Te seguiré, Señor, seguiré tus pasos Y siempre por tus sendas caminaré
Te seguiré por la senda del amor Y regalaré al mundo la vida
Te seguiré por la senda del dolor Pero en la Cruz se encuentra la salvación
Te seguiré por la senda de la dicha
Y la luz de tu alegría nos guiará
Significado:
La canción 'Te Seguiré' de Marco Frisina es un himno cristiano que refleja la devoción y el compromiso del creyente con seguir el camino de Jesucristo. La letra es una declaración de intenciones que expresa la voluntad de seguir los pasos del Señor, independientemente de las circunstancias que se presenten en la vida.
El primer verso habla de seguir las 'sendas' de Dios, lo que implica una elección consciente de vivir según los valores y enseñanzas cristianas. La 'senda del amor' sugiere que el amor es el principio guía en la vida del creyente, y que este amor se debe extender hacia los demás a través de actos de bondad y generosidad. La mención de 'regalar al mundo la vida' puede interpretarse como un llamado a compartir el mensaje de esperanza y salvación que ofrece el cristianismo.
La 'senda del dolor' y la referencia a la Cruz aluden a la aceptación de los sufrimientos y las pruebas como parte del camino espiritual, reconociendo que en la fe cristiana, la salvación y la redención se encuentran en el sacrificio de Jesús en la Cruz. Por último, la 'senda de la dicha' y la 'luz de tu alegría' resaltan la promesa de gozo y paz que se encuentra en la relación con Dios, y cómo esta alegría es una luz que guía y da sentido a la vida del creyente.
Marco Frisina, conocido por su música sacra y su labor como sacerdote, compone esta obra como un reflejo de su propia fe y como una invitación a otros a experimentar la misma paz y propósito que se encuentra en seguir a Cristo.
Pizzaballa: A un año del 7 de octubre, una invocación por la paz
En vísperas de la jornada de oración y penitencia convocada por el Papa Francisco para el lunes, el Patriarca latino de Jerusalén Pierbattista Pizzaballa repasa en una entrevista el año de guerra, sufrimiento y miedo en Oriente Medio, que comenzó con los trágicos sucesos de 2023.
Roberto Cetera
No es que la vida en Jerusalén concediera ningún respiro incluso antes del 7 de octubre, pero ciertamente los días del Patriarca de Jerusalén de los Latinos durante el último año han sido intensos y agitados, entre la atención pastoral, las relaciones institucionales e inevitablemente también las relaciones con la prensa y los medios de comunicación internacionales. «Definitivamente es la parte que más me molesta; me hacéis perder mucho tiempo», comenzó bromeando el cardenal Pierbattista Pizzaballa.
Eminencia, ya ha pasado un año desde aquella terrible mañana....
Sí, un año igualmente terrible. Y lo recordaremos, junto con el Papa Francisco y todas las Iglesias del mundo, con una jornada de oración y penitencia. Para mantener nuestros corazones libres de toda forma de miedo y deseo de ira. Y para llevar a Dios con la oración nuestro deseo de paz para toda la humanidad.
Un mes después de la masacre del 7 de octubre, nos concedió una larga entrevista. Tocó la fibra sensible de nuestros lectores porque fue una especie de resurgimiento del silencio atónito en el que nos había sumido aquella tragedia, y en la que también nos habló de sus sentimientos personales. Todo va a cambiar», nos dijo. ¿Qué ha cambiado realmente? ¿Y qué ha cambiado para usted y para los cristianos de Tierra Santa?
Antes del 7 de octubre de 2023, el panorama político era sin duda completamente distinto. El conflicto palestino-israelí, aunque latente, parecía haber entrado en una rutina no especialmente alarmante, hasta el punto de no ser una prioridad en las agendas de la diplomacia internacional. El diálogo interreligioso seguía su curso ordinario, fortalecido por los viajes del Papa Francisco y la encíclica Fratelli tutti.
La comunidad cristiana vivía con compromiso sus actividades pastorales. Aquí, todo esto parece ahora papel mojado. Hoy, la cuestión palestina ha resurgido, pero en términos dramáticos, lo que dificulta aún más su resolución. El diálogo interreligioso atraviesa una profunda crisis. Y las iniciativas pastorales de la comunidad cristiana deben replantearse por completo en un contexto nuevo, lleno de tanta desconfianza, de malentendidos. Un odio generalizado que nunca antes habíamos visto, tanto en el lenguaje como en la violencia física, militar.
Todo esto no puede dejarnos indiferentes. Así que, para responder a su pregunta: sí, tanto, tanto ha cambiado. Tenemos que volver a hablar del futuro, pero teniendo en cuenta que las heridas que está dejando este conflicto son numerosas y lacerantes. Para mí también ha sido un año muy difícil. Por un lado, aunque aplastado en el marasmo cotidiano, uno debe preservar y centrarse en su vida espiritual. Y luego saber cómo ayudar a la propia comunidad a enmarcar las razones de estar aquí, el propio papel. Son siempre preguntas muy abiertas porque no tienen respuestas certificadas y siempre válidas en el tiempo.
En aquella conversación del pasado noviembre, recuerdo que pensábamos que en pocas semanas se alcanzaría algún tipo de tregua. Nos equivocábamos: nos encontramos comentando juntos el sexto mes de la guerra en un clima aún más desesperado. Hay una trágica paradoja en este conflicto: cuanto más dura, más se aleja su conclusión...
No sé si la conclusión se aleja, desde luego el conflicto ha tomado otros derroteros. Ya no se centra en Gaza, se está convirtiendo en un conflicto regional, que todo el mundo dice querer evitar pero que nadie parece capaz de detener. Me cuesta creer que pueda haber una mayor expansión del conflicto, una verdadera guerra regional en Oriente Medio. Aunque el riesgo está ahí. Más bien veo otro peligro, que es el de una falta total de estrategia de salida. Todas las guerras deben tener una conclusión política, no militar.
No hay visión política en ninguna parte....
Absolutamente. Sólo se habla de estrategia militar, no de política. En la creencia de que la paz sólo puede llegar con la victoria sobre el adversario. ¿Cómo será Gaza después de eso? ¿Cómo será el Líbano? ¿Alguien habla de eso? Creo que estas son las preguntas que hay que hacerse. Preguntas que también debería hacerse la comunidad internacional, para ayudar a encontrar soluciones. De lo contrario, todo lo que queda es una genérica persuasión moral a la pacificación, mayoritariamente desoída.
Lleva viviendo aquí casi treinta y cinco años....
Sí, llegué aquí el 7 de octubre (¡sic!) de 1990.
Y en todos estos años ha visto muchas cosas. Sin embargo, ha calificado esta guerra como «la más larga, la más cruel». En esta guerra, hemos presenciado escenas horribles en ambos bandos; hasta las migajas del sentimiento humano parecen haberse perdido. Usted conoce bien ambas sociedades: ¿qué ha ocurrido? ¿Por qué esta violencia sin precedentes?
Mi impresión es que algo se ha roto en el alma de las dos sociedades. Puede que antes estuviera roto, ahora lo está de verdad. Las dos sociedades están traumatizadas. La sociedad israelí vivió el 7 de octubre como una pequeña Shoah. Y para la sociedad palestina, la guerra de Gaza es una nueva Nakba. Así que, en ambos campos, es la reapertura de heridas profundas en la conciencia de los dos pueblos. Heridas lacerantes que habían marcado las vidas de los dos pueblos para siempre y que ahora reaparecen como fantasmas amenazadores. Esto ha desencadenado el miedo. Y el miedo puede generar una violencia increíble, porque es el miedo a poner en peligro la propia existencia. De ahí la violencia, la inhumanidad de la que hemos sido testigos este año: la negativa a reconocer la existencia del otro para preservar la propia. Ya lo vemos en el lenguaje que se utiliza, lleno de violencia, de inhumanidad, de desconfianza. Siempre es muy importante fijarse en el lenguaje.
En el lado israelí, sin embargo, hasta el 7 de octubre este temor no era evidente, es más -también gracias a una temporada económica favorable- la sociedad parecía haberse quitado de encima el conflicto. No es casualidad que la narrativa israelí tenga el 7 de octubre como punto de partida fijo, mientras que para los palestinos también hay un 6, un 5, un 4, etcétera. Quiero decir que en Cisjordania, 2022 y 2023 habían sido muy duros....
Es cierto que la sociedad israelí se había persuadido de que el conflicto con los palestinos había sido absorbido, asimilado. Pero aquí volvemos al papel de la política, o más bien a la ausencia de política. La política fue incapaz de leer la realidad y proponer soluciones adecuadas a una situación que humeaba bajo las cenizas. Que, por el contrario, estalló de la manera más violenta, más radical, más odiosa posible. Y para la que no estaba preparada.
Desprevenidos, pero también divididos. Las divisiones en la sociedad israelí suscitadas por la reforma del poder judicial de Netanyahu no tuvieron tregua durante la guerra, de hecho las protestas se unieron y amplificaron junto con las relativas a la gestión de la situación de los rehenes. Me vienen a la mente las palabras del ex presidente israelí Reuven Rivlin, que temía el regreso de las tribus del Israel bíblico. ¿Corre peligro Israel de ganar militarmente y perder políticamente?
Que existen tribus en Israel -como en muchas otras sociedades- siempre se ha sabido. En todo caso, el tipo de tribus ha cambiado. Antes eran ashkenazíes, sefardíes, rusos, etc., ahora son laicos, ortodoxos religiosos, nacionalistas religiosos, etcétera. Pero no creo que la sociedad israelí esté dividida sobre las cuestiones esenciales, en primer lugar sobre la amenaza a su existencia. Sobre la opción militar no hay división sustancial. Tal vez la haya sobre las perspectivas de futuro, sobre la idea de un Estado, pero no sobre las cuestiones esenciales. Es demasiado pronto para saber qué será Israel dentro de unos años. Ciertamente, esta guerra ha marcado un surco profundo en la vida política del país. Creo que cuando acabe la guerra habrá cambios profundos. Pero cuáles y en qué dirección es difícil predecir hoy.
Mirando en cambio a los palestinos, los acontecimientos del año pasado parecerían confirmar lo que parece ser la condena histórica de la sociedad palestina, es decir, de no poder expresar un liderazgo con autoridad capaz de llevar adelante un proyecto de paz y coexistencia con Israel...
Los palestinos pagan el precio de muchas cosas. Son el chivo expiatorio de muchas historias, de una macropolítica de Oriente Medio que siempre los ha utilizado y nunca los ha amado. Incluidos los países árabes. Y los países occidentales, que siempre les han apoyado de palabra pero nunca plenamente. Y luego, sin duda, pagan el precio de un liderazgo políticamente débil, dividido y que a menudo no está a la altura de las circunstancias. Al final, siempre se les ha dejado solos. Un pueblo que ha experimentado tanta violencia. Desde fuera y desde dentro.
El año pasado, en una larga entrevista que el presidente palestino Mahmud Abbas concedió a los medios de comunicación del Vaticano, surgió un dato sobre el que nunca se ha reflexionado lo suficiente a pesar de su simple evidencia, a saber, las razones no sólo políticas sino sobre todo antropológico-culturales del conflicto: la insalvable distancia de costumbres y valores entre los árabes y los judíos procedentes principalmente de Europa. La pequeña comunidad cristiana que usted dirige tiene la ventaja de no tener una referencia étnica exclusiva; hay cristianos de lengua árabe pero también de lengua hebrea. ¿Puede constituir esto un laboratorio para un posible diálogo?
Los conflictos casi nunca son sólo políticos y militares. En la raíz siempre hay también razones culturales, históricas, identitarias. Que este conflicto tiene una dimensión antropológica está fuera de toda duda. Hay dos visiones diferentes del mundo, de la sociedad, del hombre. Totalmente diferentes. Basta con visitar Ramala y Tel Aviv para hacerse una idea de esta diversidad. En algunas cosas pueden incluso coincidir. Tiene usted razón al decir que este aspecto, a pesar de ser tan importante, nunca se ha subrayado lo suficiente.
Las perspectivas aquí nunca pueden ser de integración sino, en el mejor de los casos, de convivencia civilizada y respetuosa. Una convivencia en la que cada uno siga siendo uno mismo, con su propia cultura, sus propias costumbres, su propia identidad. Es difícil, lo sé, pero es posible. Nuestra pequeña comunidad interétnica, la Iglesia católica, sigue siendo un pequeño signo. Por supuesto, nunca haremos escuela, pero este esfuerzo nuestro -porque incluso dentro de nosotros mismos es difícil preservar esta unidad- debe seguir siendo el signo de una forma diferente de vivir y de relacionarse. Y debe ser también una de las formas en que la Iglesia marque la diferencia en esta tierra siempre tan dividida en todo.
Sí, conseguí entrar en Gaza. Y espero volver. El deber de un pastor es estar allí. Estar presente junto a su rebaño. Yo quería no sólo estar cerca de ellos, sino también comprender cómo ayudarles, serles útil. Cuando entré en Gaza - y no fue nada fácil - me encontré con una situación terrible, una ciudad destruida, donde la ausencia de edificios derruidos hace imposible incluso localizar las calles y así orientarse. Desolación total.
Por otro lado, encontré una comunidad viva y conmovedora. Les sorprendió mi llegada, y conmigo su párroco, el padre Gabriel, que se había quedado fuera de Gaza la mañana del 7 de octubre. Me quedé cuatro días. Días de trabajo y esperanza. Lo que más me impresionó de la comunidad fue que no percibí ni una sola palabra de rencor, de odio, de cólera. Nada. Y esto me sorprendió mucho, porque humanamente hablando, tenían todas las razones del mundo para estar enfadados y frustrados. Aprecié mucho la presencia y el increíble trabajo realizado por las hermanas. Me conmovieron mucho las palabras de un joven al que confirmé en aquellos días. Hamás había llamado al ataque del 7 de octubre «Operación Diluvio de Al Aqsa», y él me dijo: «Si eso es el diluvio, nosotros, la comunidad cristiana de Gaza, somos el Arca, el Arca de Noé». El arca suspendida sobre las olas de un mar de violencia que tiene su proa apuntando hacia el arco iris de la paz.
El Cardenal Pizzaballa en Gaza.
La posición de la Iglesia es de una sencillez desarmante: se está con los que sufren. Sea cual sea su situación. Sin embargo, lucha por ser comprendida. Usted, desde este punto de vista, ha sido un blanco frecuente durante este año, «tirado de los pelos» en ambos bandos. ¿Le gustaría aprovechar esta oportunidad para poner fin a tales críticas?
Cuando se desempeña un papel público en un contexto tan polarizado, es inevitable ser el blanco. Lo importante es que, cuando hable, intente expresar no lo que los demás esperan oír, sino lo que en conciencia cree que es correcto y verdadero. También hay que tener en cuenta los errores, que también se cometen, porque son inevitables en un contexto tan crítico: por ejemplo, una comunicación a veces excesiva, o que falta o está incompleta.
Lo importante es ser honesto: la Iglesia debe estar con los que sufren. Siempre. La Iglesia no puede ser neutral. Yo no puedo ir a decir a mis feligreses de Gaza, que están bajo las bombas, «somos neutrales». Pero si es verdad que la Iglesia no puede ser neutral, también es verdad que no podemos formar parte de la confrontación. Eso sería no sólo erróneo sino insensato en un contexto en el que en setenta y seis años de guerra las culpas de unos y otros no se compensan sino que se suman.
En un ambiente tan polarizado, no es fácil ser sincero, tener el valor de una palabra de verdad, y también ser capaz de expresar cercanía a los que sufren. Mantener siempre abierto el diálogo con todos, con los que sufren, por supuesto, pero también con los que causan el sufrimiento. Ser y permanecer, como persona y como institución, una referencia libre en todos los sentidos, en este doloroso atolladero de violencia, odio, narrativas excluyentes y rechazo. No estoy llamado a expresar las posiciones de los palestinos, ni mucho menos las de los israelíes. Debo hablar en nombre de la Iglesia. Y la voz de la Iglesia tiene como único criterio el Evangelio de Jesucristo. De ahí hay que partir y ahí hay que llegar siempre.
Permítame una pregunta más personal. Tengo un recuerdo de nuestra conversación de hace once meses. Usted insistió mucho en el término «soledad». Se refería sobre todo a la soledad de la verdad en un contexto de odio, pero estaba bastante claro que usted mismo sufría la pesada carga de la soledad en su papel de líder de los católicos de Tierra Santa. ¿Cómo vivió estos once meses?
Digamos que la soledad es un requisito del cargo. El mío lo requiere porque la soledad te permite ser libre. Y no se es auténticamente libre si no se tiene una cierta distancia, incluso emocional. Luego, soy un ser humano, y que esto me pesa es evidente.
Imagino que fue duro, sobre todo para alguien que, como fraile, siempre había vivido en comunidad...
Por supuesto. Pero la soledad debe ser habitada. Habitada por la oración, por la relación con el Señor, por la conciencia de hacer lo correcto, por el discernimiento continuo, y también por las relaciones humanas con las personas adecuadas.
Antes de asumir el papel de pastor de los cristianos en Tierra Santa, usted desempeñó un valioso papel como bisagra entre cristianos y judíos, y fue líder de los cristianos de lengua hebrea. ¿Han cambiado en algo sus relaciones con el mundo judío israelí después del 7 de octubre de 2023?
Ha habido diferentes fases. Al principio fue difícil. Para ellos especialmente. Necesitaban mucha cercanía, solidaridad, afecto, cariño. Que quizás no sentían en absoluto. Pero nosotros también sentíamos la necesidad de que comprendieran lo que estaba ocurriendo en las semanas, y meses, posteriores al 7 de octubre. Luego, con el tiempo, las amistades, las de verdad, se mantuvieron. Ciertamente estamos en una nueva fase del diálogo interreligioso.
Ya no es sólo el momento de las buenas intenciones y las cortesías, sino que necesitamos anclar nuestro diálogo en la realidad, que también está presente en todo su dramatismo. Hemos discutido y dialogado mucho sobre nuestro pasado común y difícil, y esto era necesario. Pero ahora, sin olvidar el pasado, debemos centrarnos en el presente, empezando por las dificultades a las que nos enfrentamos hoy. Empezando por intentar comprender por qué, en este momento decisivo de nuestras relaciones, hemos tenido dificultades para entendernos, para tener un lenguaje común. Y luego, sobre todo, en cómo unir nuestros esfuerzos en una dirección de paz. Esto ya no puede ser un discurso académico o teórico, sino inmerso en la realidad viva que nos rodea.
Usted es también el pastor de los cristianos de Jordania. Y ha estado en ese país varias veces en los últimos meses. ¿Cómo vivió allí el 7 de octubre?
Muy mal, diría yo. En los primeros meses Jordania fue testigo de continuas manifestaciones, incluso duras, de solidaridad con los palestinos de Gaza y contra Israel. No olvidemos que cerca del 60% de la población del Reino de Jordania es palestina, y gran parte de la comunidad cristiana jordana también es de origen palestino.
Toda la atención de los medios de comunicación se centra ahora en el frente norte con Líbano y en los peligros de guerra entre Israel e Irán. Se presta mucha menos atención a la situación en Cisjordania, que en cambio, en términos políticos, es el verdadero quid del problema. Usted estuvo recientemente en Yenín, epicentro de violentos enfrentamientos entre el ejército israelí y milicianos palestinos...
Políticamente, el juego es complejo y se desarrolla en varios frentes. Cisjordania es sin duda uno de los más complejos. Desde el 7 de octubre, la situación allí ha degenerado tanto en términos económicos como políticos y militares. Las continuas incursiones de los colonos israelíes están llevando a una situación de «tierra de nadie», sin reglas, sin derechos, en la que gana quien dispara primero y más alto.
La mirada a Jerusalén estrecha aún más el círculo desde todos los ángulos. Sin paz en Jerusalén nunca habrá paz en todo Oriente Medio. Hace años me dijo que «la guerra de Jerusalén es una guerra inmobiliaria, se libra para arrebatar un metro cuadrado»; pero mientras tanto, la infiltración judía en la ciudad vieja y en el este no cesa...
Así son las cosas. Jerusalén es la prueba de fuego del conflicto no sólo en Tierra Santa, sino en Oriente Medio en general. Jerusalén está en el centro de todo, para bien o para mal.
La Knesset también ha dado carpetazo formalmente a la «solución de los dos Estados» y Netanyahu ha calificado los Acuerdos de Oslo de error en la historia de Israel. Sólo hay una expresión que Netanyahu y Sinwar comparten: ambos reclaman la jurisdicción exclusiva «del río al mar», sin espacio para el otro. ¿Sigue teniendo viabilidad hoy el «dos pueblos en dos Estados»?
Hay problemas que tienen solución y problemas que no la tienen. Siendo realistas, ahora mismo no existe una solución al conflicto palestino-israelí, ya sean «dos pueblos en dos Estados», «dos naciones en un Estado» o cualquier otra cosa que uno imagine. Necesitamos nuevas caras y nuevas perspectivas. Y éste es un problema no sólo para esta tierra, sino para todo Oriente Medio, empezando, tras los acontecimientos de las últimas horas, por el Líbano. Necesitamos replantearnos ampliamente todo el contexto, y Jerusalén que, repito, es el meollo de la cuestión. Todo Oriente Medio necesita un nuevo liderazgo y nuevas visiones. Sólo entonces será posible discutir los acuerdos más convenientes para garantizar la paz entre los pueblos.
También ha tenido que viajar mucho por Europa y América durante este año. ¿Cuál es su percepción de las comunidades cristianas en torno al conflicto actual?
Unidad en el apoyo a los cristianos de Tierra Santa, pero por lo demás mucha confusión, si no división. Es difícil entender las razones del conflicto. Por otra parte, la política en otros países también conduce a la polarización. Sólo la voz del Papa Francisco se alza para lamentar la crisis de humanidad que invade estos tristes tiempos nuestros. Y lo digo sin ningún orgullo partidista, pero con mucho dolor en el corazón.
Eric Clapton: «No tenía fuerzas y, de rodillas, me rendí.
Desde aquel día no he dejado de rezar»
El músico inglés ha
atravesado en su vida varias décadas de adicción a las drogas, un día tocó
fondo y se puso a rezar: «Había encontrado un lugar al que recurrir, un lugar
que siempre supe que estaba allí pero que nunca quise o necesité creer en él».
"Debería haber muerto hace mucho tiempo. Por alguna
razón me sacaron de las garras del infierno y me dieron otra
oportunidad", con esta frase resumía el genial Eric Clapton lo
que ha sido su vida en las últimas décadas.
No es ningún secreto que durante los años ochenta el
alcoholismo se convirtió para el músico inglés en un gran problema.
Estaba en un centro de rehabilitación cuando se dio cuenta de que su vida había
tocado fondo. En Clapton: The Autobiography, menciona que
durante este tiempo estaba "completamente desesperado". En ese
momento de oscuridad se dio cuenta de que tenía que entregar su vida a
un poder superior.
"Porque funciona"
"Mis piernas cedieron y caí de rodillas. En la
intimidad de mi habitación pedí ayuda. No tenía idea de con quién
estaba hablando, solo sabía que había llegado al final de mis fuerzas, no tenía nada
con lo que luchar. Entonces recordé lo que había escuchado sobre la
rendición, algo que sabía que nunca podría hacer, mi orgullo no me lo
permitiría, aunque sabía que por mi cuenta no lo iba a lograr, así que pedí
ayuda, y, poniéndome de rodillas, me rendí", comentó
el artista en 2018.
Aquel momento de intimidad le marcaría para siempre. "A
los pocos días me di cuenta de que algo me había sucedido. Un ateo
probablemente diría que fue solo un cambio de actitud, y hasta cierto punto es
cierto, pero hubo mucho más que eso. Había encontrado un lugar al
que recurrir, un lugar que siempre supe que estaba allí pero que nunca quise o
necesité creer en él. Desde ese día hasta hoy, por la mañana, nunca he
dejado de orar de rodillas, pidiendo ayuda... y por la noche, para
agradecer la vida y mi sobriedad. Elijo arrodillarme porque siento que necesito
humillarme, es lo mejor que puedo hacer", relató Clapton.
A partir de ahí la oración le haría cambiar su estilo de
vida. "Si me preguntan por qué hago todo esto, les diré: porque
funciona. Es tan simple como eso", expresó el músico. Durante esta
época, Clapton terminó de trabajar en su canción llamada "Holy
Mother", inspirada en la genialidad del artista Prince cuando
interpretó Purple Rain.
A la pregunta de por qué reza, el músico inglés contesta: "Si me
preguntan por qué hago todo esto, les diré: porque funciona. Es tan simple como
eso".
Eric estaba en su habitación de hotel, deprimido y rodeado
de latas de cerveza vacías, cuando se compuso este tema. Más tarde él
se la dedicaría a Richard Manuel, el teclista de The Band, que se había
ahorcado en marzo de 1986. "Holy Mother" es una
canción sobre la imagen de una persona que agoniza, que no sabe qué
hacer con su dolor ni a dónde acudir.
Letra de la canción Holy Mother:
Santa Madre, ¿dónde estás?
Holy Mother, where are you?
Esta noche me siento partido en dos.
Tonight I feel broken in two.
He visto las estrellas caer del cielo.
I've seen the stars fall from the sky.
Santa madre, no puedo evitar llorar.
Holy mother, can't keep from crying.
Oh, necesito tu ayuda esta vez,
Oh I need your help this time,
Ayúdame a pasar esta noche solitaria.
Get me through this lonely night.
Dime por favor hacia qué lado girar
Tell me please which way to turn
Para encontrarme de nuevo.
To find myself again.
Santa madre, escucha mi oración,
Holy mother, hear my prayer,
De alguna manera sé que todavía estás ahí.
Somehow I know you're still there.
Envíame por favor un poco de tranquilidad;
Send me please some peace of mind;
Quita este dolor.
Take away this pain.
No puedo esperar, no puedo esperar, no puedo esperar más.
I can't wait, I can't wait, I can't wait any longer.
No puedo esperar, no puedo esperar, no puedo esperar por ti.
I can't wait, I can't wait, I can't wait for you.
Santa madre, escucha mi clamor,
Holy mother, hear my cry,
He maldecido tu nombre mil veces.
I've cursed your name a thousand times.
He sentido la ira corriendo por mi alma;
I've felt the anger running through my soul;
Todo lo que necesito es una mano para sostener.
All I need is a hand to hold.
Oh, siento que el final ha llegado,
Oh I feel the end has come,
Ya no correrán mis piernas.
No longer my legs will run.
Sabes que preferiría estar
You know I would rather be
En tus brazos esta noche.
In your arms tonight.
Cuando mis manos ya no jueguen,
When my hands no longer play,
Mi voz se queda quieta, me desvanezco.
My voice is still, I fade away.
Santa madre, entonces estaré
Holy mother, then I'll be
Tumbado, seguro entre tus brazos.
Lying in, safe within your arms.
Aquí puedes escuchar la canción Holy Mother, de Eric
Clapton.
Sin embargo, las canciones de Clapton que dejan entrever a
Dios son algunas más. Por ejemplo, Catch The
Blues o In The Presence Of The Lord (grabada para Blind
Faithálbum y cantada por Steve Winwood). Sobre esta segunda pieza admitía
hace unos años que resultó ser todo un viaje espiritual.
"Estaba un poco avergonzado de cantar frente a Winwood, y porque en la
escuela dominical yo tenía una educación religiosa bastante general. Llegué a
la comprensión de Dios a través del amor por la música. Era una
experiencia espiritual y tenía respuestas físicas cuando la escuchaba. Podía
ser cualquier música que se me erizaba el vello", afirmó el artista.
La peor tragedia
A pesar su áurea de mito de la música, la vida de Clapton no
ha sido nada fácil. Además de combatir sus adicciones, tuvo que sufrir una
pérdida muy dolorosa. Fruto de la relación con la modelo italiana Lory Del
Santo nació su hijo Conor, en 1986. Trágicamente el niño murió en 1991
cuando se cayó por la ventana de un piso 53 de un edificio de
apartamentos de Manhattan (Nueva York). Su muerte fue la inspiración para la
canción Tears in Heaven.
A pesar de tantas desgracias, el artista se siente
bendecido. "Ha sido un buen viaje. Y todavía estoy aquí. De momento va
bien. Mi vida está bendecida. Tengo una familia maravillosa, una
esposa hermosa, hijos geniales y todavía puedo jugar. Me siento con una
guitarra en un rincón de nuestro salón, toco por la mañana y descanso por la
tarde... La vida es buena", relató.
30 años de casados, 7 hijos (entre los 29 y los 17 años) y 3
nietos es el cómputo de la vida matrimonial de Victoria Serrano y Nacho Moreno.
A los que se suman 21 años impartiendo cursillos de novios en su parroquia.
“Tenemos dos hijos casados y el resto están por ahí…”, dice ella, señalando a
una casa sorprendentemente silenciosa, al caer de una tarde de verano.
Artículo publicado en la edición número 73 de la
revista Misión, la revista de suscripción gratuita más
leída por las familias católicas de España.
Por Isabel Molina E.
Fotografía: Dani García
“Me enamoré de su delicadeza, que conserva hasta hoy”,
cuenta Victoria, mientras mira de reojo a su marido con esa
complicidad que da el paso de los años. “El enamoramiento duró lo que tenía que
durar, ni mucho ni poco, pero con los años la quiero cada vez más”, añade Nacho, quien
ha dedicado muchas horas en estos 30 años a trabajar como aparejador para sacar
adelante a su familia. “Nacho se ha ido mucho y pronto por la mañana, y ha
venido a casa tarde. Su ausencia la hemos acusado, pero el tiempo que hemos
pasado juntos ha sido muy fácil”, asegura Victoria, periodista de profesión, y
a quien le cuesta tener que contestar hoy las preguntas, en vez de formularlas.
De nuestra conversación, muy rica en experiencias, extraemos
10 consejos de unos esposos veteranos que han hecho lo más importante que
podían hacer: cuidar de su matrimonio. “A mí me gusta la metáfora del
móvil: compras el móvil, y le pones un protector de pantalla por si se te cae…
Y, en cambio, lo más importante de tu vida, tu matrimonio, no lo cuidas. Tu
casa la cierras con llave, la defiendes con uñas y dientes, ¡pues protege con
llave tu matrimonio!”, reclama Nacho. Y así damos inicio a estos consejos.
1. Confiar totalmente en el otro. Los dos están
de acuerdo: en el matrimonio hay que hablar mucho, reír juntos y no tener
secretos para el otro. “Siempre digo que mi mejor amigo es mi marido”, asegura
Victoria. Se lo cuentan todo. “A veces le he pegado un golpe al coche y
he pensado: ‘No se lo voy a decir porque se va a enfadar’, pero se lo cuento;
no hay nada que pueda guardarme para mí”, precisa. “Claro que tenemos secretos
–añade Nacho–, pero secretos compartidos entre los dos” (ríe).
2. Renunciar al miedo. Dicen que todo para ellos
ha sido fácil, pero porque han vencido los miedos, pues han sufrido ataques
desde muchos flancos por tener una familia numerosa. “Hemos sufrido auténtica
persecución. La gente nos decía: ‘No vais a poder mantenerlos’. Hoy vemos que
están bien y todos viven su fe en la Iglesia. Estamos muy orgullosos de ellos.
Dios no nos ha dejado en la brecha”, explica Nacho. Luego se atreve con
una confesión: “Yo he sido un poco timorato, así que pensaba: ‘¿Me abro a la
vida?’. Pero ves que esta incertidumbre te la pone el demonio. Luego te das
cuenta de que el Señor es fiel: te da el ciento por uno”.
3. Convertir la recta en un plano. “Una recta la
definen dos puntos, pero un plano lo definen tres. Un matrimonio católico es de
tres porque tienes a Jesucristo. Sabes que el Señor te arropa”, dice Nacho. “La
sociedad te dice: para qué te vas a casar si eso es sólo un papel; mejor no te
casas que luego vienen los problemas’. Pero realmente el matrimonio es un
sacramento y el sacramento realiza lo que significa. El Espíritu Santo actúa,
te da la inspiración para saber hacer las cosas”, añade Victoria. En los
cursillos que imparten en su parroquia se han dado cuenta de que muchos quieren
ir al altar con un desconocimiento profundo de lo que es el matrimonio:
“Cuando se los explicamos nos aseguran que no lo habían oído nunca”, comentan.
4. Invertir en la familia. Victoria entendió
pronto que tenían que invertir en Dios primero y a reglón seguido en su
familia: “¡Y hemos invertido mucho!”, asegura. Para ella invertir significa
dedicar tiempo, esfuerzo y dinero (aunque no sobre) a la familia. “Nuestro
aniversario de boda es la celebración más importante para nosotros. Siempre lo
celebramos con nuestros hijos”, puntualiza. Por su parte, Nacho se lamenta de
que hoy la sociedad “le ha comprado al demonio su mentira: él nos dice
que la libertad es mantener tu parcela para las cuatro cosas que te gustan: yo
me voy con un grupo de bicicleta, y ella con sus amigas… Al final, ya no sabes
cuál es vuestro común denominador. Yo lo que quiero es hacer las cosas con
Victoria, eso es lo que nos da intimidad, cohesión y comunión”, señala
contundente.
5. Rezar juntos. “Desde que empezamos a rezar
laudes juntos todos los días, nuestro matrimonio se afianzó”, rememora
Victoria. “Tuvimos dos hijos y luego dos abortos seguidos con los que sufrí
mucho. Consideraba que mi marido no lograba entender lo que yo sentía, y justo
en esa época empezamos a rezar juntos. Yo siempre digo que cuando los esposos
rezan juntos realmente ven cómo el otro se desnuda ante Dios, y eso ayuda
mucho”, añade.
6. Amar en la diferencia. Victoria y Nacho
acaban de asistir al 72 aniversario de bodas de un matrimonio. “Le pregunté a
ella, que tiene 101 años, cuál es el secreto. Y me dijo: ‘Perdonar y
comprender mucho’”, cuenta Victoria. También Nacho le hizo al esposo la misma pregunta,
y él contestó: “Hoy queremos que el hombre y la mujer sean iguales, pero él
tiene una misión en el matrimonio y ella, otra. Él es la cabeza y ella es el
pilar que sostiene a la familia”. Ahí está: unidad en la diferencia. “Nacho y
yo somos diferentes, pero esta diferencia es una riqueza. Si yo le cuento algo
a una amiga, puede que ella me entienda mejor, pero eso es como buscar ‘otro
yo’. Mi marido, en cambio, es el complemento que suma”, comenta ella.
7. Poner a tu cónyuge antes que a tus hijos. “Los
hijos te absorben, te exigen, y como madre lo que te sale es darte a ellos,
pero luego digo: ‘¡Tengo que cuidar a mi marido!’”, explica Victoria. “El hecho
de estar tan unidos nos ha ayudado a enfrentar los problemas”, puntualiza
Nacho, para quien una lección de oro es el clásico “nunca te vayas a la
cama sin pedir perdón”: “Cuando tienes una discusión se te desgarra algo
por dentro, y según pasan las horas estás peor. Reconcíliate siempre antes de
acabar el día”.
8. Vivir el plan de Dios para la sexualidad. “Vivir
la sexualidad como te enseña la Iglesia es de una belleza extraordinaria porque
ni Victoria se siente utilizada ni yo me siento utilizado”, dice Nacho. Y
añade: “Cuando los matrimonios se utilizan el uno al otro –te doy si tú me das
el placer que quiero–, este desorden rompe la relación”. “La sexualidad así
vivida hace que yo siempre me haya sentido querida, respetada, y también
atractiva para él”, complementa Victoria.
9. Tener una familia espiritual. “No intentéis
vivir el matrimonio solos, buscad apoyos en la Iglesia, donde queráis (un grupo
de matrimonios de la parroquia, un movimiento…), pero para que este garante que
es el matrimonio dé su garantía, tenéis que alimentarlo”, reclama Nacho.
10. Aprender de los que lo están haciendo mejor que tú. A
Victoria y Nacho les ha ayudado mucho ir conociendo a gente que les ha
permitido descubrir y redescubrir el plan de Dios para el matrimonio. “Hemos
palpado en ellos el amor de donación que te muestra que sólo entregándote eres
feliz”, explica Nacho. Y se han nutrido también de los matrimonios de sus
propios padres, ambos ya con más de 60 años juntos. “Han sido fieles y se
ayudan el uno al otro”, explican. “Ves cómo con los años te vas acoplando de
tal manera que ya no puedes vivir sin la otra persona. Y no porque tengas que
hacerlo, sino porque con el sacramento tu amor madura. Quieres a la otra
persona, no para cambiarla y que se amolde a ti, sino de forma incondicional”,
concluye Nacho.
Artículo publicado en la edición número 73 de la
revista Misión, la revista de suscripción gratuita más
leída por las familias católicas de España.