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19 mayo 2008

Mi cuerpo es mío

¡Mi cuerpo es mío!

Por Francisco de Borja SANTAMARÍA
Arvo.net, 09.04.2008

A veces tienen lugar reuniones pintorescas. Hace unas semanas, por ejemplo, la prensa daba cuenta de una convención internacional de tatuajes. En declaraciones a la prensa, una invitada especial de la reunión, Isabel Varley, que, a sus setenta años, luce un cuerpo tatuado de pies a cabeza explicaba su visión de la cosa: “Es mi cuerpo y puedo hacer lo que quiera con él”. La verdad es que afirmaciones como éstas se agradecen porque son una perla. Uno se había preguntado muchas veces qué le encontrará la peña a eso del tatuaje y el piercing, y, aunque lo dicho por esta setentona tatuada de pies a cabeza no sea una respuesta definitiva, alguna pista da. ¿Que a la gente no le gusta cómo va una tatuada? ¡Allá ellos! ¡Mi cuerpo es mío!

El afán de posesión no tiene límites y poseer el propio cuerpo nos produce una satisfacción indescriptible. Para el hombre, el propio cuerpo ha sido siempre un enigma y hay quien piensa que el mejor modo de desentrañar algo enigmático es dominarlo. En el caso que nos ocupa, se trata de demostrarle al propio cuerpo que uno es el que manda, por ejemplo, convirtiéndolo en un objeto de artesanía.

No muy lejos de este empeño por manejar el propio cuerpo está la moda del fitness y la wellness en el contexto de una nueva concepción de la belleza y la salud corporales. En un breve ensayo que publicaba hace unos meses Alejandro Navas, profesor de Sociología de la Universidad de Navarra, el autor sostenía que se ha abierto paso una concepción moderna de la belleza corporal entendida como derecho. La belleza, como todo ahora, es algo que uno, si quiere, puede conseguir y no sólo eso, sino que también puede exigir, desde el momento en que la Organización Mundial de la Salud define la salud como “completo bienestar físico, psíquico y social”. La “modernidad” del nuevo concepto de belleza y de salud estriba en no reconocer límites, es decir, en ponerla a disposición de la propia libertad. El dato quizá más significativo en este sentido sea el recurso a la cirugía estética, a la que, según cifras que aporta el artículo mencionado, cada año acuden en nuestro país 400.000 personas y doce millones en Estados Unidos. A mayor abundamiento, el autor aporta el dato de la existencia en China de más de un millón de clínicas y centros de belleza, la existencia en Alemania de 7.000 establecimientos de fitness al que acuden cinco millones y medio de usuarios o los 20.000 millones de dólares anuales que gastan los adolescentes estadounidenses en productos de belleza y cuidado del cuerpo.

Como explica Navas, tras la emancipación política y social, le ha llegado el turno al cuerpo. La supertatuada Varley, como hemos visto, lo dijo con claridad meridiana, “Es mi cuerpo y puedo hacer lo que quiera con él”. Y ésa es, precisamente, la lógica interna de una relación “moderna” con el propio cuerpo. Ni providencia, ni destino, ni naturaleza: el hombre es el dueño único, no sólo de lo que hace a nivel personal o colectivo, sino del propio cuerpo.

En el manejo desmesurado de la belleza propia y del bienestar físico late, aunque no lo parezca a primera vista, el mismo esquema mental que justifica el recurso al aborto, los anticonceptivos, la fecundación in vitro, la clonación o los cambios de sexo a la carta; subyace en todo ello la idea de que el cuerpo no puede ser un impedimento para nuestras pretensiones. Para el hombre y la mujer actuales resulta incomprensible que lo que se desea tenga que pasar por el aro de las exigencias corporales. Una relación sexual no puede estar condicionada por la posibilidad de un embarazo, y el deseo de paternidad o maternidad no puede dejar de cumplirse por el hecho de que haya un problema de esterilidad. Los avances tecnológicos, por su parte, ayudan a crear la ilusión de que se puede hacer todo lo que se quiera. No sólo de que se puede hacer, sino de que no pasa nada por hacerlo.

Se trata de una contradicción más de nuestra cultura, condenada a moverse con registros antitéticos. A la vez que, tras la irrupción de la mentalidad ecológica, lo natural goza de un gran prestigio, mantenemos una relación con el propio cuerpo en la que prima la tecnología, a la que acudimos, no sólo para mantener la salud, sino para disponer a nuestro antojo de él. Procede aclarar ahora que una cosa es la medicina y otra muy distinta el abuso tecnológico del cuerpo. La medicina, aunque requiera cada vez más de una refinada tecnología, es tal porque ayuda o suple al organismo en su actividad natural o porque aminora el dolor. El abuso tecnológico, por el contrario, prescinde de que algo sea bueno o malo para el cuerpo y obvia los límites corporales. Una cosa es, por ejemplo, hacer una trasplante de corazón, mediante el que el organismo puede cumplir su función natural, y otra muy distinta hacerse una liposucción para sentirse más a gusto con la propia imagen.

La, llamemos, concepción tecnológica del cuerpo reside en plantear la relación con el propio organismo en términos despóticos: “es mi cuerpo y puedo hacer lo que quiera con él”, Varley dixit. En este planteamiento, el cuerpo no merece ningún respeto, ni tiene un ser propio con el que nuestra libertad haya de entrar en diálogo. En definitiva, se trata de una visión cosificante del cuerpo, que queda reducido a algo externo a uno mismo.

Pero ¿qué importancia tiene todo esto? ¿No estaremos adentrándonos en una disquisición academicista? El asunto tiene más miga práctica de lo que pudiera parecer, porque, si el cuerpo es realmente algo más que la carcasa en la que viaja un yo libre y sin ataduras, una cosa de la que podemos disponer a nuestro gusto, el diálogo con él resulta decisivo para nuestra felicidad y para la de los demás, de modo que no es indiferente hacer o no un uso banal del sexo, ni es una bagatela abortar o no (ni para la criatura abortada, por su puesto, ni para su madre); igualmente, no es lo mismo ser concebido en un tubo de ensayo que venir al mundo en una unión amorosa, ni conocer que desconocer la identidad del padre o la madre biológicos; y tampoco es una tontería sufrir anorexia, vigorexia o alguna de las patologías ligadas a la obsesión por la imagen corporal. En fin, mi cuerpo es mío, ma non troppo.

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