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02 abril 2011

Evangelio del domingo 3 de abril. Cuando el corazón se queda ciego.

Por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo
CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 1 de abril de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario al Evangelio del próximo domingo, cuarto de Cuaresma (Juan 9,1-41), 3 de abril, redactado por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo.
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Lectura del santo evangelio según san Juan       9, 1. 6‑9. 13‑17. 34‑38

En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo:     ‑ «Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado).»
Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban: ‑ «¿No es ése el que se sentaba a pedir?» Unos decían: ‑ «El mismo. » Otros decían: ‑ «No es él, pero se le parece.» El respondía: ‑ «Soy yo.»
Llevaron ante los fariseos al que habla sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista.
Él les contestó: ‑ «Me puso barro en los ojos, me lavé, y veo.»
Algunos de los fariseos comentaban: ‑ «Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.»
Otros replicaban: ‑ «¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?» Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego: - «Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?» Él contestó: ‑ «Que es un profeta.»
Le replicaron: ‑ «Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?» Y lo expulsaron.
Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo:
‑ «¿Crees tú en el Hijo del hombre?» Él contestó: ‑ «¿Y quién es, Señor, para que crea en él?» Jesús le dijo: ‑ «Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es.» Él dijo:
‑ «Creo, Señor.» Y se postró ante él.
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Decimos en el dicho popular que los ojos son las ventanas del corazón. Y el autor de El Principito (Antoine de Saint Exupery), dirá aquello célebre: que lo importante sólo se ve con el corazón. No siempre vemos bien las cosas, ni las gentes, ni la misma vida, porque no siempre amamos. Hay una especie de "miopía" del corazón. En el camino hacia la Luz pascual, la Iglesia hoy nos invita con la Palabra de Dios a comprobar la vista de nuestro corazón y el amor de nuestra mirada. Son tres los protagonistas que llenan este escenario evangélico: Jesús, el ciego de na­cimiento y los fariseos.
En primer lugar está el ciego de nacimiento que es visto por Jesús, un invidente que es alcanzado por la mirada de Jesús. No es una ceguera culpable la suya, ni tam­poco maldita, cuando su destino último será nacer a la luz. El encuentro con Jesús, sencillamente anticipa ese nacimiento luminoso. A pesar de su tara física, menos mal que su madre no lo abortó y tampoco lo "eutanasiaron" después. Para él fue posible con antelación el encuentro con Aquel después del cual ni la oscuridad, ni la ceguera, ni el mal, ni el pecado... tiene ya la última palabra.
Los fariseos tenían otra ceguera, mucho más compleja y difícil de salvar porque estaba ideologizada, tenía intereses creados, tantos que hasta les impedía reco­nocer lo evidente: que un ciego de verdad, de verdad llegó a ver. Y tendrán que en­contrar alguna razón para seguir justificándose en su posición. Ellos determinarán que Jesús no puede venir de Dios cuando hace cosas "aparentemente" prohibidas por Dios por ser en sábado -son las apariencias del mirar humano-. Se afanan en un capcioso interrogatorio: preguntan al ciego, a sus padres, al ciego de nuevo... pero no quieren oír cuando lo que escuchan no coincide con sus previsiones.
Hemos de situarnos dentro de este Evangelio: con nuestras cegueras y oscuridades ante Jesús Luz del mundo. La gran diferencia entre el ciego y los fariseos estaba en que el primero reconocía su ceguera sin más, y por eso acogió la Luz, mientras que los segundos decían que veían y por eso permanecían en su oscuridad, en su pecado. No les bastaba a ellos con estar en la si­nagoga, como no nos basta a nosotros con estar en la Iglesia, si nuestro estar no está iluminado y no es luminoso, si no caminamos como hijos de la luz buscando lo que agrada al Señor. Los fariseos sabían mu­chas cosas de Dios, pero no sabían a lo que sabe Dios; ellos pensaban que veían las co­sas en su justa medida -la suya-, pero ésta no coincidía con la de los ojos de Dios. Este es nuestro reto.
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