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21 diciembre 2006

El anhelo de silencio

El anhelo de silencio
(Domingo, 17 de Diciembre de 2006)

Se ha escrito que “la capacidad de silencio en el hombre es el termómetro de su calidad y su nobleza”. Por desgracia, hoy va aumentando el ruido y va disminuyendo el silencio. Y el silencio es lo que más necesitamos.

La sociedad actual está llena de ruidos, de mil objetos que distraen nuestra atención en una multitud de pequeños detalles intrascendentes. Hoy nada nos invita a la reflexión. Si queremos reflexionar, que es una actividad muy importante y muy necesaria, hemos de crear silencio en nuestro entorno y entrar en él sin miedo. El silencio concentra nuestra vida y nos ayuda a profundizar en ella y a vivirla en plenitud.

El silencio es necesario para encontrarnos con nosotros mismos y para autodescubrirnos auténticamente; nos ayuda a mirar hacia el pasado con ecuanimidad, a mirar el presente con realismo y el futuro con esperanza. El silencio nos permite contemplar a Dios, a los hermanos y a la naturaleza con una mirada nueva, y nos ayuda a proyectarnos hacia los demás con una mayor generosidad.

El silencio habla. Parece una contradicción, pero no lo es. No obstante, hay que saber escuchar el silencio, porque éste nos ofrece siempre un mensaje de sabiduría. En el silencio nos autodescubrimos, vemos con mayor claridad nuestra propia vida, lo que hacemos y los que dejamos de hacer, la calidad de nuestra existencia y aquello que Dios y el prójimo esperan de nosotros. En el silencio escuchamos nuestra conciencia.

Dios habla en el silencio. Dios, que nos ha creado y nos ha salvado por amor, quiere mantener un diálogo con toda persona humana. Sin hacer silencio en nuestra vida es difícil escuchar la voz amorosa de Dios. Y, ante la soledad que fomenta nuestra civilización, nos es muy necesario y muy provechoso este diálogo interpersonal con Dios. El silencio crea un clima propicio para la plegaria.

Benedicto XVI ha afirmado que “la profundización en las verdades cristianas, así como el estudio de la teología, suponen una educación en el silencio y la contemplación, porque es necesario desarrollar la capacidad de escuchar con el corazón a Dios que habla”. Nuestras palabras sólo pueden tener valor pleno y plena utilidad si provienen del silencio de la contemplación. El pensamiento siempre necesita purificación para poder entrar en la dimensión en la que Dios pronuncia su Palabra creadora y redentora, su Verbo “salido del silencio”, según una bella expresión de san Ignacio de Antioquía.

El silencio no es para soportarlo sino para escucharlo. Cuando sabemos escuchar el silencio, éste siempre es portador de un anuncio de paz interior y de crecimiento en nuestra vida. El silencio no es sinónimo de vacío o de aburrimiento. Todo lo contrario, a medida que nos educamos para captar todos sus mensajes, nos llenamos de riqueza interior y aumenta la creatividad que da mayor sentido a nuestra vida.

Se ha escrito que “el silencio es el gran arte de la conversación”. Esta sentencia es muy verdadera, porque en la conversación es muy importante saber escuchar verdaderamente al otro cuando habla, y esto pide una escucha silenciosa. Del silencio surgirán las palabras precisas que harán viable un diálogo fecundo.

+ Lluís Martínez Sistach

Arzobispo metropolitano de Barcelona

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