19 diciembre 2015
El Papa abre la Puerta de la Caridad en Términi: que los romanos abran el corazón.
El Papa abre la Puerta de la Caridad en Términi: que los romanos abran el corazón
La «puerta santa de la caridad» del hostal para personas sin hogar fundado en la estación Términi por el histórico director de la Cáritas de Roma, don Luigi Di Liegro; se rezó para que se abra «el corazón de todos los romanos», y para que, sintiéndose todos «descartados» y «pecadores», eviten las vías del «lujo», «de las grandes riquezas», «del poder» y estén, por el contrario, cerca de los pobres, de los enfermos, de los detenidos, porque son ellos los que tienen «la llave» del cielo
REUTERS
Francisco abriendo la Puerta Santa de la Caridad
18/12/2015
IACOPO SCARAMUZZI
ROMA
Jorge Mario Bergoglio llegó al hostal de la Cáritas con unos minutos de anticiàción con respecto al programa; llegó antes de las 16.30 y, antes de la Misa, abrió la «Puerta Santa de la Caridad» como primer signo del Jubileo de la Misericordia. Habrá otros signos como este un viernes al mes durante el Año Santo.
«Dios —dijo el Papa en la homilía que pronunció en el hostal— viene a salvarnos y no encuentra una manera menor que caminar con nosotros. En el momento de elegir la manera para salvarnos, Él no elige una gran ciudad ni un gran imperio, no elige a una princesa o a una condesa como madre. No elige un palacio de lujo». Dios eligió a María, «una chica de 16, 17 años, nada más»; eligió «una aldea perdida en las periferias del Imperio Romano; nadie, de seguro, la conocía»; eligió a «José, un chico que amaba y que quería casarse con María, un carpintero que se ganaba el pan». Y eligió «el rechazo», porque José y María «eran novios», y cuando María quedó embarazada, «en una aldea tan pequeña, ¿ustedes saben cómo son los chismes, no? Se propagan…». José y María hicieron todo «a escondidas, incluso con la calumnia», con humildad.
«Así —prosiguió Francisco, que fue interrumpido por algunas carrasperas— está Dios entre nosotros: si quieres encontrar a Dios, búscalo en la humildad, en la pobreza, en donde Él está escondido, en los necesitados, en los más necesitados: en los enfermos, en los hambrientos, en los prisioneros. Jesús, cuando nos predica la vida, nos dice cómo será nuestro juicio. No dirá: ‘Pero tú, ven conmigo porque diste muchas limosnas a la Iglesia, eres un benefactor, ven al Cielo’. No, la entrada al Cielo no se paga con dinero. No dirá: ‘Tú eres muy importante, has estudiado mucho, has tenido muchas condecoraciones’. No, las condecoraciones no abren la puerta del Cielo. ¿Qué nos dirá Jesús para abrir la puerta del Cielo? ‘Estaba hambriento y me diste de comer, estaba sin techo y me diste una casa, estaba enfermo y fuiste a verme, estaba en la cárcel y fuiste a verme’. Jesús está en la humildad. El amor de Jesús es grande».
Por eso, continuó el Papa, «al abrir esta Puerta Santa, yo quisiera que el Espíritu Santo abriera el corazón de todos los romanos, que les hiciera ver cuál es la vía de la salvación. No es el lujo, no es la vía de las grandes riquezas, no es la vía del poder. Es la vía de la humildad, y los más pobres, los enfermos, los detenidos, Jesús dice más: los más pecadores, si se arrepienten, nos precederán en el Cielo. Ellos tienen la llave. Quien hace la caridad es quien se deja abrazar por la misericordia del Señor. Nosotros hoy abrimos esta Puerta y pedimos dos cosas: primero, el Señor nos abre la puerta de nuestro corazón, a todos, todos lo necesitamos, todos somos pecadores, todos necesitamos escuchar la Palabra del Señor, y que la palabra del Señor venga. Segundo: que el Señor haga comprender que la vía de la suficiencia, la vía de las riquezas, la vía de las vanidades, la vía del orgullo no son vías de salvación. Que el Señor nos haga comprender su caricia de Padre, su misericordia, su perdón, y cuando nosotros nos acerquemos a los que sufren, a los descartados por la sociedad, ahí está Jesús. Que esta puerta, que es la Puerta de la Caridad, la puerta en donde son acudido muchos descartados, nos haga comprender que también sería bello que cada uno de nosotros, cada uno de los romanos, se sintiera descartado y sintiera la necesidad de la ayuda de Dios. Hoy —dijo el Papa— nosotros rezamos por Roma, por todos los habitantes de Roma, por todos, empezando por mí, para que el Señor nos dé la gracia de sentirnos desacertados, porque nosotros no tenemos ningún mérito, sólo Él nos da la misericordia y la gracia, y para acercarnos a esa gracia debemos acercarnos a los descartados, a los pobres, a los que tienen más necesidades, porque sobre ese acercamiento seremos todos juzgados. Que el Señor, hoy, abriendo esta Puerta, dé esta gracia a toda Roma, a cada habitante de Roma, por abrazo de la misericordia, en la que el Padre toma al Hijo herido, pero también está herido el Padre: Dios está herido por el amor, y por ello es capaz de salvarnos a todos. ¡Que el Señor nos dé esta gracia!».
Los fieles rezaron, entre otras cosas, por los migrantes que viven en Roma y para que en la capital «el mal de pocos sin escrúpulos no prevalezca sobre el bien de todos». Participaron en la Misa solamente los huéspedes del hostal de la Cáritas, mientras otros fieles, curiosos y periodistas permanecieron fuera de la estructura creada en 1987 en los locales de los Ferrocarriles Estatales por el histórico director de la Cáritas romana, don Luigi Di Liegro.
El Papa, acompañado por el actual director, mons. Enrico Feroci, fue despedido al final de la Misa por un aplauso y, después de haber dejado los paramentos litúrgicos en la sacristía volvió a reunirse con los huéspedes del hostal, en donde le cantaron «Tanti auguri a te, Francesco», por su cumpleaños, que fue ayer. «Ya se acerca la Navidad, se acerca el Señor; cuando nació estaba en un pesebre, nadie se daba cuenta de que era Dios», dijo Bergoglio retomando el micrófono. «En esta Navidad, yo quisiera que el Señor naciera en el corazón de cada uno de nosotros, escondido, que nadie se dé cuenta, pero que esté el Señor. Recen por mí, y yo rezo por ustedes». El Papa después se detuvo a saludar una por una a las personas presentes. Después de una pequeña oración en la capilla y una última despedida con los fieles que lo esperaban fuera del hostal, el Papa volvió al Vaticano a bordo del acostumbrado Ford Focus azul oscuro.
12 diciembre 2015
La llamada universal de los cristianos a la santidad. LUMEN GENTIUM
Segunda predicación
Hemos entrado, hace poco días, en el 50 aniversario de la conclusión del Concilio Vaticano II y en el año jubilar de la misericordia. El vínculo entre el tema de la misericordia y el concilio Vaticano II no es ciertamente arbitrario ni secundario. En el discurso de apertura, el 11 de octubre de 1962, san Juan XXIII señaló la misericordia como la novedad y el estilo del concilio: “Siempre la Iglesia –escribía– se opuso a los errores. Frecuentemente los condenó con la mayor severidad. En nuestro tiempo, sin embargo, la Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia más que la de la severidad” . En cierto sentido, a medio siglo de distancia, el año de la misericordia celebra la fidelidad de la Iglesia a aquella promesa.
1. “Sean santos porque yo, vuestro Dios soy santo”
El tema de esta segunda meditación de Adviento es el capítulo V de la Lumen Gentium, que lleva por título: “La vocación universal a la santidad en la Iglesia”. En las historias del Concilio este capítulo es recordado solo, digamos, por una cuestión de redacción. Los numerosos padres conciliares miembros de órdenes religiosas pidieron con insistencia que se tratara a parte la presencia de los religiosos en la Iglesia, como se había hecho con los laicos. De esta manera aquello que había sido un capítulo único sobre la santidad de todos los miembros de la Iglesia, se dividió en dos capítulos, de los cuales el segundo (VI de la LG), dedicado específicamente a los religiosos .
El llamado a la santidad está formulado desde el inicio con estas palabras:
“Todos en la Iglesia, sea que pertenezcan a la Jerarquía, sea que sean dirigidos por ella, están llamados a la santidad, de acuerdo a cuanto dijo el apóstol: ‘Ésta es de hecho la voluntad de Dios, vuestra santificación (1 Ts 4,3)” .
Este llamado a la santidad es el complimiento más necesario y más urgente del Concilio. Sin esto, todas las demás realizaciones son imposibles o inútiles. Esto en cambio es lo que corre el riesgo de ser más descuidado, desde el momento que a exigirlo y reclamarlo es solamente Dios y la conciencia y no en cambio presiones o intereses de grupos humanos particulares de la Iglesia. A veces se tiene la impresión que en ciertos ambientes y en ciertas familias religiosas, después del Concilio, se haya puesto más empeño en el “hacer santos” que en “hacerse santos”, o sea más esfuerzo para elevar a los altares a los propios fundadores o hermanos, que imitar sus ejemplos de virtud.
La primera cosa que es necesario hacer cuando se habla de santidad, es liberar a esta palabra del temor y del miedo que infunde, a causa de ciertas representaciones erróneas que tenemos de ella. La santidad puede comportar fenómenos y pruebas extraordinarias, pero no se identifica con estas cosas. Si todos están llamados a la santidad es porque la misma entendida correctamente está al alcance de todos, hace parte de la normalidad de la vida cristiana. Los santos son como flores: no existen solamente las que se ponen en el altar. ¡Cuantos de éstos florecen y mueren escondidos, después de haber perfumado silenciosamente el aire a su entorno! ¡Cuantos de estas flores escondidas florecieron y florecen continuamente en la Iglesia!
El motivo de fondo de la santidad es claro desde el inicio y es que Dios es santo: “Sean santos porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo” (Lev 19, 2). La santidad es la síntesis, en la Biblia, de todas las atribuciones de Dios. Isaías llama a Dios “el Santo de Israel”, o sea aquel que Israel ha conocido como Santo. “Santo, santo, santo”, Qadosh, qadosh, qadosh, es el grito que acompaña la manifestación de Dios en el momento de su llamada (Is 6, 3). María refleja fielmente esta idea del Dios de los profetas y de los salmos cuando exclama en el Magníficat: “Santo es su nombre”.
Por lo que se refiere al concepto de santidad, el término bíblico qadosh sugiere la idea de separación, de diversidad. Dios es santo porque es el totalmente otro respecto a todo lo que el hombre puede pensar, decir o hacer. Es lo absoluto, en el sentido etimológico de ab-solutus, suelto de todo el resto y aparte. Es lo transcendente en el sentido que está arriba de todas nuestras categorías. Todo esto en sentido moral, antes que metafísico; se refiere al actuar de Dios más que a su ser. En la Escritura están definidos “santos” sobre todo los juicios de Dios, su obras y sus vías .
Santo no es entretanto un concepto principalmente negativo, que indica separación, ausencia de mal y de mezcla en Dios; es un concepto sumamente positivo. Indica “pura plenitud”. En nosotros, la “plenitud” nunca coincide totalmente con la “pureza”. Una cosa contradice la otra. Nuestra pureza se obtiene siempre purificándose y quitando el mal de nuestras acciones (Is 1, 16). En Dios no; pureza y plenitud coexisten y constituyen juntos la suma simplicidad de Dios. La Biblia expresa a la perfección esta idea de santidad cuando dice que a Dios “nada puede serle añadido ni nada quitado” (Sir 42, 21). Dado que es suma pureza, nada tiene que quitársele ; en cuanto es la suma plenitud, nada se le puede añadir.
Cuando se intenta ver como el hombre entra en la esfera de la santidad de Dios y lo que significa ser santo, en el Antiguo Testamento aparece enseguida que prevalece la idea ritual. Los trámites de la santidad de Dios son objetos, lugares, ritos, prescripciones. Enteras partes del Éxodo y del Levítico son tituladas “códigos de santidad” o “ley de santidad”. La santidad está encerrada en un código de leyes. Esta santidad es tal que es profanada si uno se acerca al altar con una deformación física o después de haber tocado un animal inmundo: “Santifíquense y sean santos…; no se contaminen con alguno de éstos animales” (Lv 11, 44; 21, 23).
Se leen voces en los diversos profetas y en los salmos. A la pregunta: ¿Quién subirá al monte del Señor, quién estará en su lugar santo?”, o “¿Quién de nosotros puede habitar en un fuego devorador?, se responde con indicaciones de naturaleza moral y espiritual: “Quien tiene manos inocente y corazón puro”, y “quien camina en la justicia y habla con lealtad” (cf. Sal 24, 3; Is 33, 14 s.).
Son voces sublimes pero que se quedan bastante aisladas. Aún en el tiempo de Jesús, entre los fariseos y en Qumran, prevalece la idea de que la santidad y la justicia consisten en la pureza ritual y en la observancia de ciertos preceptos, en particular el del sábado, aunque en teoría, nadie se olvida que el primero y el más grande de los mandamientos es el del amor de Dios y del prójimo.
2. La novedad de Cristo
Pasando ahora al Nuevo Testamento, vemos que la definición de “nación santa” se extiende rápidamente a los cristianos. Para Pablo los bautizados son “santos por vocación” o “llamados a ser santos” . Él llama habitualmente a los bautizados con el término “los santos”. Los creyentes son “elegidos para ser santos e inmaculados ante su presencia en la caridad (Ef 1, 4)”.
Pero bajo la aparente identidad de terminología asistimos a cambios profundos. Santidad no es más un hecho ritual o legal, sino moral o más aún, ontológico. No reside en las manos sino en el corazón; no se decide afuera, sino adentro del hombre y se resume en la caridad. “No lo es lo que entra en la boca del hombre que lo vuelve impuro; es lo que sale de la boca, esto vuelve impuro al hombre”. (Mt 15, 11).
Los mediadores de la santidad de Dios no son más lugares (el Templo de Jerusalén o el Monte Gerizim), ritos, objetos y leyes, sino una persona, Jesucristo. Ser santo no consiste tanto en estar separado de esto o de aquello, sino a estar unidos a Jesucristo. En Jesucristo se encuentra la santidad misma de Dios que nos llega personalmente, no un su lejano eco. “¡Tu eres el Santo de Dios!”: dos veces resuena esta exclamación dirigida a Jesús en los evangelios (Jn 6, 69; Lc 4, 34). El Apocalipsis llama a Cristo simplemente “el Santo” y la liturgia le hace eco exclamando en el Gloria: “Tu solus Sanctus”, solamente tú eres el Santo.
De dos maneras diversas nosotros entramos con la santidad de Cristo y esa se comunica con nosotros: por apropiación y por imitación. De éstos el más importante es el primero que se obtiene en la fe y mediante los sacramentos. La santidad es antes que todo un don, gracia y obra de toda la Trinidad. Porque, según la afirmación del Apóstol, nosotros pertenecemos a Cristo más que a nosotros mismos (cf.1 Cor 6, 19-20), como consecuencia inversa, la santidad de Cristo nos pertenece más que nuestra misma santidad. “Lo que es de Cristo -escribe el teólogo bizantino Nicolás Cabasilas- es más nuestro de aquello que tenemos de nosotros” . Es éste el vuelo o el golpe de audacia que deberíamos realizar en nuestra vida espiritual. Esto es un paso que no se hace muy amenudo en el noviciado sino más tarde, cuando se han probado todos los otros caminos y se ha visto que no llevan muy lejos.
Pablo nos enseña cómo se hace este “golpe de audacia”, cuando declara solemnemente de no querer ser encontrado con una justicia suya, o santidad que derive de la observancia de la ley, sino únicamente con aquella de deriva de la fe en Cristo (cf. Fil 3, 5-10). Cristo, dice, se ha vuelto para nosotros “justicia, santificación y redención” (1 Cor 1,30). “Para nosotros”: por lo tanto podemos reclamar su santidad como nuestra para todos los efectos. Un golpe de audacia es también el que hace san Bernardo cuando grita: “Yo, lo que me falta me lo apropio (¡literalmente, lo usurpo!) del costado de Cristo” . “Usurpar” la santidad de Cristo, “secuestrar el reino de los cielos”. Este es un golpe de audacia que es necesario repetir con frecuencia en la vida, especialmente en el momento de la comunión eucarística.
Decir que nosotros participamos de la santidad de Cristo, es como decir que participamos del Espíritu Santo que viene de él. Ser o vivir “en Cristo Jesús” equivale para san Pablo, a ser o vivir “en el Espíritu Santo”. “De esto -escribe también san Juan- se conoce que nosotros permanecemos en él y él en nosotros: él nos ha hecho don de su Espíritu” (1 Jn 4,13). Cristo se queda en nosotros y nosotros permanecemos en Cristo, gracias al Espíritu Santo.
Es el Espíritu Santo por lo tanto quien nos santifica. No el Espíritu Santo en general, sino el Espíritu Santo que estaba en Jesús de Nazaret, que santificó su humanidad, que se recogió en él como en un vaso de alabastro y que, desde su cruz en pentecostés, él difundió en su Iglesia. Por esto, la santidad que está en nosotros no es una segunda y diversa santidad, sino la misma santidad de Cristo. Nosotros somos verdaderamente “santificados en Cristo Jesús” (l Cor 1,2). Como en el bautismo, el cuerpo del hombre está sumergido y lavado en el agua, así su alma está, por así decir, bautizada en la santidad de Cristo: “Han sido lavados y están santificados, han sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios”, dice el apóstol refiriéndose al bautismo (1 Cor 6,11).
Al lado de este medio fundamental de la fe y de los sacramentos, tienen que encontrar lugar también la imitación, las obras, el esfuerzo personal. No como medio separado o diverso, sino como el único medio adecuado de manifestar la fe, traduciéndola en actos. La oposición fe-obras, es un falso problema, tenido en pie más que todo por la polémica histórica. Las buenas obras sin la fe no son obras ‘buenas’ y la fe sin las obras buenas no es verdadera fe. Basta que por “obras buenas” no se entiendan principalmente (como lamentablemente sucedía al tiempo de Lutero) indulgencias, peregrinaciones a pie y prácticas, sino la observancia de los mandamientos, en particular el del amor fraterno. Jesús dice que en el juicio final algunos serán excluidos del Reino por no haber vestido al desnudo y dado de comer al hambriento. No somos por lo tanto justificados por nuestras obras buenas, pero no nos salvamos sin nuestras obras buenas. Podemos reasumir así la doctrina del Concilio de Trento.
Sucede como en la vida física. El niño no puede hacer absolutamente nada para ser concebido en el seno de la madre; necesita del amor de dos padres (¡al menos así ha sido hasta ahora!). Pero una vez que ha nacido, debe poner a trabajar sus pulmones para respirar, mamar la leche; es decir, debe ponerse a trabajar porque si no la vida que ha recibido muero. La frase de Santiago: “La fe, sin la obra está muerta” (cf. St. 3, 26) se de entender en sentido presente: la fe sin las obras muere.
En el Nuevo Testamento dos verbos se alternan a propósito de la santidad, uno en indicativo y otro en imperativo: “Sois santos”, “Sed santos”. Los cristianos son santificados y santificandos. Cuando Pablo escribe: “Esta es la voluntad de Dios, vuestra santificación”, es claro que pretende precisamente esta santidad que es fruto de compromiso personal. Añade, como para explicar en qué consiste la santificación de la que está hablando: “que se abstengan del pecado carnal, que cada uno sepa usar de su cuerpo con santidad y respeto” (cf. 1 Ts 4, 3-9).
Nuestro texto de la Lumen Gentium subraya claramente estos dos aspectos, uno objetivo y otro subjetivo, de la santidad, basados respectivamente sobre la fe y las obras. Dice:
“Los seguidores de Cristo, llamados por Dios no en razón de sus obras, sino en virtud del designio y gracia divinos y justificados en el Señor Jesús, han sido hechos por el bautismo, sacramento de la fe, verdaderos hijos de Dios y partícipes de la divina naturaleza, y, por lo mismo, realmente santos. En consecuencia, es necesario que con la ayuda de Dios conserven y perfeccionen en su vida la santificación que recibieron” .
Porque, según Lutero, la Edad Media se había desviado cada vez más en el acentuar el lado de Cristo como modelo, él acentuó el otro lado, afirmando que él es don y que este don toca a la fe aceptarlo”. Hoy estamos todos de acuerdo de que no se deben contraponer las dos cosas, sino mantenerlas unidas. Cristo es sobre todo don para recibir mediante la fe, pero es también modelo a imitar en la vida. Lo inculca el mismo Evangelio: “Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes” (Jn 13, 15); “Aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón” (Mt 11, 29).
3. Santos o fracasados
Esto, el nuevo ideal de santidad del Nuevo Testamento. Un punto permanece inmóvil, e incluso se profundiza, en el paso del Antiguo al Nuevo Testamento y es la motivación de fondo de la llamada a la santidad, el “porqué” es necesario ser santos: porque Dios es santo. “A imagen del Santo que os ha llamado, sed santos vosotros también”. Los discípulos de Cristo deben amar a los enemigos, “porque él hace caer la lluvia sobre justos e injustos” (Mt 5, 45). La santidad no es por tanto una imposición, una carga que se nos pone en los hombros, sino un privilegio, un don, un gran honor. Una obligación, sí, pero que deriva de nuestra dignidad de los hijos de Dios. Se aplica a esto, en sentido pleno, el dicho francés “noblesse oblige”.
La santidad se exige desde el ser mismo de la criatura humana; no tiene que ver con los accidentes, sino con su misma esencia. Él debe ser santo para realizar su identidad profunda que es ser “a imagen y semejanza de Dios”. Para la Escritura, el hombre no es principalmente, como para la filosofía griega, lo que está determinado a ser desde su nacimiento (physis), y es decir un “animal racional”, como cuando lo que está llamado a convertirse, con el ejercicio de su libertad, en la obediencia a Dios. No es tanto naturaleza, como vocación.
Por lo tanto, si estamos “llamados a ser santos”, si somos “santos por vocación”, entonces es claro que seremos personas verdaderas, logradas, en la medida en la que seremos santos. De lo contrario, seremos fracasados. Lo contrario de santo no es pecador, ¡sino fracasado! Se pueda fallar en la vida de muchas formas, pero son fracasos relativos que no comprometen lo esencial; aquí se fracasa radicalmente, en lo que uno es, no solo en lo que uno hace. Tenía razón Madre Teresa cuando una periodista le preguntó a quemarropa qué se sentía al ser aclamada santa por todo el mundo, respondió: “La santidad no es un lujo, es una necesidad”.
El filósofo Pascal ha formulado el principio de los tres órdenes o niveles de grandeza: el orden de los cuerpos o de la materia, el orden de la inteligencia y el orden de la santidad. Una distancia casi infinita separa el orden de la inteligencia del las cosas materiales, pero una distancia “infinitamente más infinita” separa el orden de la santidad del de la inteligencia. Los genes no necesitan de las grandezas materiales; estas no pueden quitar ni añadir nada. Del mismo modo, los santos no necesitan las grandezas intelectuales; su grandeza se coloca en un plano diferente. “Estos son vistos por Dios y los ángeles, no por los cuerpos y las mentes curiosas; a ellos les basta Dios” .
Este principio permite valorar de la forma justa las cosas y las personas que nos rodean. La mayoría de la gente permanece quieta en el primer nivel y ni siquiera sospecha de la existencia de un plano superior. Son los que pasan la vida preocupados solo por acumular riquezas, cultivar la belleza física, o hacer crecer el propio poder. Otros creen que el valor supremo y el vértice de la grandeza sea el de la inteligencia. Tratan de convertirse en celebridades en el campo de las letras, del arte, del pensamiento. Solo pocos saben que existe un tercer nivel de grandeza, la santidad.
Esta grandeza es superior porque es eterna, porque es tal a los ojos de Dios que es la verdadera medida de la grandeza y también porque realiza lo que hay de más noble en el ser humano, es decir, su libertad. No depende de nosotros ser fuertes o débiles, guapos o menos guapos, ricos o pobres, inteligentes o menos inteligentes; depende sin embargo de nosotros ser honestos o deshonestos, buenos o malos, santos o pecadores. Tenía razón el músico Gounod, un genio, cuando decía que “una gota de santidad vale más que un océano de genio”.
La buena noticia, acerca de la santidad, es que no estamos obligados a elegir entre uno de estos tres géneros de grandeza. Se puede ser santos en cada uno de ellos. Ha habido santos, y hay santos, entre los ricos y entre los pobres, entre los fuertes y entre los débiles entre los genios y las personas sin cultura. Nadie está excluido de esta grandeza del tercer nivel.
4. Retomar camino hacia la santidad
Nuestro tender a la santidad se parece al camino del pueblo elegido en el desierto. Es también un camino hecho de continuas paradas y comienzos de nuevo. De vez en cuando el pueblo se paraba y montaba las tiendas; o porque estaba cansado, o porque había encontrado el agua y la comida, o simplemente porque es cansado caminar siempre. Pero aquí llega, de repente, la orden del Señor a Moisés de levantar las tiendas y retomar el camino: “Levántate, sal de aquí, tú y tu pueblo, hacia la tierra prometida” (Es 33:1; 17:1).
En la vida de la Iglesia, estas invitaciones a retomar el camino se escuchan sobre todo en el inicio de los tiempos fuertes del año litúrgico o en ocasiones particulares como es el Jubileo de la Misericordia divina. Para cada uno de nosotros, tomados individualmente, el tiempo de levantar las tiendas y retomar el camino hacia la santidad, es cuando percibimos en la intimidad la misteriosa llamada que viene de la gracia.
Al inicio, hay como un momento de pausa. Uno se detienen en la vorágine de las propias preocupaciones, toma, como se dice, las distancias de todo para mirar su vida casi desde fuera y desde lo alto, sub specie aeternitatis. Surgen entonces las grandes preguntas: “¿Quién soy? ¿Qué quiero? ¿Qué estoy haciendo con mi vida?”
A pesar de que era un monje, san Bernardo tuvo una vida muy movida: concilios de presidir, obispos y abades que reconciliar, cruzadas que predicar. De vez en cuando, dice su biógrafo, él se paraba y, casi entrando en diálogo consigo mismo, se preguntaba: “Bernardo, ¿a qué has venido?” (Bernarde, ad quid venisti? .
¿Para qué has dejado el mundo y has entrado en el monasterio? Nosotros podemos imitarlo; pronunciar nuestro nombre (también esto sirve) y preguntarnos: ¿Por qué eres cristiano? ¿Por qué eres religioso, sacerdote u obispo? ¿Estás haciendo aquello para lo que estás en el mundo?
En el Nuevo Testamento está descrita un tipo de conversión que podremos definir la conversión-despertar, o la conversión de la tibieza. En el Apocalipsis se leen siete cartas escritas a los ángeles (según algunos exégetas a los obispos) de otro tantas iglesias en Asia Menor. En la carta al ángel de Éfeso, él comienza con el reconocer lo que es el destinatario ha hecho bien: “Conozco tus obras, tus trabajos y tu constancia… Sé que tienes constancia y que has sufrido mucho por mi Nombre sin desfallecer”. Después pasa a enumerar lo que, sin embargo, le disgusta: “hayas dejado enfriar el amor que tenías al comienzo”. Y aquí, en este punto, resuena como una trompeta en el sueño, el grito del Resucitado: Metanòeson, es decir, ¡conviértete! ¡sacúdete! ¡despiértate! (Ap 2, l ss.).
Esta es la primera de las siete cartas. Mucho más severa es la última, la dirigida al ángel de la Iglesia de Laodicea: “Conozco tus obras: no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Conviértete y vuelve a ser celante y ferviente: Zeleue oun kai metanòeson! (Ap 3,15ss.). También esta, como todas las otras, termina con esa misteriosa advertencia: “El que pueda entender, que entienda lo que el Espíritu dice a las Iglesias” (Ap 3,22).
San Agustín nos da una sugerencia: comenzar a despertar en nosotros un deseo de santidad: “Toda la vida del buen cristiano -escribe- consiste en un santo deseo [es decir, en un deseo de santidad]: Tota vita christiani boni, sanctum desiderium est”6. Jesús ha dicho: “Beatos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados” (Mt 5, 6). La justicia bíblica, se sabe, es la santidad. Nos vamos por tanto con una pregunta sobre la que meditar en este tiempo de Adviento: “¿Yo tengo hambre y sed de santidad, o me estoy resignando a la mediocridad?”
1. Concilio Vaticano II. Constituciones. Decretos. Declaraciones. Legislación posconciliar. BAC, Madrid 1966, p. 949.
2. Cf. Storia del concilio Vaticano II, a cura di G. Alberigo, vol. IV, Bologna 1999, pp. 68 ss.
3. Lumen gentium, 40.
4. Cf. Dt 32,4; Dn 3, 27; Ap 16, 7.
5. Cf. Rom 1, 7 e 1 Cor 1, 2.
6. N. Cabasilas, Vita in Cristo IV, 6 (PG 150, 613).
7. S. Bernardo, Omelie sul Cantico, 61, 4-5 (PL 183, 1072).
8. Lumen gentium, 40.
9. B. Pascal, Pensieri 593.
10. Guglielmo di St. Thierry, Vita prima, I, 4 (PL 1
06 diciembre 2015
Carta del español Juan José Aguilar, obispo de Bangassou, al Papa Francisco.
Es la carta del español Juan José Aguilar, obispo de Bangassou, IMPRESIONANTE!
¡Gracias Papa Francisco por haber venido!
Al principio no nos lo creíamos: ¿Cómo todo un Papa viene a pisar la tierra roja de este país ensangrentado por la sangre también roja de tanta pobre gente?
Sin embargo, querido Papa Francisco, te saltaste a la torera las recomendaciones de los más cautelosos, no quisiste chaleco antibalas, te subiste en el Papa móvil sin blindar, para que todos te vieran mejor y te pusiste a hablarnos de paz y reconciliación. De que con la paz todo se gana, mientras que con la guerra todo se pierde. Cosas sencillas pero que necesitábamos mucho volver a oírlas. Que la violencia no conduce nunca a la paz sino que genera más violencia hasta crear un remolino de violencia que engulle inocentes y pecadores. Recién llegado, arropado por una multitud entregada y 2.800 scouts que ponían orden, pasaste por el mismo lugar en la avenida Combatant en el que hace poco menos de un mes, 4 representantes de un grupo radical que venían a Bangui a negociar fueron linchados con palos y machetes. Tocaste a los niños desplazados, que han perdido casa, familia, escuela, niños noqueados por la violencia, niños heridos por las balas, niños de casas quemadas que miran el horizonte sin ver ya nada más porque les habían robado su inocencia, de tantas maldades que han sido testigos. Hijos del miedo, hijos del hambre, niños musulmanes y no musulmanes en dos campos de desplazados distintos, sin hacer diferencias, niños de mirada perdida a quienes les han saqueado el alma en Bangui. Te paseaste entre ellos, con los zapatones negros que trajiste desde Argentina... Gracias porque te pusiste en su lugar y denunciaste sin paliativos que muchos de aquellos niños y jóvenes habían sido utilizados por criminales como carne de cañón y esclavas sexuales.
Entraste el mezquita de Koudoukou sin miedo a las balas! El Imán Layama Kobina no estaba allí porque se la tienen jurada incluso muchos de los suyos, pero la habían pintado y aderezado sólo para ti Papa Francisco, porque decían que era un gran honor que pisaras sus esteras con tus pies desnudos y les hablaras de paz. 5 minutos quisiste rezar donde suele predicar el Imán, sin decir nada, en silencioso recogimiento. Sólo después les saludaste con una gran sonrisa. No sé si los violentos te escucharán, pero sé que aquellos que te escucharon quedaron sobrecogidos. Lo mismo cuando hablaste en la escuela de Teología protestante. Lo mismo cuando, rompiendo el protocolo, horror para tu gendarmería, la Minusca y para todo tu séquito! y te acercaste a la escuela musulmana para escuchar los lamentos de mujeres que lloran con lágrimas de dolor, del mismo color por cierto que las lágrimas de las madres no musulmanas que viste el día anterior. Un Papa en Bangui sin chaleco antibalas cuando dos días antes los kalasnikof no dejaron de tronar durante toda la tarde, allí mismito, a dos tiros de piedra de la Nunciatura, por la avenida Boganda abajo, en el P.K. 5 en donde hasta por respirar te juegas la vida.
Tuviste un recuerdo, te lo habíamos dicho los Obispos cuando comimos contigo el domingo en la Nunciatura, para los combonianos de la parroquia de Fátima, que no pudieron verte por no abandonar los 500 desplazados sentenciados a muerte si salían de la verja de la misión. Dijiste que te hubiera gustado ir a Fátima, insuflar ánimos allí! No pudo ser, por motivos de seguridad. Gracias por recordarme durante la comida solo con los Obispos (yo estaba sentado enfrente de su Santidad, comiendo pescadito del río Oubangui con habichuelillas verdes), que San Ambrosio decía que el nombre de Dios es misericordia y que donde hay misericordia, allí está Dios. Estuviste "sembrao" Papa Francisco cuando sugeriste entre líneas que los que mueven los hilos para que nada funcione en Centroáfrica, curiosamente, no viven en Centroáfrica, y que nadie tiene que huir de Centroáfrica por ello, porque tuviste valor de decirlo todo sin pelos en la lengua, hablaste con arrojo a los jóvenes de Centroáfrica, confesaste a algunos y te paseaste en medio de los pobres como cuando te llamaban Padre Jorge por los arrabales de Buenos Aires.
Tuviste un recuerdo, te lo habíamos dicho los Obispos cuando comimos contigo el domingo en la Nunciatura, para los combonianos de la parroquia de Fátima, que no pudieron verte por no abandonar los 500 desplazados sentenciados a muerte si salían de la verja de la misión. Dijiste que te hubiera gustado ir a Fátima, insuflar ánimos allí! No pudo ser, por motivos de seguridad. Gracias por recordarme durante la comida solo con los Obispos (yo estaba sentado enfrente de su Santidad, comiendo pescadito del río Oubangui con habichuelillas verdes), que San Ambrosio decía que el nombre de Dios es misericordia y que donde hay misericordia, allí está Dios. Estuviste "sembrao" Papa Francisco cuando sugeriste entre líneas que los que mueven los hilos para que nada funcione en Centroáfrica, curiosamente, no viven en Centroáfrica, y que nadie tiene que huir de Centroáfrica por ello, porque tuviste valor de decirlo todo sin pelos en la lengua, hablaste con arrojo a los jóvenes de Centroáfrica, confesaste a algunos y te paseaste en medio de los pobres como cuando te llamaban Padre Jorge por los arrabales de Buenos Aires.
Gracias porque nos has dado valor y esperanza, porque no te callaste, porque miraste a la cara a los pobres, porque abriste la Puerta Santa de la Misericordia enseñándonos un carril prioritario, para ir más rápido hacia Sus Manos, experimentar su amor, y nos pediste que lo repartiéramos después, en forma de gestos de reconciliación. Nos enseñaste un camino, nos mostraste cómo salir de hoyo, del laberinto en el que estamos... Cuando, después de la foto ritual en la Nunciatura, te cogiste a mi brazo para subir los escalones, sentí tu fuerza, no tanto física, sino sobre todo humana y espiritual. Bromeamos contigo en la comida con los Obispos cuando te enseñamos dos palabras en sango: ndoyé y siriri. Las repetiste a los jóvenes de la vigilia de oración 3 horas después: " Empapad vuestra vida de amor y paz"
La multitud del estadio 20.000 plazas te sobrecogió, se te vio en la cara, porque rugían de amor y respeto cuando les dijiste de "pasar a la otra orilla" es decir pasar página y empezar de nuevo en la sociedad centroafricana. Cuando 25 almas gritaron a una el lema popular cristiano, sonreíste de oreja a oreja. Cuando me diste un regalo, (una custodia) me dijiste en español que rezara por ti y me guiñaste un ojo...
Luego, querido Papa Francisco, subiste al avión sobre las 12'30h de esta mañana, el segundo día de tu visita a Bangui, sin haber ni siquiera comido aún, con tu séquito de monseñores y periodistas, y nos quedamos mirándote y mirándonos, huérfanos ya de ti, como embobados despertando de un sueño, oyendo en sordina el ruido del Boeing de Alitalia que te trajo hasta nosotros y que te llevaba de vuelta a Roma, porque mientras has estado, las armas se han callado unas horas, por respeto a ti. Ojalá que te quedaras para siempre! Te fuiste a tu quehacer en Roma y en el mundo, a tu vatilik, a bregar con asuntos de corrupción y a tu Santa Marta querida y nosotros, sin paz ni pan, a nuestra lucha por estar junto a los pobres por decirles que mañana será mejor, que después de la tempestad viene la calma. Mi gente de Bangassou ha recogido en unos botecitos tierra en donde tu pisaste! Dicen que está bendecida por tu huella. La llevarán a Bangassou como testigos de lo que han vivido en Bangui, de la inmensa esperanza que has sembrado en sus corazones porque por una vez en sus vidas, demonios negros armados de violencia se trocaron en un ángel blanco vestido de Papa Francisco. Que tus palabras de perdón y de paz, a fuerza de repetirlas, se nos metan en la piel, en el vientre y en el corazón.
Luego, querido Papa Francisco, subiste al avión sobre las 12'30h de esta mañana, el segundo día de tu visita a Bangui, sin haber ni siquiera comido aún, con tu séquito de monseñores y periodistas, y nos quedamos mirándote y mirándonos, huérfanos ya de ti, como embobados despertando de un sueño, oyendo en sordina el ruido del Boeing de Alitalia que te trajo hasta nosotros y que te llevaba de vuelta a Roma, porque mientras has estado, las armas se han callado unas horas, por respeto a ti. Ojalá que te quedaras para siempre! Te fuiste a tu quehacer en Roma y en el mundo, a tu vatilik, a bregar con asuntos de corrupción y a tu Santa Marta querida y nosotros, sin paz ni pan, a nuestra lucha por estar junto a los pobres por decirles que mañana será mejor, que después de la tempestad viene la calma. Mi gente de Bangassou ha recogido en unos botecitos tierra en donde tu pisaste! Dicen que está bendecida por tu huella. La llevarán a Bangassou como testigos de lo que han vivido en Bangui, de la inmensa esperanza que has sembrado en sus corazones porque por una vez en sus vidas, demonios negros armados de violencia se trocaron en un ángel blanco vestido de Papa Francisco. Que tus palabras de perdón y de paz, a fuerza de repetirlas, se nos metan en la piel, en el vientre y en el corazón.
Y gracias de corazón a Dios Padre que no ha permitido que nadie nos agüe la fiesta, que ningún retorcido nos estropee el encuentro, que ningún descerebrado haga daño a nadie. Y gracias sobre todo a Dios Padre que ha querido regalarnos dos día de ensueño, teñidos de paz porque incluso aquellos dos jóvenes que raptaron en Fátima ayer por la mañana para degollarlos, (RD publicó la noticia, pero 5 horas más tarde fue desmentida por los mismos padres de Fátima y las familias de los dos jóvenes), los devolvieron sanos y salvos, (por milagro de quién?) a final de la tarde, vivitos y coleando, después de haber tenido la muerte rozándoles las'!! gargantas.
Juan José Aguirre, Obispo de Bangassou
04 diciembre 2015
LA DESAGRARITZACIÓ. UN PROBLEMA TERRITORIAL, SOCIAL I ECONÒMIC PER AL SEGLE XXI.
Butlletins electrònics del CEIC Alfons el Vell, núm.155 (03-12-2015) |
El CEIC Alfons el Vell dins del "IV Cicle de Conferències de Ciència i Tecnologia a la Safor" es complau a convidar-vos a la conferència:
La desagrarització. Un problema territorial, social i econòmic per al segle XXI
a càrrec de Josep-Antoni Ybarra, catedràtic d'Economia de la Universitat d'Alacant i Rafael Delgado, director del CEIC Alfons el Vell. Presentarà l'acte Joaquim Grau, conseller del CEIC Alfons el Vell i coordinador del cicle.
Lloc: Casa de Cultura Marqués de González de Quirós.
Dia 11 de desembre de 2015, divendres, a les 19,30 hores.
Podeu descarregar el díptic informatiu polsant ací
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Resum de la conferència: El punt de ruptura general de la societat rural i de les formes tradicionals d'aprofitament del territori produït en la segona meitat del segle XX, especialment des de 1960, planteja un escenari territorial, amb diverses implicacions transversals, tant sociològiques i culturals, com ambientals i econòmiques. També l'emigració a les zones urbanes i litorals, així com la desagrarització de la societat i de l'economia han comportat noves visions sobre el món rural. La projecció a terme mitjà i llarg d'aquesta situació fa preveure un clar desequilibri territorial i planteja una sèrie d'interrogants sobre com es gestionaran els recursos naturals en el futur i quina serà la seua evolució. En aquest nou escenari, el valor de la terra, abans únicament de producció agrària, deu prendre la seua dimensió transversal i no ser considerada com un terreny rústic amb un valor únicament per a urbanitzar. En el camp agrari, també les noves formes de gestió i de comercialització dels productes obren possibilitats de resposta front a una globalització que avança en el procés d'homogeneització i de pèrdua identitària. La gestió dels recursos naturals i territorials en la societat postindustrial futura es palesa com una necessitat si es vol assegurar el desenvolupament sostenible. Amb aquesta conversa, mantinguda amb la doble visió socioeconòmica i ambiental-territorial, es volen aportar algunes claus per aquesta gestió futura dels recursos.
29 noviembre 2015
Texto completo del discurso del Santo Padre a los jóvenes de Uganda
El Papa invita a los jóvenes a superar las dificultades, transformar lo negativo en positivo y a orar.
Publicamos a continuación el discurso completo que el Santo Padre ha improvisado con los jóvenes de Uganda:
"Escuché con mucho dolor en el corazón el testimonio de Winnie y de Emmanuel. Pero a medida que iba escuchando me hice una pregunta: ¿una experiencia negativa puede servir para algo en la vida? Sí.
Tanto Winnie como Emmanuel han sufrido experiencias negativas. Winnie pensaba que no había futuro para ella. Que la vida para ella era una pared delante. Pero Jesús le fue haciendo entender que en la vida se puede hacer un gran milagro. Transformar una pared en horizonte. Un horizonte que me abra el futuro. Delante de una experiencia negativa --muchos de los que estamos acá hemos tenido experiencias negativas-- siempre está la posibilidad de abrir un horizonte. De abrirlo con la puerta de Jesús. Hoy Winnie transformó su depresión, su amargura en esperanza.
Y esto no es magia, es obra de Jesús. Porque Jesús es el Señor. Jesús puede todo. Y Jesús sufrió la experiencia más negativa de la historia. Fue insultado, fue rechazado y fue asesinado. Y Jesús, por el poder de Dios, resucitó. Él puede hacer en cada uno de nosotros lo mismo con cada experiencia negativa. Porque Jesús es el Señor.
Yo me imagino, y todos juntos hagamos un acto de imaginarnos, el sufrimiento de Emmanuel. Cuando veía que sus compañeros eran torturados. Cuando veía que sus compañeros eran asesinados. Emmanuel fue valiente. Se animó. Él sabía que si lo encontraban el día que se escapaba, lo mataban. Arriesgó, confió en Jesús y se escapó. Y hoy lo tenemos aquí, después de catorce años, graduado en Ciencias Administrativas.
Siempre se puede. Nuestra vida es como una semilla, para vivir hay que morir. Y morir a veces físicamente como los compañeros de Emmanuel. Morir como murió Carlo Lwanga y los mártires de Uganda. Pero a través de esa muerte hay una vida. Una vida para todos. Si yo transformo lo negativo en positivo soy un triunfador. Pero eso solamente se puede hacer con la gracia de Jesús.
¿Están seguros de esto? ¡No escuché nada? ¿Están seguros? ¿Están dispuestos a transformar en la vida todas las cosas negativas en positivas? ¿Están dispuestos a transformar el odio en amor? ¿Están dispuestos a transformar, a querer transformar la guerra en la paz?
Ustedes tienen conciencia de que son un pueblo de mártires. Por sus venas corre sangre de mártires. Y por eso tienen la fe y la vida que tienen ahora. Y esta vida es tan linda aquí, donde le llaman la perla del África.
Parece que el micrófono no funciona bien, a veces también nosotros no funcionamos bien, ¿si o no?
Y cuando no funcionamos bien, ¿a quién tenemos que ir a pedirle que nos ayude? No oigo. Más alto. A Jesús, Jesús puede cambiarte la vida. Jesús puede tirar abajo todos los muros que tienen delante. Jesús puede hacer que la vida sea un servicio para los demás.
Algunos de ustedes me pueden preguntar, ¿y para esto hay un varita mágica? Si quieren que Jesús nos cambie la vida, hay que pedirle ayuda. Y esto se llama rezar. ¿Entendieron bien? Rezar. Les pregunto, ¿ustedes rezan? ¿Seguro? Rezarle a Jesús porque Él es el Salvador. Nunca dejen de rezar.
La oración es el arma más fuerte que tiene un joven. Jesús nos quiere. Les pregunto. ¿Jesús quiere a unos sí y a otros no? ¿Jesús quiere a todos? ¿Jesús quiere ayudar a todos? Entonces ábrele la puerta de tu corazón y déjalo entrar. Dejar entrar a Jesús en la vida. Y cuando Jesús entra en tu vida, te ayuda a luchar. A luchar contra todos los problemas que señaló Winnie.
Luchar contra la depresión, luchar contra el Sida, pedir ayuda para superar esas situaciones. Pero siempre luchar. Luchar con mi deseo. Y luchar con mi oración. ¿Están dispuestos a luchar? ¿Están dispuestos a desear lo mejor para ustedes? ¿Están dispuestos a rezar, a pedirle a Jesús que los ayude en la lucha?
Y una tercera cosa que les quiero decir. Todos nosotros estamos en la Iglesia, pertenecemos a la Iglesia. ¿Verdad? Y la Iglesia tiene una Madre. ¿Cómo se llama? ¡No puedo oír! Rezar a la Madre. Cuando un chico se cae, se lastima, se pone a llorar y va a buscar a la mamá. Cuando nosotros tenemos un problema lo mejor que podemos hacer es ir donde nuestra Madre. Y rezarle a María nuestra madre. ¿Están de acuerdo? ¿Y ustedes le rezan a la Virgen Nuestra Madre? Y por aquí pregunto, ¿ustedes rezan a Jesús y a la Virgen Nuestra Madre?
Las tres cosas: superar las dificultades, segundo, transformar lo negativo en positivo y tercero, oración. Oración a Jesús que lo puede todo. Jesús que entre en nuestro corazón. Y nos cambia la vida. Jesús que vino para salvarme y dio su vida por mí. Rezar a Jesús porque Él es el único Señor. Y como en la Iglesia no somos huérfanos y tenemos una Madre, rezar a nuestra Madre. Y cómo se llama nuestra Madre...
¡Más fuerte! Les agradezco mucho que hayan escuchado. Les agradezco que quieran cambiar lo negativo en positivo. Que quieran luchar contra la malo con Jesús al lado y sobre todo les agradezco que tengan ganas de nunca dejar de rezar.
Y ahora los invito a rezar juntos a nuestra madre, para que nos proteja. ¿Estamos de acuerdo? Todos juntos.
Después de rezar el Ave María y dar la bendición, el Papa ha añadido: Un último pedido: recen por mí, recen por mí, lo necesito. No lo olviden. Adiós.
(Texto transcrito del audio por ZENIT)
(28 de noviembre de 2015) © Innovative Media Inc.
24 noviembre 2015
21 noviembre 2015
El conmovedor mensaje del hombre que perdió a su mujer en los atentados de París: “no tendrán mi odio”
Su esposa de 35 años murió asesinada en los ataques de París. Antonine Leiris, con un hijo de 16 meses, desafía ahora al Estado Islámico: “Si ese Dios por quien ustedes matan tan ciegamente nos ha hecho a su imagen, cada bala en el cuerpo de mi mujer habrá sido una herida en su corazón”
“No tendrán mi odio”. Así comienza el poderoso mensaje que Antonine Leiris dirigió a los terroristas de ISIS que asesinaron a su esposa en los atentados de París el último viernes.
Leiris escribió en su perfil de Facebook un mensaje en honor a su esposa Helene Muyal-Leiris tras recoger sus restos. Helene tenía 35 años de edad.
En su publicación, que ha sido compartida más de 110 mil veces, también promete que no permitirá que su pequeño hijo de solo 17 meses de edad crezca con temor ni odio a ISIS. Los atentados de París dejaron al menos 129 muertos.
Esta es la traducción del post original:
No tendrán mi odio
La noche del viernes ustedes robaron la vida de un ser excepcional, el amor de mi vida, la madre de mi hijo, pero ustedes no tendrán mi odio. No sé quiénes son y tampoco quiero saberlo, ustedes son almas muertas. Si ese Dios por quien ustedes matan tan ciegamente nos ha hecho a su imagen, cada bala en el cuerpo de mi mujer habrá sido una herida en su corazón.
Así que yo no les daré el regalo de odiarlos. Ustedes lo están buscando, pero responder al odio con la cólera sería ceder a la misma ignorancia que hace de ustedes lo que ustedes son. Ustedes quieren que yo tenga miedo, que mire a mis conciudadanos con ojos desconfiados, que sacrifique mi libertad por la seguridad. Perdieron. Sigo siendo el mismo de antes.
Yo la he visto esta mañana, finalmente, después de noches y días de espera. Ella estaba tan hermosa como cuando partió el viernes por la noche, tan bella como cuando me enamoré perdidamente de ella hace más de 12 años. Por supuesto que estoy devastado por el dolor, les concedo esa pequeña victoria, pero esta será de corta duración. Sé que ella nos acompañará cada día y que nos volveremos a encontrar en ese paraíso de almas libres al que ustedes jamás tendrán acceso.
Nosotros somos dos, mi hijo y yo, pero somos más fuertes que todos los ejércitos del mundo. Y ya no tengo más tiempo para darles, tengo que volver con Melvil que ya ha despertado de su siesta. Tiene apenas 17 meses de edad. Va a comer su merienda como todos los días, después vamos a jugar como siempre y, toda su vida, este pequeño niño les hará frente siendo feliz y libre. Porque no, ustedes no obtendrán su odio.
“Vous n’aurez pas ma haine” Vendredi soir vous avez volé la vie d’un être d’exception, l’amour de ma vie, la mère de…Posted by Antoine Leiris on Monday, November 16, 2015
18 noviembre 2015
Sínodo. El mundo es pasando, pero Cristo permanece para siempre.
–Cómo pasa el tiempo… El próximo domingo, Cristo Rey. Y al otro, el Adviento. Un nuevo Año litúrgico.–Todo cambio, todo lo nuevo, estimula al hombre, aunque sólo cambie de cepillo de dientes. Y es que sin saberlo espera el final, cuando el Señor diga: «He aquí que hago nuevas todas las cosas» (Ap 21,5).
Para entender los profundos desacuerdos manifestados en los Sínodos 2014-2015 es necesario conocer, aunque sea a grandes rasgos, la historia de las filosofías modernas.
–Panta rei - todo fluye, es una frase atribuida al filósofo preseocrático Heráclito de Éfeso (544-484). Y hay que reconocer que, a poco que el hombre discurra, entiende que todo va pasando en un devenir permanente: las palabras y los hechos, los días y las estaciones, de tal modo que el presente es indeciblemente mínimo: un momento antes de ser presente era futuro; y un instante después ya es pasado. Es por tanto el presente infinitamente breve, efímero, contingente… Y sin embargo, todavía algunos hombres consideran que este flujo incesante de presentes infinitesimales constituye la realidad. La verdadera realidad. En ella, pues, ha de fundamentarse el pensamiento y la acción. «Hay que partir de la realidad», afirman pomposamente.
–En las filosofías modernas predomina el devenir y la evolución. El todo fluye se ha convertido así en un principio disolvente de la razón, que trae consigo la pérdida del sentido de la realidad. Las esencias de todas las cosas son sometidas a cambio permanente, a imagen de las transformaciones de la mente. El devenir prevalece sobre el ser, y niega la existencia de una Ley Natural impresa en la naturaleza objetiva de las diversas realidades. A diferencia del pensamiento cristiano tradicional, el pensamiento moderno considera lo cambiante como criterio de verdad, de tal modo que la verdad queda sometida a la voluntad de cambio, o si se prefiere, al inexorable desarrollo dialéctico de la Idea en la historia.
Las filosofías modernas, nacidas del nominalismo, se someten al absolutismo del devenir, que no es sino un voluntarismo radical, que apaga la luz de la razón, pues excluye la existencia de verdades objetivas. El hombre no puede edificar ya su pensamiento y su vida sobre la roca de unas verdades objetivas, inmutables, ciertas, sino que debe estar abierto permanentemente a la duda, a la opinión, a los cambios históricos: todo, hasta lo que parecía más permanente, pasa a estar en proceso de reforma, todo se puede repensar. Y también, por supuesto, el dogma se convierte en algo sujeto a la ley universal del cambio. Panta rei.Sit pro ratione voluntas. El absolutismo del devenir engendra el absolutismo de la voluntad, y de éste nacen el activismo, el semipelagianismo, el naturalismo, el existencialismo y tantos ismos que marcan la pluralidad de las filosofías modernas. Lo que se mantiene común a todas ellas es la negación de unas realidades creaturales establemente mantenidas en su ser por el Creador, la eliminación del poder cognitivo de la razón y del imperio de una ley natural, la pérdida del sentido de la realidad, la reducción de la naturaleza objetiva de las cosas a un mero fenómeno mental, la disociación entre razón y fe, la incapacidad de concebir estados cualitativos, como el matrimonio indisoluble, o como el estado de gracia y el de pecado, la negación de los actos intrínsecamente malos, como la anticoncepción o el adulterio. El mismo principio de contradicción es devorado por el dialéctico desarrollo inexorable de laIdea en la historia. Eso permitirá, por ejemplo, que a comienzos del siglo XXI un Obispo católico reconozca la disolubilidad de un matrimonio indisoluble. Obvio. O que otro, éste Arzobispo, afirme que el adulterio puede ser un camino de unión progresiva a Dios –que condenó el adulterio, prohibiéndolo severamente–. Evidente. Vale todo. Basta con quererlo.
Las filosofías modernas reducen a los hombres a la condición de enfermos mentales. Apartándolos del Cristianismo, consiguen que pierdan la fe, y que como consecuencia pierdan también el uso de la razón. El ataque nominalista de Ockham(+1349) contra las esencias y la realidad de la ley natural inicia en Occidente la transición de una visión objetiva y realista, a la que siempre se ha mantenido fiel el pensamiento cristiano, a otra visión subjetivista, en la que desaparece progresivamente el sentido de lo real, aplastado por el predominio de lo mental.Pienso, luego existo, dirá Descartes (+1650). Pero es Hegel (+1831), reduciendo por la dialéctica lo real a lo cambiante, el más fuerte negador de la estable realidad objetiva. En Nietzsche (+1900) todo está sujeto al proceso de cambio; en Schopenhauer (1788), al poder de la voluntad; en el existencialismo de Sartre (+1980) a la libertad del hombre, que es la que crea lo bueno y lo malo (Gén 3,5), en lugar de descubrirlo. Elvitalismo, el liberalismo, el deconstruccionismo del pensamiento y del lenguaje, como también la actual ideología del género, son derivaciones de las filosofías aludidas.
Panta rei. El todo fluye se aplica a la misma verdad, que ya no es una verdad objetiva, absoluta, permanente, sino que, como todo lo mundano, está obligada al proceso evolucionista del cambio, y depende de la época, de las diversas culturas o incluso de la circunstancia de cada individuo. De este modo, el irracionalismo vigente hace hombres irrealistas, sujetos a la dictadura del relativismo, siervos devotos de los procesos evolutivos del cambio. En este marco cultural, un pensamiento dogmático es algo absurdo, más aún, ridículo. Intentar que el hombre se gobierne moralmente ateniéndose a un cuadro de verdades inmutables equivale a meterlo en una jaula o a dejarlo cautivo en una cárcel. Sólo eso es intolerable, dentro de la universal tolerancia impuesta severamente por el imperio del relativismo.
* * *
–El modernismo hoy está vigente en el interior de la Iglesia en sectores mucho más amplios y manifiestos que en el siglo XIX. No pocos teólogos y pastores son enfermos mentales. No podemos negar que ciertos Cardenales, Obispos y teólogos, como sus hermanos del XIX, están más o menos infectados por el pensamiento débil del devenir y sujetos a la dogmática de la evolución. Simplemente, son modernistas.
En mi estudio (243 y 245) El modernismo (I y II) ya describí las tesis fundamentales de su principales representantes –Bergson, Le Roy, Blondel, Laberthonnière, Loisy–, refutadas por las grandes encíclicas Providentissimus Deus de León XIII (1893) yPascendi de San Pío X (1907). Eran tesis promovidas por las falsas filosofías modernas: agnosticismo kantiano de la realidad, inmanentismo, historicismo crítico, negación de los milagros, necesaria evolución de los dogmas, asimilación de las filosofías modernas, especialmente en sus dimensiones morales, etc. Todo eso, aunque eficazmente frenado en tiempos de San Pío X, permanece hoy vivo y mucho más difundido dentro de la Iglesia de lo que estuvo en el siglo XIX. En no pocas Iglesias locales de Occidente esa mentalidad modernista es hoy más frecuente en los teólogos y altos eclesiásticos que el realismo ontológico de Santo Tomás de Aquino, aunque la Iglesia reconozca a éste en su Magisterio como guía intelectual desde hace siglos, y también en el Concilio Vaticano II (1965, Optatam totius, 16) y en el Código de Derecho Canónico (1983, c.252).
* * *
–La realidad es Dios, el Creador del mundo, el Conservador providente de todo lo creado, pues «en Él vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17,28). Ésta es la revelación fundamental en el AT y en el NT. Isaías: «La yerba se seca, se marchita la flor, pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre» (40,8). El salmista: «El Señor deshace los planes de las naciones, frustra los proyectos de los pueblos; pero el plan del Señor subsiste por siempre, los proyectos de su corazón, de edad en edad» (33,10). A la luz de Cristo, la Iglesia entiende y vive esta verdad desde el principio. Ese convencimiento de la fe es en los cristianos de los primeros siglos uno de los fundamentos principales de su fortaleza ante el martirio.
San Pedro: «Vendrá el día del Señor como ladrón, y en él pasarán con estrépito los cielos, y los elementos, abrasados, se disolverán, y lo mismo la tierra con las obras que hay en ella. Todo ha de disolverse… pero nosotros esperamos cielos nuevos y otra tierra nueva, en que tiene su morada la justicia, según la promesa del Señor» (2Pe 3,10-13).San Pablo: «El tiempo es corto… Pasa la representación de este mundo» (1Cor 7,29.31). «Tú, Señor, al principio fundaste la tierra, y los cielos son la obra de tus manos. Ellos perecerán, pero tú permaneces. Y todos, como un vestido, envejecerán…; pero tú permaneces el mismo, y tus años no se acabarán» (Hb 1,10-12). El mundo es un océano, siempre oscilante y turbulento; Dios, Cristo, la Iglesia, es la nave que flota o incluso el hombre que camina sobre el mar sin hundirse.
–La realidad es Cristo, el creador y re-creador del mundo. «Él estaba en el principio en Dios. Todas las cosas fueron creadas por Él, y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho» (Jn 1,2-3). «Él es la imagen de Dios invisible, el primogénito de toda criatura, porque en Él fueron creadas toas las cosas del cielo y de la tierra, las visibles y las invisibles… todo fue creado por Él y para Él. Él es antes que todo, y todo subsiste en Él» (Col 1,15-17). Por eso confesamos nuestra fe: «creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de los siglos… por quien todo fue hecho» (Credo). «Jesucristo es el mismo ayer y hoy y por los siglos» (Heb 13,8). Él es, introducido por la encarnación en la historia de los hombres, el único que puede decir con toda verdad: «el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Mt 24,35). Esto es lo que expresa el lema de la Cartuja: Stat Crux dum volvitur orbis: la Cruz permanece estable, mientras el mundo da vueltas.
En el día primero de la Creación dijo Dios: «haya luz, y hubo luz. Y vió Dios que era buena la luz, y la separó de las tinieblas» (Gen 1,3). Y cuando la Iglesia celebra la Vigilia Pascual comienza por encender el Cirio Pascual, signo de la luz de Cristo, que en la plenitud de los tiempos inicia la nueva creación: «Cristo ayer y hoy + Principio y fin + Alfa + y Omega + Suyo es el tiempo + Y la eternidad + A Él la gloria y el poder + Por los siglos de los siglos. Amén».
–La realidad del mundo somos los cristianos, la Iglesia, porque formamos en Cristo un templo de piedras vivas que, edificado sobre la Roca, se alza en todas las naciones. Somos la realidad del mundo porque permanecemos en la Palabra de Dios, Creador y Salvador del pobre mundo presente. Vivimos en medio de la irrealidad del mundo pecador, que cuanto más peca y se aleja de Dios es menos real.
San Juan: «El mundo pasa y también sus concupiscencias; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre» (1Jn 2,17). «Si en vosotros permanece lo que habéis oído desde el principio, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre. Y ésta es la promesa que Él nos hizo, la vida eterna» (1Jn 2,24-25). Es lo que decía Sta. Catalina de Siena: el pecado es la nada, menos que la nada. Ya en el siglo segundo, cuando la Iglesia estaba tan reducida y perseguida, un anónimo cristiano afirma en el Discurso a Diogneto:«lo que es el alma en el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo. El alma está esparcida por todos los miembros del cuerpo, y cristianos hay por todas las ciudades del mundo. Habita el alma en el cuerpo, pero no procede del cuerpo; así los cristianos habitan en el mundo, pero no son del mundo… La carne aborrece y combate al alma, sin haber recibido de ella agravio alguno, porque no le deja gozar de los placeres; a los cristianos los aborrece el mundo, sino haber recibido agravio de ellos, porque renuncian a los placeres. El alma ama a la carne y a los miembros que la aborrecen, y los cristianos aman también a los que los odian. El alma está encerrada en el cuerpo, pero ella es la que mantiene unido al cuerpo; así los cristianos están detenidos en el mundo, como en una cárcel, pero ellos son los que mantienen la trabazón del mundo» (n.VI).
–La Liturgia de la Iglesia es la realidad que se celebra en medio de la paupérrima realidad del mundo pecador, ajeno a la voluntad de Creador y Salvador, e incluso enemigo de ella. Toda la Liturgia sagrada actualiza sucesos pasados de la historia de la salvación, participando de su esplendorosa realidad santificante: la elección de Abraham y de Israel, su descendencia; la palabra de los profetas; el nacimiento de Cristo, la predicación de su Palabra; su muerte y resurrección; su ascensión a los cielos; la venida del Espíritu Santo. Todas esas palabras de vida eterna, todos esos acontecimientos salvíficos, se hacen actuales en la Liturgia de la Iglesia. En consecuencia, la actualidad, la realidad más real de la historia humana es el Año litúrgico celebrado incesantemente por la Iglesia. Sin ella el mundo sería como caña agitada por cualquier viento; quedaría como el cuerpo de un hombre sin alma: como un cadáver, destinado inexorablemente a la corrupción total. Como dice el Vaticano II, la Iglesia es «el sacramento universal de salvación» (LG 48; AG 1).
Los diarios y revistas, televisiones y radios, asambleas, discursos y reuniones, las actividades laborales, sanitarias, educativas, legislativas, judiciales, artísticas, constructivas, tienen una realidad mínima, efímera, cambiante, inestable, privada por el pecado en gran parte de ser, de verdad, de bondad, de belleza. O precisando más,todas esas palabras y acciones tienen realidad en la medida en que existen y se mueven según la realidad de Dios, manifestada y ofrecida en Cristo por obra del Espíritu Santo. Afirmar, pues, que «la actualidad», «la realidad» del mundo es lo que informan y comentan los medios de comunicación es una exageración; peor, es un gran error. Tenía razón León Bloy cuando confesaba que cuando quería enterarse de lo que realmente pasa en el mundo no recurría tanto a los diarios, sino que leía el Apocalipsis.
La Liturgia de la Iglesia es el alma del mundo: mantiene siempre actuales los hechos pasados obrados por Dios en la historia de la salvación y anticipa las realidades escatológicas que ciertamente acontecerán en su día, ateniéndose a la voluntad de Dios providente, que es fiel a sus promesas. Los hombres «comían, bebían, compraban, vendían, plantaban, edificaban; pero en cuanto Lot salió de Sodoma, llovío del cielo fuego y azufre, y acabó con todos. Lo mismo pasará el día en que se revele el Hijo del hombre» en la Parusía (Lc 17,28-30). «En los días que precedieron el diluvio, comían, bebían, se casaban, hasta el día en que Noé entró en el arca; y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y los arrastró a todos. Así será la venida del Hijo del Hombre… Por tanto, estad vigilantes, porque no sabéis cuándo llegará vuestro Señor» (Mt 24,38-42).
La única manera lúcida y fecunda de vivir las «realidades temporales» es la que describe San Pablo cuando dice: «nosotros no ponemos nuestros ojos en las cosas visibles, sino en las invisibles; pues las visibles son temporales; las invisibles, eternas» (2Cor 4,18). Los hombres mundanos trastornan, degradan, oprimen las realidades del mundo presente, con guerras e injusticias, abortos y divorcios, leyes contra naturam, insultos y separaciones hostiles, espectáculos degradantes, mentiras y violencias, idolatrías de personas y de obras indignas. Están –más o menos– bajo el influjo del diablo, empeñado en destruir la obra de Dios, especialmente al hombre, que es su imagen en el mundo.
Son los santos, los hombres plenamente cristianos, los que ordenan y pacifican la masa del mundo con acciones llenas de inteligencia, bondad y belleza. Pueden hacerlo, con la ayuda de la gracia, porque tienen puestos sus ojos siempre en Cristo Salvador, obrando bajo su influjo como luz, sal y fermento de las realidades temporales. Se ve claro que están en el mundo, pero que no son del mundo, y que por eso pueden transformarlo con el poder del Espíritu Santo, que renueva la faz de la tierra. Pienso en la acción de los monjes en Europa, en la de los misioneros en América, en San Juan Bosco… en toda la historia de la Iglesia, «sacramento universal de salvación», de salvación temporal y eterna.
Dice el Apóstol que hay «un continuo anhelar de las criaturas que ansían la manifestación de los hijos de Dios, pues las criaturas están sujetas a la vanidad, no de grado, sino por razón de quien las sujeta, con la esperanza de que también ellas serán libertadas de la servidumbre de la corrupción para participar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera hasta ahora gime y siente dolores de parto, y no sólo ella, sino también nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros mismos, suspirando por la adopción, por la redención de nuestros cuerpos» (Rm 8,19-23).
* * *
En el Sínodo hemos visto la lucha entre la luz y las tinieblas. No, no se han manifestado simplemente sensibilidades distintas en la expresión de una misma fe. No. Lo que hemos podido comprobar es que unos piensan según el pensamiento que Diosha comunicado a los cristianos por la Revelación, y que la Iglesia enseña en su magisterio, y que los otros piensan como el mundo, «piensan como los hombres, no como Dios» (Mt 16,23; Mc 8,33). Podemos verlo en varias cuestiones fundamentales, que todo lo condicionan.
–Lo nuevo y lo viejo. La clave para renovar la Iglesia y el mundo
Buena parte de la enorme fuerza evangelizadora de los cristianos primeros está precisamente en que, al recibir la luz de Cristo, entienden perfectamente que el mundo está viviendo en «la vieja locura», como dice Clemente de Alejandría (+215, PedagogoI,20,2), vieja locura de la que ellos han sido felizmente liberados por el Evangelio. Entienden que el mundo es «lo viejo», es lo de siempre; y que el cristianismo es «lo nuevo», la verdad liberadora y deslumbrante, la Buena Noticia. Para ellos evangelizar es siempre iluminar con la luz de Cristo a unos hombres «que viven en tinieblas y sombras de muerte» (Lc 1,79). La palabra «aggiornamento» de la Iglesia resulta más ambigua de lo deseable, a no ser que el «oggi» no se refiera al mundo actual, sino a nuestro Señor y Salvador Jesucristo, que «es el mismo ayer y hoy y por los siglos» (Heb 13,8)
En el extremo opuesto se sitúan aquellos que pretender renovar la Iglesia asumiendo la realidades temporales del mundo, tal como están configuradas en la efímera realidad de la historia presente. Así piensa y habla, por ejemplo, Mons. Jozef Johan Bonny, Obispo de Amberes, Bélgica.
«Al igual que en la sociedad existe una diversidad de marcos jurídicos para las parejas, debería también haber una diversidad de formas de reconocimiento en el seno de la Iglesia». La Iglesia, por lo visto, se aleja culpablemente del mundo si no acepta lo que ya en él se ha establecido e incluso legalizado. La «voluntad general» de la sociedad en un cierto tiempo y lugar del mundo es infalible, absoluta, justa y verdadera (Rousseau). La clásica apotaxis del Bautismo, por la que el neo-cristiano, renunciando «al mundo y a sus seducciones diabólicas», venía a la syntaxis con Cristo, el nuevo Adán, el renovador del mundo, queda así definitivamente superada.Sigue diciendo Monseñor: «Todo el mundo quiere vivir su propia vida en lo referente a las relaciones, amistades, familia y educación de los hijos. No podemos negar que existieron heridas y traumas dentro de la Iglesia. Demasiada gente ha sido excluida por mucho tiempo». Está claro: la Iglesia debe aceptar y legitimar los pecados del mundo, concretamente los referidos a la vida sexual, para que nadie se sienta excluido de ella. Ya hoy en algunas Iglesias locales renovadas disponen de rituales para bendecir en el templo la unión de parejas homosexuales. Esta concepción tiene grandes «ventajas»: relaja toda tensión entre la Iglesia y el mundo, los concilia amigablemente, frena la persecución, trae la paz. Más aún, sea cual sea la conducta moral de los hombres, ya ninguno debe sentirse excluido de la Iglesia. Y cesan también las heridas y traumas dentro de la Iglesia, porque la gente puede «vivir su propia vida en lo referente a las relaciones, amistades, familia y educación de los hijos». Es indudable: es en el mundo donde está la clave de la renovación de la Iglesia. Lo nuevo es el mundo, lo viejo es la Iglesia.
–Lo real y lo irreal
Como hemos visto, lo real es Dios, es Cristo, es la Iglesia, la Palabra divina: es todo aquello que se sujeta a Dios, en quien vivimos, existimos y nos movemos, pues Él es la fuente de todo ser, de toda realidad; es el que nos mantiene en el ser. El mundo, por el contrario, es en gran parte una realidad abortada, privada del bien debido, degradada, falsificada: es una realidad temporal vacía de verdad, de bien y de belleza. En el caso, por ejemplo, de que una persona se divorcie y se vuelva a casar, dice el Creador en el Decálogo, y lo reafirma Cristo, que «comete adulterio» (Lc 16,18). Por tanto, esta Palabra divina manifiesta cuál es la realidad, la verdadera realidad.
Pero al extremo opuesto, se piensa que la realidad es el mundo presente temporal, en sus históricas configuraciones concretas. Así lo entiende, según parece, el Cardenal Reinhard Marx, arzobispo de Berlín y presidente de la Conferencia Episcopal de Alemania.
Sobre el asunto de los divorciados que se han vuelto a casar, y acerca de su idoneidad para recibir la comunión eucarística, el Cardenal señala que «incluso si fuera posible reasumir la primera relación –usualmente no lo es– la persona se encuentra en un dilema moral objetivo en el que no hay una salida clara moral-teológica». No hay salida moral clara. La cuestión puede darse en circunstancias muy complejas, que no pueden solucionarse simplemente prescribiendo, cuando es necesario que continúen la convivencia, que convivan como hermano y hermana. «El consejo de abstenerse de las relaciones sexuales en la nueva relación no solo aparece como irreal para muchos[entre ellos el propio Card. Marx]. Es también cuestionable si los actos sexuales pueden ser juzgados independientemente del contexto que se vive».Según esto, 1º.-no hay actos intrínsecamente ilícitos, que ninguna circunstancia puede hacer lícitos. No cree, pues, el Card. Marx en el Catecismo, cuando apoyándose en los documentos del Magisterio apostólico, enseña que «hay actos que por sí y en sí mismos, independientemente de las circunstancias, son siempre gravemente ilícitos por razón de su objeto; p. ej., la blasfemia y el perjurio, el homicidio y el adulterio» (1756). Y 2º.-Es irreal pretender que los divorciados recasados, que se encuentran obligados por las circunstancias a continuar viviendo juntos, convivan «como hermano y hermana». Es irreal. La realidad es que convivan modo uxorio. La solución moral aludida es irreal, no es válida porque moralmente es imposible, y por tanto no soluciona nada. Hay que ser realistas, hay que partir de la realidad… Qué espanto: esta profunda perversión del lenguaje manifiesta una profunda perversión del pensamiento.
–Epifanía de la realidad en la parusía de Cristo
Los cristianos celebramos todos los días la Eucaristía, «mientras esperamos la venida gloriosa de nuestro Salvador Jesucristo», como decimos antes de la comunión. Entre tanto vivimos «como extranjeros y peregrinos» (1Pe 2,11) en la realidad-irreal del mundo presente pecador. Y vivimos así «porque somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos al Salvador y Señor Jesucristo, que reformará el cuerpo de nuestra miseria conforme a su cuerpo glorioso, en virtud del poder que tiene para someter a sí todas las cosas» (Flp 3,20-21).
Entonces será «el final, cuando entregue a Dios Padre el reino, cuando haya reducido a la nada todo principado, toda potestad y todo poder [del mundo presente]. Pues es preciso que Él reine hasta poner a todos sus enemigos bajo sus pies. El último enemigo reducido a la nada será la muerte… Entonces el mismo Hijo se sujetará a quien a Él todo se lo sometió, para que sea Dios todo en todas las cosas» (1Cor 15,24-28). Por eso «nosotros esperamos otros cielos nuevos y otra tierra nueva» (2Pe 3,13), que serán plenamente reales, porque la voluntad del Padre celeste se hará en la tierra como se hace en el cielo.
«Dice el que testifica estas cosas: sí, vengo pronto. Amén. Ven, Señor Jesús. La gracia del Señor Jesús sea con todos. Amén» (Ap 22,20).
José María Iraburu, sacerdote
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