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18 diciembre 2010

Evangelio del domingo: Dejar que Dios lo sea, Enmanuel

Evangelio del domingo: Dejar que Dios lo sea, Enmanuel
Por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm
OVIEDO, viernes, 17 de diciembre de 2010 (ZENIT.org).-  Publicamos el comentario al Evangelio del próximo domingo, 19 de diciembre, cuarto de Adviento (Mateo 1,18-24), redactado por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo, administrador apostólico de Huesca y de Jaca.

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Lectura del santo evangelio según san Mateo        1, 18‑24

El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.
José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: ‑ «José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.»
Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el Profeta:
«Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa "Dios‑con‑nosotros".»
Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer.
Palabra del Señor

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Hay buenas formas que están ocultando una inconfesable "deformación". Hay modos educados que podrían estar maquillando una extraña grosería. Hay maneras de "respetar" a Dios, como las que nos narra Isaías en la primera lectura respecto del rey Acaz, con las que elegantemente tener a Dios bajo control, con una distancia sufi­ciente como para que no influya ni modifique nuestra vida de cada día. Sería una forma de ateísmo, una manera de negar a Dios manejándolo, porque se le redu­ciría a algo: se le "perdona la vida" con tal que se esté quieto, que no moleste, que no nos critique, que no ponga su dedo en nuestras abundantes llagas, que no sospeche siquiera la falacia de nuestros disfraces.
El rey Acaz no quería "tentar" a Dios como buen creyente que conocía la Escritura: "no tentarás al Señor tu Dios" (Deut 6,16). No quería importunarle, porque Dios estaba bien en su nimbo de nubes y a sus divinas la­bores. Pero el profeta no aplaudirá este respeto que se ofrece para despreciar, esta veneración que se practica para ignorar.
Estamos ya a las puertas de la Navidad, y también a nosotros se nos ha anunciado esta Buena noticia prome­tida antiguamente por los profetas (Rom 1,2). No sólo para Acaz, ni sólo para Israel, sino para todos y para siempre, Yahvéh dejará de ser un Dios Altísimo (en cuanto lejano) para ser un Dios-con-nosotros, un Dios que ha querido acam­parse en nuestro suelo (Jn 1,14), hablar nuestro lenguaje, pasear nuestras andanzas, sufrir nuestros do­lores y gozar nuestros alegrones.
Si fuera sólo Dios pero no estuviese con noso­tros, sería una divinidad tan lejana que sería opresora o inútil, y por lo tanto su salvación no nos interesaría ni nos serviría para nada. Si estuviera con-nosotros pero no fuese Dios, estaríamos ante alguien "buena persona", alguien "majo", pero que no podría acceder a los entresijos de nuestro corazón y de nuestra his­toria, en donde nuestra felicidad se hace o se deshace. Él es Dios y con-nosotros, es el Enmanuel. Ojalá que descubramos que jamás molestamos a un Dios que ha querido amarnos hasta la convivencia, hasta la coexistencia, hasta ser-estar con nosotros. Y ojalá nos conceda tratarnos entre nosotros como somos tratados por Él: que acogiendo y contemplando al Enmanuel, al Dios-con-nosotros, podamos a nuestra vez ser también nosotros hermanos-entre-herma­nos siendo verdaderamente hijos-ante-Él.

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