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05 marzo 2011

Domingo 6 de marzo. IX TO.

Evangelio del domingo: Una escucha edificante
Por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo
OVIEDO, viernes, 4 de marzo de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario al Evangelio del próximo domingo, noveno del tiempo ordinario (Mateo 7, 21-27), 6 de marzo, redactado por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo.


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Lectura del santo evangelio según san Mateo           7, 21-27

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: - «No todo el que me dice "Señor, Señor" entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo.
Aquel día, muchos dirán: "Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre, y en tu nombre echado demonios, y no hemos hecho en tu nombre muchos milagros?"
Yo entonces les declararé: "Nunca os he conocido. Alejaos de mí, malvados."
El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca.  Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca.
El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena.  Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se hundió totalmente.»
Palabra del Señor.

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En la gran exhortación bíblica que atraviesa toda la Escritura Santa, se nos invita a escuchar a Dios: "Escucha, Israel" ..."Este es mi Hijo bienamado, escuchadle". El que hizo las cosas diciéndolas: "Dijo Dios, hágase", las rehace a través de la palabra redentora de su propio Hijo. No es por tanto una cuestión secundaria lo de escuchar a Dios, y por este motivo la Iglesia nos convoca para escuchar juntos los hablares del Señor cada domingo.
Nos dice el libro del Deuteronomio que Dios pone ante nuestros ojos una bendición y una maldición (Deut 11,18-28), como para indicarnos que en la realidad en la que nuestra vida se desenvuelve hay siempre una gran cuestión: cómo se sitúa nuestra libertad. Y es aquí donde encontramos una llamada de atención que examina en definitiva nuestra actitud oyente. Porque podemos escuchar de tantos modos a este Deus loquens, un Dios que tiene boca y que sabe y quiere hablarnos. Podría sonarnos en el oído la letra de su voz e incluso saber tatarear la música escondida en su relato, y aprendernos de carrerilla incluso alguna oración: "Señor, Señor...", como irónicamente nos dice el Evangelio. Y a pesar de todo ello, permanecer sordos a lo que hablándonos Dios nos quiere dar, hacer, alertar, confirmar o reprender.
      El Evangelio de este domingo nos pone precisamente ante ese juego de la libertad en la cual se cifra nuestra calidad oyente del Señor que nos habla. Y viene a preguntarnos plásticamente sobre qué firme edificamos nuestra vida, a qué, a quién y cómo entregamos nuestra entrega cuando nos damos. Si lo que es importante en nuestra vida como es el amor, los ensueños, aquello en lo que nos empeñamos o lo que guardamos como recuerdo, lo construimos sobre una arena movediza que no tiene fundamento, es arriesgarse irresponsablemente a que nuestra vida sea fatalmente vulnerable, insulsa, vacía, sin significado y víctima de la improvisación o de cualquier desaprensivo ataque.
      Escuchar al Señor es edificar sobre la roca, caminar en la compañía de su Palabra que nos da la vida, que nos ilumina en las cañadas oscuras, que en medio de las tormentas nos pacifica, que es capaz de ablandar nuestra dureza de corazón, y con su verdad nos salva de la mentira. Pero este tipo de escucha honda y sincera, es la que traduce a la vida concreta lo que ha escuchado de los labios de Dios: no os contentéis con oír la Palabra, sino poned por obra lo que habéis escuchado. Lo que decimos con los labios no lo contradigan nuestras obras, y que éstas sean el fiel reflejo de lo que hemos oído al Señor.
      
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