos interpelar por la belleza de los cantos, y si realmente lo deseáis, dejad que los sentimientos que hay dentro de vosotros se eleven hacia el Dios Desconocido.
       Me alegro de haber podido dirigirme a vosotros esta noche en esta inauguración del atrio de los Gentiles. Espero que respondáis también a otras convocatorias que os propongo, especialmente a la Jornada Mundial de la Juventud, que se celebrará este verano en Madrid. El Dios que los creyentes aprenden a conocer os invita a descubrirlo y vivir con Él cada vez más. ¡No tengáis miedo! Caminando juntos hacia un mundo nuevo, buscad al Absoluto y buscad a Dios, incluso vosotros para quien Dios es el Dios Desconocido. Y que Aquel que ama a todos y a cada uno de vosotros os bendiga y os guarde. Él cuenta con vosotros para cuidar de los demás y del futuro. También vosotros podéis contar con Él.
[Versión en español del original francés distribuida por la Santa Sede
©Libreria Editrice Vaticana]

Evangelio del domingo 27 de marzo: Del corazón, de sus pozos y su sed

Evangelio del domingo: Del corazón, de sus pozos y su sed

Por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo
CIUDAD DEL VATICANO, viernes 25 de marzo de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario al Evangelio del próximo domingo, tercera de Cuaresma (Juan 4, 5-42), 27 de marzo, redactado por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo.
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Lectura del santo evangelio según san Juan  4, 5‑15. 19b‑26. 39a. 40‑42


En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía. Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice: ‑ «Dame de beber.»
Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida.
La samaritana le dice: ‑ «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?» Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.
Jesús le contestó: ‑ «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva.» La mujer le dice: ‑ «Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?»
Jesús le contestó: ‑ «El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.»
La mujer le dice: ‑ «Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla. Veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén.»
Jesús le dice: ‑ «Créeme, mujer: se acerca. la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos.
Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le, den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad.»
La mujer le dice: ‑ «Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo.» Jesús le dice: ‑ «Soy yo, el que habla contigo.»
En aquel pueblo muchos creyeron en él. Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer: ‑ «Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo.»
 
Palabra del Señor.


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 Dame un poco de sed, que me estoy muriendo de agua. Así podría rezar el grito de una generación que teniéndolo casi todo, parece que no logra descubrir el sentido de la vida. Dentro de nuestro camino cuaresmal hoy se nos propone una escena conocida: la samaritana. El pozo en la literatura bíblica, es un lugar de encuentro, un espacio donde descansar y compartir. Los pozos determinan el itinerario terrestre y espiritual de aquel Pueblo que atravesó un desierto para llegar a la tierra de la Promesa. Por eso el pozo, el agua, se convertirán en símbolos de la cercanía de Dios, de la vida que ese Dios ofrece a sus hijos. La ausencia del agua será siempre para el Pueblo nómada y peregrino, una dura prueba que muchas veces terminará en infidelidad, en desconfianza e incluso en apos­tasía de Dios, como nos dirá la primera lectura de la misa.
        Un pozo, una mujer y Jesús encuadran el Evangelio de este domingo. A lo largo de todo el relato, se van mezclando dos símbolos que en parte representan el centro de la persona, el corazón del hombre: el marido y el agua. La vida de aquella mujer había trans­currido entre maridos y entre viajes al pozo para sacar agua. La insuficiencia de un afecto no colmado (los seis maridos) y la insuficiente agua para calmar una sed insaciada (el pozo de Sicar), nos llevan a pensar en la otra insuficiencia: la de una tradición religiosa que aun teniendo rasgos de la que Jesús venía a culminar con su propia revelación, si faltaba Él era incompleta.
        Por eso en el evangelio de Juan, el Señor se presentará como el Agua que sacia y como el Esposo que no desilusiona. Cuando no daban más de sí nuestros esfuerzos y empeños y seguíamos arrastrando todas las insuficiencias, lo que representa también en nosotros los mari­dos y la sed, el desencanto y la fatiga, ha venido a nuestro lado como esposo, como amigo, como agua... el Mesías esperado.
        Desde todas nuestras preguntas, afanes y preocupaciones, desde nuestra aspiración a habitar un mundo más humano y fraterno que el que nos pinta la crónica diaria, Dios se nos acerca en nuestro camino, se sienta junto al brocal de nuestros pozos y cansancios, para revelársenos como nuestra fuente y nuestra sed. Ojalá que también nosotros podamos contagiar a nuestras gentes como aquella mujer lo hizo con los de su pueblo, y también nuestros contemporáneos puedan testimoniar: «Ya no creemos por lo que tú dices, nosotros mismos lo hemos oído y sa­bemos que Él es de verdad el Salvador del mundo» (Jn 4,42).

SEXUALIDAD CONYUGAL

ESTO NO SE SABE NI INTERESA QUE SE SEPA.... PERO HAY QUE LEERLO.

ESTO NO INTERESA QUE SE SEPA, CLARO!!!!!!!!!!!!

 
Estas son las cifras de la odiada Iglesia Católica
· 5.141 Centros de enseñanza; 990.774 alumnos. (Ahorran al Estado 3 millones de euros por centro al año)
· 107 hospitales (Ahorran al Estado 50 millones de euros por hospital al año)
· 1.004 centros; entre ambulatorios, dispensarios, asilos, centros de minusválidos, de transeúntes y de enfermos terminales de SIDA; un total de 51.312 camas (Ahorran al Estado 4 millones de euros por centro al año)
· Gasto de Cáritas al año: 155 millones de euros (salidos del bolsillo de los cristianos españoles.)
· Gasto de Manos Unidas: 43 millones de euros (del mismo bolsillo)
· Gasto de las Obras Misionales Pontificias (Domund): 21 millones de euros (¿Imaginan de dónde sale?)
· 365 Centros de reeducación para marginados sociales: ex-prostitutas, ex-presidiarios y ex-toxicómanos; 53.140 personas. (Ahorran al Estado, medio millón de euros por centro)
· 937 orfanatos; 10.835 niños abandonados. (Ahorran al Estado 100.000 euros por centro)
· El 80 % del gasto de conservación y mantenimiento del Patrimonio
histórico-artístico. (Se ha calculado un ahorro aproximado al Estado de entre 32.000 y 36.000 millones de euros al año)
A todo esto tenemos que sumar que casi la totalidad de personas que trabajan o colaboran con Manos Unidas, Cáritas, etc… son voluntarios 'sin sueldo' (aunque a algunos les extrañe es cierto, hay personas que trabajan por los demás sin pedir a cambio un salario), realizando su labor para ayudar a los demás sin pedir nada a cambio. ¿En cuánto podríamos cuantificar su trabajo?
Esta es la razón por la cual el Estado sigue dando algunas ayudas a la Iglesia Católica, por que le sale muy, pero que muy barato.
Lo asombroso es que nadie (o muy pocos) saben de este ahorro esencial para que la economía española 'vaya bien...'.
  Reenviemos este artículo para que llegue a quienes critican injustamente a la Iglesia por cualquier motivo ¿Por qué nos vamos a avergonzar de nuestra Iglesia?
  
Nos sentimos orgullosos de ser católicos

 
¿POR QUÉ NO SE DA PUBLICIDAD A TODO ESTO EN LA PRENSA, RADIO Y TELEVISIÓN?

VAMOS A DARLO NOSOTROS, REENVIAR, PERO COMO CCO.

18 marzo 2011

Jornada por la vida. Siempre hay una razón para vivir.


Obispos españoles: “Siempre hay una razón para vivir”
Sorprendente campaña por la Vida 2011 de la Conferencia Episcopal Española
MADRID, jueves 17 de marzo de 2011 (ZENIT.org).- La Conferencia Episcopal Española presentó la Campaña por la Vida 2011 con el lema “Siempre hay una razón para vivir”. La Jornada por la Vida se celebra el 25 de marzo, festividad de la Encarnación del Señor.
En la nota que los obispos de la subcomisión episcopal de Familia y Vida han hecho públicacon motivo de esta campaña, afirman: “La vida de cada ser humano es sagrada”. Sin embargo –añaden--, “existe en la actualidad una oscuridad que lleva a no apreciar la grandeza y belleza de cada vida humana amada eternamente por Dios”.
Según los prelados, “esta oscuridad sobre el origen sagrado y la dignidad absoluta de la vida humana se extiende a otros momentos de la existencia de las personas en los que se muestra y experimenta la fragilidad”.
“Son muchos --añaden- los que no descubren que la vida es un bien cuando viene acompañada por enfermedades graves, minusvalías psíquicas o físicas, momentos de pobreza, de soledad, de la debilidad que acompaña el paso de los años o en el momento del ocaso de la propia vida”.
“Cuando la sociedad no sabe dar sentido al dolor o a la fragilidad humana y abandona a las personas a su soledad, los miembros de la Iglesia nos sentimos urgidos para responder con el amor de Cristo y engendrar esperanza en personas que, al sentirse queridas y acompañadas en su sufrimiento o soledad, pueden superar engaños y dolores; es decir, pueden encontrar la razón para vivir”, afirman.
Para la campaña, se han distribuido en las diócesis españolas ejemplaresde los materiales habituales: 15.000 carteles y 50.000 de cada uno de los siguientes documentos: díptico informativo, subsidio litúrgico y nota de los obispos.
Vídeo sorprendente
Este año, la novedad es un video sorprendente, creativo y lleno de alegría. En dos minutos y medio cuenta cuatro historias, se puede ver en Youtube y compartir en las redes sociales.
El vídeo relata que “siempre hay una razón para vivir” por medio de las cuatro historias de vida, desarrolladas en paralelo: un anciano en un hospital junto a su hijo; un niño enfermo que recibe un regalo de su familia y amigos; dos personas discapacitadas que muestran gestos de cariño y afecto entre ellos; y una abuela que lee un cuento a sus nietos.
La realización técnica del vídeo ha estado a cargo de la productora “Dos cincuenta y nueve Films” y se ha contado con la participación de actores voluntarios no profesionales.
Todas las iniciativas en torno a la Campaña se articulan en un nuevo micrositio web que está sirviendo ya como punto de encuentro.
En www.siemprehayunarazonparavivir.com se puede visionar el vídeo y el resto del material de la Jornada por la Vida. El video está suscitando ya muchas respuestas positivas que se pueden ver en el mismo sitio.
La web cuenta con una sección en la que, tal y como interpela el vídeo, se invita a los navegantes a dar la propia razón para vivir y a compartirla con los demás: “Siempre hay una razón para vivir: ¿Cuál es la tuya?”.
El micrositio está enlazado a la web de la CEE y, a su vez, tendrá enlaces con las principales redes sociales en las que se hará presente la campaña.
La Conferencia Episcopal repite una apuesta innovadora de comunicación digital, tras la modalidad juvenil de la campaña del año pasado, en la que miles de personas “dieron la cara por la Vida” en las redes sociales, bajo el lema “Es un tú en ti”.
"Es una campaña que tiene un acento marcado en la enfermedad, pero que no piensa ni en nadie en particular ni en propuestas políticas de ningún tipo", afirmó el director de la Oficina de Información de la CEE Isidro Catela, en la presentación de la misma este miércoles 16 de marzo.
Preguntado si el vídeo trata de contrarrestar la eutanasia y el aborto, Catela dijo que los obispos no han pensado “en un destinatario en concreto” desde el punto de vista político.
Por Nieves San Martín
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09 marzo 2011

Bienaventurados los misericordiosos.

Por el padre S.J. Adolfo Chercoles.

Descargar: Aquí

Rezando voy

Con el inicio de esta cuaresma 2011, también empieza:


06 marzo 2011

MENSAJE DEL PAPA PARA LA CUARESMA 2011

Cuaresma, tiempo bautismal

CIUDAD DEL VATICANO, martes 22 de febrero de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el Mensaje del Papa Benedicto XVI para la Cuaresma de este año, que ha sido hecho público hoy en rueda de prensa por el cardenal Robet Sarah, presidente del Consejo Pontificio “Cor Unum”.
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Con Cristo sois sepultados en el Bautismo, con él también habéis resucitado”(cf. Col 2, 12)


Queridos hermanos y hermanas:
La Cuaresma, que nos lleva a la celebración de la Santa Pascua, es para la Iglesia un tiempo litúrgico muy valioso e importante, con vistas al cual me alegra dirigiros unas palabras específicas para que lo vivamos con el debido compromiso. La Comunidad eclesial, asidua en la oración y en la caridad operosa, mientras mira hacia el encuentro definitivo con su Esposo en la Pascua eterna, intensifica su camino de purificación en el espíritu, para obtener con más abundancia del Misterio de la redención la vida nueva en Cristo Señor (cf. Prefacio I de Cuaresma).
1. Esta misma vida ya se nos transmitió el día del Bautismo, cuando «al participar de la muerte y resurrección de Cristo» comenzó para nosotros «la aventura gozosa y entusiasmante del discípulo» (Homilía en la fiesta del Bautismo del Señor, 10 de enero de 2010). San Pablo, en sus Cartas, insiste repetidamente en la comunión singular con el Hijo de Dios que se realiza en este lavacro. El hecho de que en la mayoría de los casos el Bautismo se reciba en la infancia pone de relieve que se trata de un don de Dios: nadie merece la vida eterna con sus fuerzas. La misericordia de Dios, que borra el pecado y permite vivir en la propia existencia «los mismos sentimientos que Cristo Jesús» (Flp 2, 5) se comunica al hombre gratuitamente.
El Apóstol de los gentiles, en la Carta a los Filipenses, expresa el sentido de la transformación que tiene lugar al participar en la muerte y resurrección de Cristo, indicando su meta: que yo pueda «conocerle a él, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a él en su muerte, tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos» (Flp 3, 10-11). El Bautismo, por tanto, no es un rito del pasado sino el encuentro con Cristo que conforma toda la existencia del bautizado, le da la vida divina y lo llama a una conversión sincera, iniciada y sostenida por la Gracia, que lo lleve a alcanzar la talla adulta de Cristo.
Un nexo particular vincula al Bautismo con la Cuaresma como momento favorable para experimentar la Gracia que salva. Los Padres del Concilio Vaticano II exhortaron a todos los Pastores de la Iglesia a utilizar «con mayor abundancia los elementos bautismales propios de la liturgia cuaresmal» (Sacrosanctum Concilium, 109). En efecto, desde siempre, la Iglesia asocia la Vigilia Pascual a la celebración del Bautismo: en este Sacramento se realiza el gran misterio por el cual el hombre muere al pecado, participa de la vida nueva en Jesucristo Resucitado y recibe el mismo espíritu de Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos (cf.Rm 8, 11). Este don gratuito debe ser reavivado en cada uno de nosotros y la Cuaresma nos ofrece un recorrido análogo al catecumenado, que para los cristianos de la Iglesia antigua, así como para los catecúmenos de hoy, es una escuela insustituible de fe y de vida cristiana: viven realmente el Bautismo como un acto decisivo para toda su existencia.
2. Para emprender seriamente el camino hacia la Pascua y prepararnos a celebrar la Resurrección del Señor —la fiesta más gozosa y solemne de todo el Año litúrgico—, ¿qué puede haber de más adecuado que dejarnos guiar por la Palabra de Dios? Por esto la Iglesia, en los textos evangélicos de los domingos de Cuaresma, nos guía a un encuentro especialmente intenso con el Señor, haciéndonos recorrer las etapas del camino de la iniciación cristiana: para los catecúmenos, en la perspectiva de recibir el Sacramento del renacimiento, y para quien está bautizado, con vistas a nuevos y decisivos pasos en el seguimiento de Cristo y en la entrega más plena a él.
El primer domingo del itinerario cuaresmal subraya nuestra condición de hombre en esta tierra. La batalla victoriosa contra las tentaciones, que da inicio a la misión de Jesús, es una invitación a tomar conciencia de la propia fragilidad para acoger la Gracia que libera del pecado e infunde nueva fuerza en Cristo, camino, verdad y vida (cf. Ordo Initiationis Christianae Adultorum, n. 25). Es una llamada decidida a recordar que la fe cristiana implica, siguiendo el ejemplo de Jesús y en unión con él, una lucha «contra los Dominadores de este mundo tenebroso» (Ef 6, 12), en el cual el diablo actúa y no se cansa, tampoco hoy, de tentar al hombre que quiere acercarse al Señor: Cristo sale victorioso, para abrir también nuestro corazón a la esperanza y guiarnos a vencer las seducciones del mal.
El Evangelio de la Transfiguración del Señor pone delante de nuestros ojos la gloria de Cristo, que anticipa la resurrección y que anuncia la divinización del hombre. La comunidad cristiana toma conciencia de que es llevada, como los Apóstoles Pedro, Santiago y Juan «aparte, a un monte alto» (Mt 17, 1), para acoger nuevamente en Cristo, como hijos en el Hijo, el don de la gracia de Dios: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle» (v. 5). Es la invitación a alejarse del ruido de la vida diaria para sumergirse en la presencia de Dios: él quiere transmitirnos, cada día, una palabra que penetra en las profundidades de nuestro espíritu, donde discierne el bien y el mal (cf. Hb 4, 12) y fortalece la voluntad de seguir al Señor.
La petición de Jesús a la samaritana: «Dame de beber» (Jn 4, 7), que se lee en la liturgia del tercer domingo, expresa la pasión de Dios por todo hombre y quiere suscitar en nuestro corazón el deseo del don del «agua que brota para vida eterna» (v. 14): es el don del Espíritu Santo, que hace de los cristianos «adoradores verdaderos» capaces de orar al Padre «en espíritu y en verdad» (v. 23). ¡Sólo esta agua puede apagar nuestra sed de bien, de verdad y de belleza! Sólo esta agua, que nos da el Hijo, irriga los desiertos del alma inquieta e insatisfecha, «hasta que descanse en Dios», según las célebres palabras de san Agustín.
El domingo del ciego de nacimiento presenta a Cristo como luz del mundo. El Evangelio nos interpela a cada uno de nosotros: «¿Tú crees en el Hijo del hombre?». «Creo, Señor» (Jn 9, 35.38), afirma con alegría el ciego de nacimiento, dando voz a todo creyente. El milagro de la curación es el signo de que Cristo, junto con la vista, quiere abrir nuestra mirada interior, para que nuestra fe sea cada vez más profunda y podamos reconocer en él a nuestro único Salvador. Él ilumina todas las oscuridades de la vida y lleva al hombre a vivir como «hijo de la luz».
Cuando, en el quinto domingo, se proclama la resurrección de Lázaro, nos encontramos frente al misterio último de nuestra existencia: «Yo soy la resurrección y la vida... ¿Crees esto?» (Jn 11, 25-26). Para la comunidad cristiana es el momento de volver a poner con sinceridad, junto con Marta, toda la esperanza en Jesús de Nazaret: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo» (v. 27). La comunión con Cristo en esta vida nos prepara a cruzar la frontera de la muerte, para vivir sin fin en él. La fe en la resurrección de los muertos y la esperanza en la vida eterna abren nuestra mirada al sentido último de nuestra existencia: Dios ha creado al hombre para la resurrección y para la vida, y esta verdad da la dimensión auténtica y definitiva a la historia de los hombres, a su existencia personal y a su vida social, a la cultura, a la política, a la economía. Privado de la luz de la fe todo el universo acaba encerrado dentro de un sepulcro sin futuro, sin esperanza.
El recorrido cuaresmal encuentra su cumplimiento en el Triduo Pascual, en particular en la Gran Vigilia de la Noche Santa: al renovar las promesas bautismales, reafirmamos que Cristo es el Señor de nuestra vida, la vida que Dios nos comunicó cuando renacimos «del agua y del Espíritu Santo», y confirmamos de nuevo nuestro firme compromiso de corresponder a la acción de la Gracia para ser sus discípulos.
3. Nuestro sumergirnos en la muerte y resurrección de Cristo mediante el sacramento del Bautismo, nos impulsa cada día a liberar nuestro corazón del peso de las cosas materiales, de un vínculo egoísta con la «tierra», que nos empobrece y nos impide estar disponibles y abiertos a Dios y al prójimo. En Cristo, Dios se ha revelado como Amor (cf. 1 Jn 4, 7-10). La Cruz de Cristo, la «palabra de la Cruz» manifiesta el poder salvífico de Dios (cf. 1 Co 1, 18), que se da para levantar al hombre y traerle la salvación: amor en su forma más radical (cf. Enc. Deus caritas est, 12). Mediante las prácticas tradicionales del ayuno, la limosna y la oración, expresiones del compromiso de conversión, la Cuaresma educa a vivir de modo cada vez más radical el amor de Cristo. El ayuno, que puede tener distintas motivaciones, adquiere para el cristiano un significado profundamente religioso: haciendo más pobre nuestra mesa aprendemos a superar el egoísmo para vivir en la lógica del don y del amor; soportando la privación de alguna cosa —y no sólo de lo superfluo— aprendemos a apartar la mirada de nuestro «yo», para descubrir a Alguien a nuestro lado y reconocer a Dios en los rostros de tantos de nuestros hermanos. Para el cristiano el ayuno no tiene nada de intimista, sino que abre mayormente a Dios y a las necesidades de los hombres, y hace que el amor a Dios sea también amor al prójimo (cf. Mc 12, 31).
En nuestro camino también nos encontramos ante la tentación del tener, de la avidez de dinero, que insidia el primado de Dios en nuestra vida. El afán de poseer provoca violencia, prevaricación y muerte; por esto la Iglesia, especialmente en el tiempo cuaresmal, recuerda la práctica de la limosna, es decir, la capacidad de compartir. La idolatría de los bienes, en cambio, no sólo aleja del otro, sino que despoja al hombre, lo hace infeliz, lo engaña, lo defrauda sin realizar lo que promete, porque sitúa las cosas materiales en el lugar de Dios, única fuente de la vida. ¿Cómo comprender la bondad paterna de Dios si el corazón está lleno de uno mismo y de los propios proyectos, con los cuales nos hacemos ilusiones de que podemos asegurar el futuro? La tentación es pensar, como el rico de la parábola: «Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años... Pero Dios le dijo: "¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma"» (Lc 12, 19-20). La práctica de la limosna nos recuerda el primado de Dios y la atención hacia los demás, para redescubrir a nuestro Padre bueno y recibir su misericordia.
En todo el período cuaresmal, la Iglesia nos ofrece con particular abundancia la Palabra de Dios. Meditándola e interiorizándola para vivirla diariamente, aprendemos una forma preciosa e insustituible de oración, porque la escucha atenta de Dios, que sigue hablando a nuestro corazón, alimenta el camino de fe que iniciamos en el día del Bautismo. La oración nos permite también adquirir una nueva concepción del tiempo: de hecho, sin la perspectiva de la eternidad y de la trascendencia, simplemente marca nuestros pasos hacia un horizonte que no tiene futuro. En la oración encontramos, en cambio, tiempo para Dios, para conocer que «sus palabras no pasarán» (cf. Mc 13, 31), para entrar en la íntima comunión con él que «nadie podrá quitarnos» (cf. Jn 16, 22) y que nos abre a la esperanza que no falla, a la vida eterna.
En síntesis, el itinerario cuaresmal, en el cual se nos invita a contemplar el Misterio de la cruz, es «hacerme semejante a él en su muerte» (Flp 3, 10), para llevar a cabo una conversión profunda de nuestra vida: dejarnos transformar por la acción del Espíritu Santo, como san Pablo en el camino de Damasco; orientar con decisión nuestra existencia según la voluntad de Dios; liberarnos de nuestro egoísmo, superando el instinto de dominio sobre los demás y abriéndonos a la caridad de Cristo. El período cuaresmal es el momento favorable para reconocer nuestra debilidad, acoger, con una sincera revisión de vida, la Gracia renovadora del Sacramento de la Penitencia y caminar con decisión hacia Cristo.
Queridos hermanos y hermanas, mediante el encuentro personal con nuestro Redentor y mediante el ayuno, la limosna y la oración, el camino de conversión hacia la Pascua nos lleva a redescubrir nuestro Bautismo. Renovemos en esta Cuaresma la acogida de la Gracia que Dios nos dio en ese momento, para que ilumine y guíe todas nuestras acciones. Lo que el Sacramento significa y realiza estamos llamados a vivirlo cada día siguiendo a Cristo de modo cada vez más generoso y auténtico. Encomendamos nuestro itinerario a la Virgen María, que engendró al Verbo de Dios en la fe y en la carne, para sumergirnos como ella en la muerte y resurrección de su Hijo Jesús y obtener la vida eterna.
Vaticano, 4 de noviembre de 2010
BENEDICTUS PP XVI
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05 marzo 2011

Domingo 6 de marzo. IX TO.

Evangelio del domingo: Una escucha edificante
Por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo
OVIEDO, viernes, 4 de marzo de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario al Evangelio del próximo domingo, noveno del tiempo ordinario (Mateo 7, 21-27), 6 de marzo, redactado por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo.


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Lectura del santo evangelio según san Mateo           7, 21-27

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: - «No todo el que me dice "Señor, Señor" entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo.
Aquel día, muchos dirán: "Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre, y en tu nombre echado demonios, y no hemos hecho en tu nombre muchos milagros?"
Yo entonces les declararé: "Nunca os he conocido. Alejaos de mí, malvados."
El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca.  Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca.
El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena.  Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se hundió totalmente.»
Palabra del Señor.

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En la gran exhortación bíblica que atraviesa toda la Escritura Santa, se nos invita a escuchar a Dios: "Escucha, Israel" ..."Este es mi Hijo bienamado, escuchadle". El que hizo las cosas diciéndolas: "Dijo Dios, hágase", las rehace a través de la palabra redentora de su propio Hijo. No es por tanto una cuestión secundaria lo de escuchar a Dios, y por este motivo la Iglesia nos convoca para escuchar juntos los hablares del Señor cada domingo.
Nos dice el libro del Deuteronomio que Dios pone ante nuestros ojos una bendición y una maldición (Deut 11,18-28), como para indicarnos que en la realidad en la que nuestra vida se desenvuelve hay siempre una gran cuestión: cómo se sitúa nuestra libertad. Y es aquí donde encontramos una llamada de atención que examina en definitiva nuestra actitud oyente. Porque podemos escuchar de tantos modos a este Deus loquens, un Dios que tiene boca y que sabe y quiere hablarnos. Podría sonarnos en el oído la letra de su voz e incluso saber tatarear la música escondida en su relato, y aprendernos de carrerilla incluso alguna oración: "Señor, Señor...", como irónicamente nos dice el Evangelio. Y a pesar de todo ello, permanecer sordos a lo que hablándonos Dios nos quiere dar, hacer, alertar, confirmar o reprender.
      El Evangelio de este domingo nos pone precisamente ante ese juego de la libertad en la cual se cifra nuestra calidad oyente del Señor que nos habla. Y viene a preguntarnos plásticamente sobre qué firme edificamos nuestra vida, a qué, a quién y cómo entregamos nuestra entrega cuando nos damos. Si lo que es importante en nuestra vida como es el amor, los ensueños, aquello en lo que nos empeñamos o lo que guardamos como recuerdo, lo construimos sobre una arena movediza que no tiene fundamento, es arriesgarse irresponsablemente a que nuestra vida sea fatalmente vulnerable, insulsa, vacía, sin significado y víctima de la improvisación o de cualquier desaprensivo ataque.
      Escuchar al Señor es edificar sobre la roca, caminar en la compañía de su Palabra que nos da la vida, que nos ilumina en las cañadas oscuras, que en medio de las tormentas nos pacifica, que es capaz de ablandar nuestra dureza de corazón, y con su verdad nos salva de la mentira. Pero este tipo de escucha honda y sincera, es la que traduce a la vida concreta lo que ha escuchado de los labios de Dios: no os contentéis con oír la Palabra, sino poned por obra lo que habéis escuchado. Lo que decimos con los labios no lo contradigan nuestras obras, y que éstas sean el fiel reflejo de lo que hemos oído al Señor.
      
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