Páginas

13 marzo 2009

Intervencion de Kiko en el encuentro de la Basílica de S. Pablo


CAMINEO.INFO.- Estoy agradecido al Señor, a su Eminencia el Cardenal Montezemolo, y a todos vosotros por estar aquí. Venimos ahora de una convivencia con todos los itinerantes de Europa, cansadísimos. Pero estoy contento de poder hacer este servicio. Espero ser breve, no os asustéis. La primera cosa que quisiera deciros es que el Señor nos salva ahora ¡Nos da la salvación ahora! No existe cosa más grande que anunciar el Evangelio, que anunciar la palabra de salvación, el kerigma. Para esto he tenido que abandonar el arte, no he podido casarme. ¡Ay de mí si no anunciase el Evangelio, la salvación! ¿Por qué? Porque Dios ha querido salvar el mundo a través de la necedad del kerigma. ¿Por qué este kerigma nos da la salvación? ¿Cómo es posible una cosa así? ¿Qué es el Kerigma? Es una buena noticia. Una noticia, una noticia sorprendente.

Cuando los apóstoles, que son hebreos, están celebrando Pentecostés, la fiesta que conmemora que han recibido la Torá en el Monte Sinaí, de repente, el Espíritu Santo desciende del cielo y se pone sobre ellos, sobre sus cabezas como llamas de fuego, desciende dentro de ellos. San Pablo dice que “el Espíritu Santo da testimonio a nuestro espíritu” (Rm 8, 16). El Espíritu Santo descendiendo sobre ellos les testimonia, les dice una cosa sorprendente, algo que un hebreo jamás podría creer o pensar porque sería una blasfemia: que éste al que han matado, que ha sido crucificado en una cruz, es el Señor, el Adonai ¡es Dios! Un hebreo puede pensar que Cristo es el Mesías, sin duda, pero que sea Dios, que este crucificado sea Dios... ¡Esta es la noticia! Dios se ha hecho hombre en Cristo. ¿Y por qué se ha hecho hombre? Se ha hecho hombre para morir por nuestros pecados. Ha ofrecido su muerte por nuestra muerte. Dice San Pablo en la Epístola a los Corintios: "¡Caritas Christi urget nos! El amor de Cristo nos impulsa, nos urge. ¿Por qué? Dice que el amor nos urge porque si Cristo ha muerto por todos, entonces, todos los hombres están muertos, ¿Y por qué están muertos? Continúa San Pablo: “ha muerto por todos para que ya no vivan más para sí los que viven, sino para Aquél que murió y resucitó por ellos” (2 Cor 5,15). De acuerdo con San Pablo, los hombres están como condenados a vivir para sí mismos, a vivirlo todo para sí mismos. Dice un teólogo ortodoxo, Olivier Clement, que el pecado original dentro de nosotros, en nuestra carne, nos obliga a ofrecernos todo a nosotros mismos. Es sorprendente este “vivir para nosotros mismos”. ¡Pero todos vivimos para nosotros mismos! ¿Qué significa eso? Todos nos buscamos a nosotros mismos, buscamos ser felices… Estudian, van a la universidad, se casan, trabajan para sí mismos, buscando ser felices. Entonces ¿Cómo es posible que el vivir para sí sea una maldición tan grande que Cristo haya tenido que morir para anularla? La respuesta la vemos en los hechos de todos los días: ¿Por qué tantas personas se suicidan aunque tienen de todo? ¿Por qué tantos jóvenes están siempre insatisfechos aunque pueden hacerlo todo? (hablo con alguna pinceladas rápidas para preparar el Kerigma para vosotros). He oído que en Japón este año se han suicidado 50.000 personas, y no dicen la cantidad de jóvenes que se suicidan. Nosotros sabemos por qué se suicidan. Una causa se encuentra aquí, en lo que dice San Pablo. Me quedé sorprendido cuando me enteré de un hombre de Palma de Mallorca que se había casado tres veces, tenía un yate, un hijo en Nueva York, otra hija en Londres y el último hijo de 13 años en casa con él y con su última mujer. Este hombre, aparentemente con éxito, se lanzó desde el décimo piso; había cenado con unos amigos, junto a la playa, la noche anterior. ¿Por qué se suicidó? Sabemos por qué (después lo ha dejado escrito): hacía muchos años que, a pesar de tener tanto éxito, se había dado cuenta de que no amaba a nadie y esto no lo podía soportar. No podía soportar más una vida en la que estaba condenado a buscarse a sí mismo en todo, a vivir todo para sí mismo, todo para él, sin amor. ¿Y por qué el hombre no soporta vivir para sí mismo? Porque hemos sido creados a imagen de Dios.,porque en nosotros hay un eco del amor, porque Dios es amor. Dice San Pablo: Yo conozco el bien y lo quisiera hacer, pero no tengo en mí la capacidad de hacerlo, “de hecho, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. Así pues, si hago lo que no quiero, no soy yo el que lo hace sino el pecado que habita en mí” (Rom 7, 18-20).

Nos gustaría tener una vida llena de amor, pero el hombre experimenta
pronto que no puede amar. No sabe amar. Está condenado a vivirlo todo para sí mismo, en todo se busca a sí mismo. ¿Y por qué no puede y no sabe amar? Lo dice la Epístola a los Hebreos: “…Como los hijos comparten la carne y la sangre, así también compartió Cristo las mismas, para reducir a la impotencia mediante su muerte al señor de la muerte, es decir al diablo, y liberar a los que, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud” (Hb 2, 14-15). Aquí hay una antropología bíblica impresionante que es el contenido de lo que nosotros predicamos: comprender por qué tengo miedo a la muerte. La respuesta es: porque en mí habita el pecado. Y ¿qué es el pecado? Si queréis, en el fondo, es una experiencia que yo he hecho. Cuando la serpiente -el demonio- le dice a Eva que está mirando al árbol de la ciencia del bien y del mal: "¿Cómo es que no podéis comer del fruto de ningún árbol del paraíso?" Eva contesta: "Sí, podemos comer de todos. Solamente no podemos de uno". Pero ya el demonio le ha insinuado en el subconsciente la idea de que si tiene una prohibición es como si todo le estuviera prohibido; ya ha preparado el terreno. Después le dice: "¡No! Tú no morirás. Es que Dios sabe muy bien que el día que tú comas de él, (es decir, lo experimentes), serás como Dios, conociendo el bien y el mal", (Gn 3). Decidirás por ti misma, no dependerás de ningún otro. ¡No! Tú misma decidirás lo que está bien y lo que está mal. Entonces Eva, viendo que el árbol era agradable a la vista y deseable para adquirir sabiduría, comió de él y dio a comer a Adán. Hizo un gesto. ¿Qué les sucedió después de haber comido? Se dieron cuenta de que estaban desnudos. El hombre experimenta la muerte ontológica, la muerte óntica; se puede decir así ya que estamos en una época existencial. ¿Quién está dándome el ser? ¿Quién me da mí ser persona? El que me ha creado. Dios me ha dado al ser. Ha dicho: "Tú existes por mí”. ¿Y si el demonio me demuestra con la ley que este Dios no existe, que este Dios es un monstruo? La prueba que es celoso es justo el hecho de que me limita con la ley.

San Pablo dice que el demonio tomando ocasión de la ley nos ha seducido y nos ha matado. Si yo, con mi
inteligencia, creo que el demonio tiene razón y peco afirmando que Dios no existe, pierdo ontológicamente mi ser, corto las raíces de mi ser persona. Pero, entonces, si yo no soy quiero ser, ser en los otros, tengo que ser para alguien. ¿Cómo? Haciendo dinero; si no tienes dinero ninguno te quiere. Si no eres guapo nadie te quiere. Si no eres inteligente... El pecado que habita en nosotros nos obliga a ofrecernos a nosotros mismos todas las cosas. El pecado es esto precisamente. Situar el yo del hombre en el centro de mi cosmos. El pecado destruye la imagen de Dios, que es Cristo, en el hombre, y sitúa el yo del hombre como "axis" como centro de una nueva cosmogonía. Pero este hombre tiene un problema: no puede darse, no puede amar al otro más allá de sí mismo, más allá de la muerte. Si amar al otro es hacer del mi "yo" un "tú", yo esto no puedo hacerlo con mis solas fuerzas, porque significa morir a mí mismo, a mi yo. Este hecho es fuente de insatisfacción y de grandes sufrimientos. Porque este hombre conoce el bien, pero no puede hacerlo. Sabe que como persona se realiza en el otro, amándolo; pero si amar es hacer como Dios en Cristo sobre la cruz, no puede realizarlo. "¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte?", San Pablo se pregunta. Y responde: ¡Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo nuestro Señor", (Rm 7,24 -25). Él ha destruido el pecado en la carne, muriendo por nosotros, y le ofrece al hombre, en su resurrección y ascensión al Cielo para interceder por nosotros, la posibilidad, mediante el anuncio de esta noticia, de tener una vida nueva en el Espíritu Santo que él nos envía desde el Cielo. Cristo ha muerto para liberar a la humanidad, para dar al hombre la posibilidad de vivir en la verdad. ¿Y cuál es la verdad? Aquí está es la verdad (indica el crucifijo). Está es la verdad. Atención porque esto es muy importante. Escuchadme. Este hombre crucificado es Dios. Esta noticia que el Espíritu Santo certificó a los Apóstoles en lo más profundo de su ser, que les ha hecho abrir las puertas y salir a anunciar el kerigma, es una noticia tan importante que por ella todo bautizado está llamado a anunciar el Evangelio a todos los hombres. ¿Por qué es importante? Porque este amor, esta forma de amar que ha mostrado este hombre en la cruz, es Dios. Dios lo ha resucitado de la muerte y le ha constituido Señor, Kyrios. En Él ha mostrado que este amor es la verdad. Sólo en este amor los hombres son perfectamente, plenamente felices, están en la verdad. Yo pregunto a este profesor (Rinaldo Fabris) que está aquí escribiendo: ¿Ama usted así? ¿Amamos nosotros así? Esto también vale para el Señor Cardenal, para Andrea Riccardi, para mí. ¿Amamos nosotros? ¿Amamos así? “¡Amaos unos a otros como yo os he amado!”, dice Jesús. Cristo nos ha amado así, con este amor. Y nosotros lo anunciamos a estos jóvenes que quisieran amar así, pero no saben cómo hacerlo, no saben lo que les pasa. Se acuestan con una chica, poco después con otra y después con otra, etc. Pero no saben por qué están insatisfechos por dentro. No saben lo que les pasa. ¿Por qué no son felices? No son felices porque no están en la verdad. Dios es la verdad. Dios es este amor. Este amor Dios lo quiere ofrecer a todos los hombres, porque este amor es Él mismo y lo ofrece en el Espíritu Santo. Cristo ha muerto por todos, para que los hombres no vivan más para sí mismos, sino para aquel que murió y resucitó por ellos (2Cor 5, 18).

Así que, hermanos, os anuncio el kerigma: Cristo ha muerto por todos nosotros que estamos
aquí, ha dado su vida sobre la cruz para que podamos recibir del cielo el Espíritu Santo, el mismo Espíritu que nos hará amar así. Es un don gratuito, fruto de su muerte por nuestros pecados. Para que pueda entrar dentro de nosotros ahora, es necesario que aceptemos lo que decía Karl Barth, que aceptemos dejarnos juzgar por la cruz de Cristo, ahora. Porque ahora es cierto que no nos amamos así. Este amor se describe en el Sermón de la Montaña, cuando dice: “No opongáis resistencia al mal” (Mt 5, 39). Pero el mal es una palabra abstracta; los hebreos concretizan este tipo de mal: primer mal, que te ofendan en el honor, en el honor de tu familia. Los gitanos defienden el honor de la familia con la sangre, lo que más vale es el honor. Pero Jesucristo dice en el Sermón de la Montaña: Si alguno te ofende en el honor ofrécele la otra mejilla (Mt 5, 39). Porque sabemos que en el hebraísmo golpear la mejilla derecha es una forma de insulto, de desprecio. Por esto si alguno te ofende en el honor, te desprecia, ofrécele la mejilla izquierda Otra forma en la que te pueden hacer el mal: si alguno te lleva a juicio para quitarte la casa, no se la reclames, déjale la casa y regálale el campo (Mt 5, 40). Otra forma de hacerte el mal: si alguno te roba aquello que es tuyo, no se lo reclames (Lc 6, 30). Otra forma de hacerte el mal: si alguno abusa de ti en el trabajo, si alguno te obliga a ir cargado una milla (la ley prohibía que se obligara a un esclavo a llevar una carga de 80 Kg. más de una milla), si alguno te obliga a hacer esto, carga dos millas (Mt 5, 41). Cristo en el Sermón de la Montaña está describiendo al hombre nuevo, al hombre celeste. Está describiendo cómo Cristo nos ha amado. Es él quien no ha puesto resistencia al mal, es él quien ha puesto la otra mejilla, es él el que se deja robar por nosotros, etc. Pero esto es la obra del Espíritu Santo en nosotros que desciende del cielo. ¿Y cuándo desciende del cielo? Fundamentalmente la fe aumenta en nosotros por la escucha. La fe viene por el oído ¡si escuchamos! La fe viene por la escucha (Rm 10,17) y ¿qué es lo que debemos escuchar? La buena noticia, el kerigma. Y ¿qué dice el kerigma? Lo que estoy diciendo: que Cristo ha muerto por tus pecados, para que pueda descender el Espíritu Santo. Pero ¿cuándo…? Ahora ¡ahora! Mirad lo que dice San Pablo en la epístola a los Corintios: Ahora es el momento de la salvación (2 Cor 6,2). Ahora, ahora. El Sermón de la Montaña dice: ¡Ay de los que ahora ríen! (Lc 6,25). Ahora. Esta palabra, “ahora”, se trata de un resumen de la predicación apostólica de la Iglesia primitiva, es palabra de Dios que cuando se anuncia se realiza. Ahora es el momento de la salvación. Hermanos, ahora para vosotros, para todos nosotros, en esta basílica se realiza la salvación. Pero ¿Qué salvación? (escuchadme bien, tres minutos) ¡Mira que es fácil! Dice la Epístola a los Hebreos que “Cristo es la impronta de la sustancia divina” (Hb 1, 3). Nadie ha visto jamás a Dios, Cristo es su impronta. ¿Veis este estandarte de bronce? -señala la cruz- (como el estandarte de la serpiente de bronce en el desierto) Esto es una impronta, como un sello que se imprime en la cera y deja una imagen; una impronta. “Esta es la impronta de la sustancia divina”. Sustancia es una palabra filosófica, ¿qué significa? A Dios nadie lo ha visto. Cristo nos lo ha mostrado ahora. ¿Qué nos ha mostrado? Que Dios es este amor (muestra la cruz), es decir está crucificado por amor por ti, ahora, aunque seas un pecador, aunque hayas fornicado ayer por la noche, o te hayas encolerizado con alguno, incluso si eres una persona que no perdona, aunque seas un rencoroso. Dios no necesita para amarte que seas bueno, que cambies de vida… Dios te ama como eres. Dios te ha amado cuando eras un pecador, un miserable, un canalla. Dios te ama, ahora, de una forma infinita, hasta dar la propia vida por ti. ¡Cristo ha dado la vida por ti! ¡Escuchadme! Esta es la gran noticia: la muerte ha sido vencida. ¡Cristo ha resucitado! Ha muerto por nuestros pecados y ha sido resucitado para nuestra justificación. Ha resucitado y ha subido al cielo y está sentado a la diestra del Padre. ¿Dónde está Cristo ahora? En el cielo. ¿Y qué está haciendo Cristo? Está presentando al Padre sus llagas gloriosas por tus pecados, por los tuyos y por los míos. Ahora está oficiando como Sumo Sacerdote. ¿Y por qué está presentando al Padre sus llagas? Porque la sustancia divina es amor. Dios quisiera estar en ti, ahora. Ser uno contigo, dentro de ti, ahora. Porque este amor es la sustancia divina. Dice el Apocalipsis: "Mira que estoy a la puerta y llamo (llamo ahora). Si alguno me abre, Yo y mi Padre entraremos en él”. (Ap 3, 20) Dios quiere ser uno en ti. Dice San Pablo que cuando uno va con una prostituta se hace una sola carne con ella. "¿Y tomaré yo los miembros de Cristo para hacerme una sola carne con una prostituta?" Pero esto lo dice refiriéndose a otra cosa: “Aquél que se une a Cristo se hace un solo espíritu con Él” (1 Cor 6, 15-17). Este es el misterio de Dios: quisiera ser uno dentro de nosotros, hoy. Y decimos la verdad: Él no es perfectamente uno en nosotros. Todos somos débiles, todos somos pecadores. Por esto necesitamos escuchar el kerigma que nos estimula, que nos exhorta, que nos llama a la fe, a creer, a creer en Él para que reflorezca nuestro bautismo, para que nuestro Bautismo sea regado. Entonces, hermanos, “En nombre de Cristo: reconciliaos con Dios” (2 Cor 5, 20). Convertíos y creed la Buena Noticia. Convertirse significa creer que lo que estoy diciendo es cierto. Que Dios te ama ahora, que está deseando ser uno contigo profundamente. Profundísimamente uno, uno. Porque mirad, de esto depende la salvación de Europa que va a la apostasía. Cristo ha dicho: "Como tú Padre en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que Tú me has enviado" (Jn 17, 21). Solamente si somos perfectamente uno el mundo creerá en Él. Son tres personas y un solo Dios. Uno. La comunión profunda en Dios, la unidad en Él. ¡Eh aquí el misterio de la Santísima Trinidad! Hermanos, es una cosa inmensa. ¡Ay de mí si no anunciase el Evangelio! ¡Ay! de ti si no anuncias el Evangelio. Todos debemos anunciar a toda persona que Dios le ama, que Él ha enviado a su Hijo. Y mientras estás diciendo esto, que Cristo ha muerto por sus pecados, está presentando por ese hombre sus llagas al Padre. Porque si este hombre cree -ya el hecho mismo de que tú le hables, es un signo de que Dios le quiere dar la fe- de inmediato recibe la visita del Espíritu Santo que le da testimonio en su interior de que lo que le anuncias es verdad, que Dios lo ama. Y en él se puede dar la fe, la fe sin la cual no puede tener acceso al Bautismo.

Aquí termino, hermanos, diciéndoos que me gustaría cantar un canto con vosotros. Una cosa que
me emociona en San Pablo es cuando dice: "No sé lo que deseo más: si morir para ir con Cristo, que es con mucho lo mejor, o vivir (Fil 1, 21ss). Cristo ha resucitado, el cielo ha sido abierto, la muerte ha sido vencida. Dice San Pablo: “no sé si deseo más irme con Él o seguir viviendo, ya que todavía tenéis necesidad de mi". He hecho un canto con estas palabras. Podéis poneros en pie y, como una oración a Dios, cantamos “Llévame al cielo”. Canto: Llévame al cielo

No hay comentarios: